Por Christian Julio Díaz *
“Tiene 10 años” y está “tirado” en el sillón jugando a la Xbox. “Tiene 10 años y anoche intentó suicidarse por segunda vez”. “Tiene 10 años, padece diabetes y se quedó sola con su papá; su mamá decidió iniciar una nueva vida sin ellos”, “Tiene 10 años e intentó robar un celular y lo atraparon en la calle…”.
Desde que tengo memoria, la diversidad ejerció sobre mi mente un poder de atracción que no logro explicarme. Se presenta como una suerte de “collage fotográfico”, instantáneas de la realidad, en el cual la “Sra. Diversidad” abandona su inmanencia y emerge sin temor a ser descubierta.
Cuatro oraciones. Cuatro niños. Cuatro momentos y una semana; contrastes de una realidad. Cuatro oraciones que tienen como denominador común a niños quienes, a pesar de vivir realidades distintas, comparten la fragilidad de su naturaleza. Pero la fragilidad de su edad es un mero adjetivo de su verdadero mal: su condición de sujeto elíptico, ya que son oraciones con sujeto tácito. Pero hoy no escribimos sobre la ausencia de quien no está; escribimos sobre la ausencia de quien no es tenido en cuenta.
Ahora bien, esta realidad ¿nos duele o nos resulta indiferente? Y tal vez tenga razón. ¿Por qué debería interpelarnos, si a quienes queremos no están alcanzados por esa realidad? Aquí es donde aparece la línea entre lo individual y lo social. En traspasar esa línea reside nuestra mayor deuda social. Porque cuando el problema adquiere consecuencia social, la repuesta la debemos brindar como sociedad.
Días atrás, por la magia de las redes sociales revivimos el momento en que un niño de 10 años era tironeado, golpeado por una persona e insultado por una multitud enardecida por intentar robar. Ud. es libre de darle el nombre que quiera, pero como diría “Ron Damón” -según pronunciación del Chavo del 8- eso es linchamiento acá y en la China. Pero lo que más me impresionó, y es lo que me llevo a escribir estas líneas, fue el día después del video. No hubo marchas, no se viralizaron los mensajes de WhatsApp, no hubo famosos en Twitter. Al parecer, su condición de “choro” justificaba la violencia de los adultos.
Somos una sociedad herida gravemente por la violencia. Porque en términos claros, somos individuos violentos e interactuamos socialmente con pautas de comunicación violenta. Porque somos capaces de perder la cordura y hacer justicia por mano propia contra una criatura.
Entre el niño de la Xbox y el niño del celular existe todo un abismo. Una distancia sin caminos de encuentros. Muy poco, casi nada, entre ellos fue igual, y no hablo de “oportunidades” como variable económica, hablo de la “chance” de ser “niños”. Porque aunque ayude, ser “niño” no depende de una variable económica, como tampoco de una opulencia material sin afectos maduros.
El Código Penal prevé figuras delictivas realizadas por mayores. Cuando un niño realiza actos de mayores, sin lugar a dudas “algo” no está funcionando. Hay una vivencia que no se está viviendo; hay un camino hacia la madurez que no se está logrando; hay una cuota de inocencia que se está salteando. Porque detrás de su postura de mafioso pandillero, con el mentón altivo y la mirada de reojo sostenida e intimidante, sigue habiendo un niño que, cuando llora, llora como todos los niños. Y en verdad les digo, no puedo dejar de sentir que nosotros los adultos le sustrajimos la sonrisa.
En líneas generales, he asumido una actitud crítica respecto de la mediación en Córdoba. Y creo conveniente hacer algunas aclaraciones. En lo que respecta a la mediación Penal Juvenil, podremos discutir muchas cosas: “mediación o facilitación” (mediación erga omnes); mediación para descomprimir el volumen de causas o método sugerido para resolver un conflicto, (mediación como empresa desagotadora); el atajo para sortear la escasez de recursos (la mediación “del todo por 2 pesos”). Pero lo que no está en discusión es la necesidad de favorecer cualquier dispositivo pacificador.
Y en eso va mi humilde reconocimiento y aplauso a quienes desde hace muchos años vienen bregando por la mediación en Córdoba. Especialmente por quienes apostaron por una mediación en el ámbito penal y por quienes creyeron en la mediación penal juvenil. Un párrafo especial al Centro Judicial de Mediación del Poder Judicial de la Provincia, del cual alguna vez fui parte y, finalmente, a esta columna del Comercio y Justicia que hace más de 14 años nos regala el espacio para expresarnos libremente.
El sistema Penal Juvenil necesita consolidar la mediación porque su gran desafío es construir caminos de encuentros para que “delincuentes” puedan ser niños una vez más, mediante la resolución pacífica de los conflictos.