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Ojos que no ven, corazón que no siente

ESCUCHAR

Llega a la primera reunión una señora (Marta) con dificultades para caminar -incluso se ayudaba con un bastón-, acompañada por un joven adolescente, Ignacio (16), su hijo menor. Todo lo que sabíamos era que el caso se había derivado de Asesoría de Familia por cuestiones referidas a las relaciones de familia. Por Karina Battola y Laura San Millán *

Marta nos cuenta que había convocado a sus tres hijos mayores pues padecía enfermedad neurológica degenerativa progresiva y necesitaba que ellos la ayudaran tanto económicamente como también en su cuidado personal, pues había actividades que ya no podía realizar sola. Agrega que Ignacio colaboraba con ella en lo que podía, pero que era chico y además cursaba sus estudios secundarios. Terminó manifestando que ella cobraba una pensión de $1.100, que no le alcanzaba para cubrir sus necesidades.

Por error se había convocado a mediación solamente al hijo mayor, Walter, quien no concurrió a la primera audiencia. Éste fue el primer escollo que debimos sortear, ya que él se había enojado mucho con su madre por haberlo convocado sólo a él. Después supimos que era el hijo con quien mantenía la relación de mayor confrontación.

Convocamos a una próxima reunión a los tres hermanos mayores junto a Marta e Ignacio; lo hicimos por cédula de notificación y también de manera telefónica. En esta oportunidad fue muy importante explicarles que la mediación era un espacio de diálogo, respetuoso, donde podrían sentarse cara a cara a conversar con su madre sobre la situación familiar en la que se encontraban y que, eventualmente, si llegaban a un acuerdo, éste reflejaría lo consensuado por todos.

A la segunda audiencia de mediación asistieron todas las personas convocadas a esos fines. Comenzamos por privada con los tres hermanos reunidos: Walter –el hijo mayor, casado y con una bebé, quien trabajaba en una empresa-; Melisa –única hija mujer, con dos hijos, ama de casa, quien vino acompañada por su marido-; y José –soltero-, quien vivía en la casa con su madre y trabajaba en un comercio -cumplía una amplia jornada laboral-.

Los escuchamos durante un buen tiempo y pudimos advertir que no se trataba de hijos que abandonaban a su madre y a su hermano menor, sino más bien que no podían aceptar que su madre estaba padeciendo una seria enfermedad –era una mujer muy joven- y que necesitaba de la asistencia de ellos.

El primer trabajo estuvo referido a la aceptación de esta circunstancia, más allá de las quejas que naturalmente todo hijo puede tener sobre sus padres. Entonces tuvimos el primer acuerdo: Melisa acompañaría a su madre al médico y hablaría con la profesional sobre la enfermedad, el pronóstico, el tratamiento y los cuidados necesarios, y se comprometía a transmitir esa información a sus hermanos a los fines de que todos pudieran conocer la situación que atravesaba Marta, que requería la colaboración familiar de parte de ellos.

Por su parte, José realizaría una lista de los gastos de la casa, a saber: alquiler, servicios, alimentos, vestimenta, remedios, tarjetas, etcétera, con el objeto de conocerlos y así poder afrontar los costos que devenían de las necesidades de su madre, que acordaron cubrir entre los tres hijos mayores de edad.

Asimismo, todos se comprometían a pensar, teniendo en cuenta sus horarios de trabajo y familiares, en qué momento acompañarían a Marta durante la semana (en este tema se incluyó a Ignacio) y en qué tareas se responsabilizarían cada uno de ellos a modo de colaboración de la situación familiar.

A la tercera reunión asistieron todos, con plena conciencia de la situación, y una contradictoria sensación entre la tristeza de lo inevitable (enfermedad progresiva) y la alegría de haber podido sentarse a conversar. De hecho ya habían comenzado a repartir las tareas más equitativamente.

El acuerdo contempló un aspecto económico que se pactó en función de los recursos de cada uno; las tareas de cuidado, de aseo en la casa; compras y comidas; aspectos relacionados con la enfermedad, etcétera. Pactaron también hacer una reunión mensual para ajustar tareas y resolver cuestiones nuevas que pudieren surgir de ahora en adelante.

A Marta se la percibía muy contenta y relajada en comparación con la primera audiencia, aunque un poco demandante todavía -aspecto que trabajamos-, y ella pudo escuchar a sus hijos y comprenderlos. El clima familiar había cambiado absolutamente hacia un lugar más contenedor y amoroso.

Podemos decir que la mediación no es magia sino trabajo a conciencia que posibilita, como en estos casos, un espacio de escucha genuina y con base en los intereses de cada una de las partes que intervienen en este procedimiento.

* Abogadas, mediadoras

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