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Navega Cuba en su mapa con ojos de piedra y agua

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En estos días hemos leído, con suma atención, todo lo publicado en torno a la Revolución Cubana. Las posiciones de quienes han asumido la tarea de la recordación no han sorprendido en demasía. Muchos de ellos eligieron el agravio y hasta la infamia. Ensayaron reivindicar los tiempos del sargento Fulgencio Batista, uno de los más fieros dictadores de la historia de América Latina.

 Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia

Tropezamos, además, con la visión sesgada de algunos cronistas, preocupados en aprovechar la circunstancia para reivindicar la figura de personajes que vivieron y murieron pensando en su propia posteridad antes que en la responsabilidad que les brindó la Historia. Ésa -y no otra- es la razón por la que se abomina y repudia a esos tristes habitantes de Lilliput, sólo preocupados en la imagen –su imagen- llena de sortilegios que les devuelve un extraño espejo que deforma la realidad.

Los puestos en la Historia no se ganan por arte de magia. No alcanza con descolgar cuadros o desmonumentar antiguos próceres para poner en su lugar el suyo propio. Esas leyendas, esos relatos tienen la solidez del barro. Basta que el agua recupere su ancestral memoria para que desaparezca la fábula. Pocos, muy pocos, sobreviven al aluvión. Tan sólo tres presidentes argentinos, en estos últimos 70 años, han superado esa prueba. El resto -salvo Arturo Frondizi, que batalla duramente contra el olvido y sus propios malos abogados- han sido y serán, irremediablemente, condenados a la indiferencia, pese a los poderosos publicitarios puestos a su servicio.

Este balance, que aparentemente tiene mucho de comarcal, pretende dar marco a una historia diferente. La historia de la Revolución Cubana (RC) que, pese a sus dificultades, defecciones, traiciones y reformulaciones transita, lozana, sus primeros 55 años de duro batallar, casi en solitario, en contra de Estados Unidos y sus aliados.

Lo suyo ronda lo prodigioso. Ningún proceso histórico, en el mundo, ha sido sometido a tantas presiones. Mienten con descaro quienes se quieren parecer en la desgracia. Las cifras invertidas en derrocar al gobierno de La Habana superan con holgura las invertidas como propaganda de guerra por todos los participantes en la Segunda Guerra. Hemos sido testigos –por razones de edad- de las más insidiosas campañas psicológicas, bombardeos continuos de falsas noticias y rumores, ataques y atentados organizados y/o financiados por la CIA o por los cubanos en el exilio, invasiones frustradas y decenas de años de bloqueo. Hechos que, por cierto, marcan el tiempo histórico de un pueblo que lucha por su liberación.

“Parece que ellos –explicará Fidel Castro en una larga entrevista concedida a Tomás Borge en abril-mayo de 1992- han tratado de preelaborar la historia, de prefabricar conclusiones, de prefabricar leyendas; de forma que a nosotros, más que a nuestros medios y recursos para contrarrestar esa avalancha de publicidad y de campaña del imperialismo contra Cuba, nos ha defendido, nos ha ayudado, yo diría, el instinto de los pueblos, su capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso. De otra forma no tendrían explicación las reacciones que tanta gente en el mundo tiene en relación con la RC, a pesar del diluvio, incesante y creciente, de publicidad negativa y de campaña negativa contra la RC, que en estos momentos es mayor que nunca, sobre todo después del desplome del campo socialista, cuando para el imperialismo prácticamente quedó un solo enemigo y ese enemigo es Cuba, y todo ese enorme aparato, todos esos enormes recursos que dirigía antes contra toda la comunidad socialista, contra todos los países socialistas, contra la Unión Soviética, todo eso hoy se vuelca casi exclusivamente contra Cuba. Sin embargo, aun en estos momentos, hay una tremenda, una extraordinaria reacción de solidaridad hacia nuestro país.”

La RC, más allá de cualquier controversia, es un ícono. Representa por sí misma el triunfo de David sobre Goliat. Abrió una puerta esperanzada hacia el futuro para todos los pueblos de América Latina frente a la imposición colonial, primero, y el ansia imperial de Estados Unidos, después. Es la continuidad -nos reafirmamos en este concepto- de una larga lucha por la libertad e independencia de sus pueblos que libraron, a su turno, José Martí y el dominicano Máximo Gómez, que suscribieron el Manifiesto de Montecristi. Acompañados, entre otros, por Bartolomé Masó, el catalán José Miró Argenter, el polaco Carlos Roloff, los criollos cubanos Antonio y José Maceo, Juan Gualberto Gómez, Calixto García, los anarquistas Fermín Salvoechea y Carlos Baliño y los líderes negros Flor Crombet –haitiano de origen- y “Perico” Pérez –de heroica memoria- que, como otros miles, soñaban con hacer de Cuba “un país nuevo”.

La gran clave, el mandato a cumplir en este proceso histórico que nos lleva a celebrar este aniversario de la RC, la encontramos en la última carta escrita por José Martí -dirigida a su amigo y compañero de lucha Manuel Mercado-, que forma parte de su testamento político: “Es deber mío (…) evitar, mediante la independencia de Cuba, que los Estados Unidos se extiendan por las Indias Occidentales y caiga con mayor fuerza sobre otras tierras de Nuestra América. Todo lo que he hecho hasta ahora y todo lo que haga de ahora en adelante tiene esta finalidad (…) Conozco al Monstruo, porque he vivido en su cubil, y mi única arma es la honda de David.”

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