Ramón Menéndez Pidal es un español universal y una de las referencias imprescindibles en la historia de la ciencia española moderna. Nacido en La Coruña, en una familia asturiana de convicciones conservadoras, fue bautizado el día 18 de marzo de 1869 en la Iglesia Parroquial Colegiata de Santa María del Campo, con los nombres de Ramón Francisco Antonio Leandro.
Estudió en las Universidades de Madrid y de Toulouse, Realizó en paralelo los estudios de Derecho y los de Filosofía y Letras (1885-1891), formándose como filólogo de forma casi autodidacta. A fines de 1899 gana la cátedra de Filología Comparada del latín y del castellano en la Universidad de Madrid.
En 1900 se casa con María Goyri, a la que había conocido en una conferencia que dio Marcelino Menéndez Pelayo en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo. Ella, a pesar de ser hija natural (un fuerte demérito en la época) de una costurera vasca, ha hecho ya historia, al ser la primera mujer española recibirse de Licenciada primero, y doctorarse luego, en la Facultad de Filosofía y Letras, debiendo haber para ello pedido autorización al Ministerio de Fomento, la que se le concedió con la condición de no permanecer en los pasillos, entrar en el aula junto al catedrático, y no sentarse en clase junto a sus compañeros, sino en una silla al lado del profesor.
Su viaje de luna de miel, es siguiendo la ruta del Cid Campeador. Descubren en ella la persistencia del Romancero español como literatura oral y empezaron a recoger muchos romances, los cuales aumentarían en sucesivas excursiones por tierras de Castilla la Vieja.
Lo del romance, también lo actuaron en otras cuestiones, y a la vuelta del viaje María se hallaba embarazada del primer retoño. Era una niña y para no salir de estilo, la nombraron Jimena, por la esposa del Cid.
En 1901 es elegido miembro de la Real Academia en la que ocupó la silla b. Su ingreso tuvo lugar el 19 de octubre de 1902, con un discurso sobre El condenado por desconfiado, de Tirso de Molina.
En diciembre de 1903 se publicó la primera edición del Manual elemental de gramática histórica española, una de sus obras más reeditadas, en versiones cada vez más elaboradas. Filólogo, historiador, folclorista y medievalista, es el creador de la escuela filológica española, quien vuelve a poner a España en el mapa en cuanto a estas ciencias se refiere. Son múltiples sus obras (La España del Cid, Romancero hispánico), pero más aun su compromiso de intelectual con la verdad, sea quien fuera el que gobernase.
En 1904 viajó a América, como comisario regio designado por Alfonso XIII, para emitir un laudo que zanjase el litigio fronterizo entre el Ecuador y Perú; logra un gran éxito en su papel de amigable componedor, luego de lo cual recorre nuestro país, entre otros.
En 1925 fue elegido director de la Real Academia Española. Cuatro años después, escribe su famosa carta al dictador Primo de Rivera, en la que defiende el fuero de la universidad.
Durante la Guerra Civil, su independencia le granjeó la animadversión de ambos bandos. Franco lo mandó a vigilar, leerle la correspondencia y hacer un informe sobre su ideología, que a vuelta de correo (secreto, por supuesto) decía: “presidente de la Academia de la Lengua. Persona de gran cultura, esencialmente bueno, débil de carácter, totalmente dominado por su mujer”.
Por su parte, el gobierno de la II República, aprovechando que daba un curso en Estados Unidos, lo cesó en sus cargos, por “abandono de servicio”. A la vuelta, tuvo que huir de Madrid junto a los suyos, por haberlo señalado el Frente Popular como una de las personas a ajusticiar. Se trasladó a París, y hasta el 4 de julio de 1939 el nuevo gobierno de Franco no le concedió permiso para regresar a Madrid con su familia, pesando sobre el él un “expediente de depuración” del que sólo se lo “sobreseyó” … cuando cumplió 83 años.
En 1939 cesó de director de la Real Academia en señal de protesta ante las decisiones que el poder político franquista tomó sobre algunos de sus miembros; sin embargo, volvió a ser elegido director en 1947 y siguió en este cargo hasta su muerte, el 15 de noviembre de 1968, consiguiendo que los sillones de académicos exiliados permanecieran sin ser otorgados a nuevos miembros.
En el prólogo al primer tomo de su Historia de España, dijo don Ramón sobre la guerra fratricida: “No es una de las semiespañas enfrentadas la que habrá de prevalecer en partido único poniendo epitafio a la otra. No será una España de la derecha o de la izquierda; será la España total anhelada por tantos, la que no amputa atrozmente uno de sus brazos, la que aprovecha íntegramente las capacidades para afanarse laboriosa por ocupar un puesto entre los pueblos impulsores de la vida moderna”.
Eran las palabras de un hombre lúcido y razonable que, como tal, en nada podía caerles bien a los que hacen negocio con desquiciar la historia, los pueblos y las vidas ajenas.