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Medir las diferencias: comprender sin estar de acuerdo

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Por Graciela Calvi de Barcellona  / Abogada, mediadora

Desde la parada del mediador cada caso es único, como lo es para quien vive en carne propia el conflicto. No importa si, tal como decimos, “normalizamos las situaciones”: muchos pasan por esto, no crea que usted es el único/a que atraviesa por esta clase de conflictos, etcétera. El tema es que tanto en los asuntos patrimoniales, de cualquier índole que sean, o en los temas de familia o societarios, siempre mediamos diferencias. Cuando éstas no pueden ser zanjadas, el caso se dirimirá en otros espacios.

En Mediación tratamos de que los protagonistas puedan hablar de sus diferencias pero enfocando el problema desde la construcción de alternativas de solución. De allí que podamos aceptar las discrepancias, aunque no estemos de acuerdo. Comprendiendo, reflexionando, y aceptando que lo que es bueno para uno puede no serlo para el otro.

El caso se presentó difícil desde que vimos llegar a las partes. Taciturno él, nerviosa ella, angustiados ambos. La lectura postural nos dice mucho a los mediadores. A veces no necesitamos palabras. Una pareja joven con tres hijos pequeños, separados desde hacía unos meses; los niños vivían con el padre. Necesitaban organizarse para que la madre pudiera tener un régimen de visitas y pasar alimentos a los chicos. Uno de los integrantes había constituido otra pareja que permanecía en el anonimato. No se nombraba pero estaba presente. Fue un tema ríspido, duro para las partes, ya que los mediadores los animábamos a que pudieran hablar, pero sin interferir en la privacidad.

Recién en la última audiencia -fueron tres-, uno de los integrantes de esta familia pudo expresar todo su dolor, su necesidad de aceptación, de comprensión. No emitir juicios de valor, no decidir qué es bueno y qué no lo es, qué es correcto o incorrecto, fue la premisa de trabajo. Son los momentos en que los mediadores entendemos por qué muchas veces es mejor escuchar que hablar. Ayudar a que ellos pudieran aceptar la situación en la que estaban fue la piedra fundacional de un acuerdo.

Cuando leemos las noticias, cuando escuchamos a los legisladores, cuando vemos los debates donde la psicología, la sociología, la religión, y tantas otras ciencias que tratan de explicar los fenómenos actuales de la diversidad, de la libertad de elección de con quién, dónde, cómo y cuándo armamos una familia, tendríamos ante todo que pensar que estamos hablando de seres humanos. Todos los humanos armamos una vida, trazando direccionalmente nuestro proyecto de la manera que creemos es la que nos sirve para ser felices. El contexto condiciona, ayudando o poniendo piedras en ese trazado.

Tampoco los mediadores podemos asegurar resultados. Ni tenemos la posibilidad de aseverar que siempre todo va a andar bien. Son alternativas para salir del problema de una forma más o menos sustentable. Dentro de unos años o en algún momento, esta familia volverá a hacer una crisis, producto del vaivén de las relaciones, del crecimiento, etcétera. Y los mediadores pensamos, ojalá nos busquen o, mejor, ojalá que puedan hacerlo solos. Porque esto último significará que hemos hecho un buen trabajo. Que las herramientas que pusimos a su disposición serán usadas de la mejor manera.

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