La actividad jurídica desde la pluma de los escritores. Los relatos de letrados, basados en hechos reales o totalmente ficticios, han tenido su lugar en la historia y en el presente de la literatura.
Por Luis R. Carranza Torres
La novela jurídica o de abogados es una vertiente literaria a la que, a veces, se la ha entendido como una especie dentro del policial, y otras en el ámbito más general de los relatos de suspenso.
Sus elementos característicos son la combinación en la trama de intriga, pasiones, secretos y un desarrollo imprevisto y hasta vertiginoso de una historia centrada en el desarrollo de un juicio o de alguna cuestión mayormente jurídica.
En la literatura universal, la novela jurídica ha sido cultivada por una serie de autores, en la que se cuentan “pesos pesados” de todos los tiempos, pudiendo citarse a William Shakespeare con El mercader de Venecia, del años 1594, o a Franz Kafka con El proceso, de 1925.
Autores como Truman Capote con A sangre fría, escrita en 1966, o más recientemente, en 2006, James Owen con Nuremberg, el mayor juicio de la historia, generalmente situados dentro del género de la novela jurídica, pertenecen a ese discutido espacio de la creación literaria denominado por el propio Capote como “nonfiction novel” o “novela testimonio”, cuyo estilo se basa en escribir, con el de la ficción, hechos rigurosamente reales, fuertemente ligada a la corriente del Nuevo Periodismo.
Algunos de los clásicos en el género traspasan fronteras literarias, como Matar un ruiseñor, de Harper Lee, publicada en 1960, ganadora del premio Pulitzer del año siguiente, que trata sobre la vicisitudes del padre de la narradora, Atticus Finch, un abogado de raza blanca que acepta defender en juicio a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca, en el sur de Estados Unidos en el año 1936. En ella, el entorno del juicio sirve para considerar temas tan polémicos como la consideración social de la violación y la desigualdad racial.
Eso convirtió más de una novela legal en un ejemplo por su estilo tanto de la novela gótica sureña estadounidense como de la literatura moderna estadounidense de mediados del siglo XX. Y en cuanto al trasfondo de su temática, se la ha entendido como el ejemplo más destacado de la literatura sobre el tema racial en el siglo XX, convirtiendo a su estoico y ético protagonista, Atticus Finch, en una de las más fuertes imágenes del “heroísmo racial”, que luego derivó en la lucha por los derechos civiles posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Hoy por hoy, el estadounidense John Ray Grisham es quien tiene el sitial de honor del género, con 250 millones de lectores de sus thrillers judiciales, muchos de ellos llevados asimismo al cine. Obras como Tiempo de matar, Fachada, El informe Pelícano, Legítima defensa, El jurado, La apelación, La confesión o Los litigantes, entre varios otras, son ya clásicos de este tipo de novelas.
También ha sido dicho autor quien ha iniciado dentro del género, un par de años atrás, la vertiente “thriller legal infantil” con la serie de Theodore Boone, un joven de 13 años que aspira a ser abogado como sus padres y no puede evitar meterse en complejas cuestiones del mundo tribunalicio de la ciudad de Strattenburg, en donde viven.
Entre nosotros, podemos citar a Alfredo Abarca, un colega nacido en nuestra provincia pero que ha realizado su ejercicio profesional en Capital Federal -un referente dentro del derecho aduanero-, quien ha dedicado varias de sus novelas al género, a saber: Fuerza de mujer, Expediente reservado, El código de Nuremberg, Secuestro virtual, siendo la última de ellas La abogada, en la cual uno de sus personajes fetiche, la doctora Mercedes Lascano, ha alcanzado el éxito profesional al llegar a ser socia de un importante estudio jurídico pero se siente cada vez más sola y vulnerable en su vida personal.
El abogado penalista Mariano Silvestroni es otro de los cultores autóctonos de la novela jurídica. Con sus obras El abogado del presidente, El juez federal y Fantasmas de la justicia ha mostrado diversos aspectos de los ámbitos judicial y político de nuestro país, a partir de figuras fronterizas entre lo que usualmente se entiende por el bien y el mal, lo debido y lo indebido.
Y en cuanto al suscripto, queda comprendido en las generales de la ley con la novela Secretos en juicio, que tantas satisfacciones le ha deparado y cuyos personajes -desde el estricto patriarca abogadil Armando Ozzolli, afligida cabeza de un tradicional y rentable estudio, su sobrina fashion Cecilia, o la bipolar abogada Agustina Ríos, y hasta el estudio rival Ortiz & Maine- han desbordado cualquier expectativa previa, cobrando -como merecen- una independencia propia respecto de su autor y la obra.
No es de extrañar la vigencia del género. Quienes ejercemos la profesión jurídica, en cualquiera de sus facetas, sabemos muy bien acerca de las pasiones, grandezas, miserias y particularidades que asume la condición humana en su tránsito por conflictos en que el derecho tiene algo que ver. Por tanto, existe y existirá bastante “materia prima” para obras que intenten, con mayor o menor fortuna, retratarla desde las letras.