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Mbororé: la primera batalla naval en Argentina

Por Luis Eugenio Roa (*) - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Nadie duda de la importancia que ha tenido la orden de los Jesuitas en el Virreinato del Río de la Plata y, como consecuencia de ello, en los países que derivaron de su desmembramiento luego de la Revolución de Mayo de 1810.

En Argentina, Paraguay y Bolivia se encuentran rastros de su presencia e influencia en muchos aspectos: en la arquitectura, la cultura, la música, la educación. Fundadores de la primera universidad en la ciudad de Córdoba de Argentina, en los Pueblos de las Misiones también construyeron la primera imprenta de América del Sur. En Bolivia, la música barroca y renacentista que enseñaron a los pueblos originarios ha pasado de generación en generación, y al día de hoy, exquisitos acordes suenan de sus instrumentos, siendo motivo de admiración internacional.

Hay un aspecto, sin embargo, de su legado que no siempre se lo tiene muy presente. Pero este aspecto moldeó las futuras repúblicas del Virreinato del Río de la Plata: la Compañía dejó plantado el primer mojón de una férrea defensa geopolítica en la región frente a los portugueses. En el siglo XVII, la orden de San Ignacio de Loyola leyó con claridad el panorama geoestratégico en la zona, frente a los continuos avances de los portugueses mediante las “bandeiras”. Y en el año 1641, en el actual municipio de Panambí, de la provincia de Misiones, Argentina, se libró una trascendental batalla que marcó el primer límite a las pretensiones expansionistas lusitanas y se empezaron a establecer los alcances territoriales de los futuros Brasil y Argentina.

El evento histórico se lo conoce como “Batalla de Mbororé”. Allí, guaraníes y jesuitas, cansados de los acosos de los bandeirantes paulistas, decidieron empezar a ponerles límites, ya que en hordas recorrían la zona para capturar como mano de obra esclava a los guaraníes para las plantaciones de San Pablo y, de paso, hacían de avanzada expansionista territorial.

La batalla, muy poco conocida a pesar de su importancia y de sus consecuencias, fue finamente planificada por los guaraníes y la dirigencia de la Compañía de Jesús. En el 1638, luego de algunas pequeñas escaramuzas, en Apóstoles de Caazapaguazú los portugueses bandeirantes se vieron obligados a huir. Heridos en su orgullo, desde San Pablo organizaron una gran bandeira para cobrar venganza por la afrenta recibida. Las crónicas relatan que alrededor que 450 europeos fuertemente armados y entrenados, apoyados por más de 2500 tupíes, bajaron silenciosamente por el río Uruguay en más de 300 canoas y barcazas, dispuestos a hacer pagar con sangre, pillaje, destrucción y esclavitud cualquier demostración contraria a sus intereses.

Guaraníes e ignacianos los esperaron pacientemente. Por fin, en los primeros meses de 1641 la gran bandeira dio señales de que se encontraba cerca. La batalla para poner límites a las desmedidas ambiciones paulistas se aproximaba: se libró en la desembocadura del arroyo Mbororé en el río Uruguay y duro del 11 al 15 de marzo. Se peleó fuerte tanto en agua como en tierra. Fue la primera batalla naval librada en territorio argentino.

Los guaraníes capitaneados por sus caciques Nicolás Ñeenguirú, Ignacio Abiarú, Francisco Mbayroba, apoyados en la organización por los padres jesuitas Cristóbal Altamirano, Pedro Molas, José Domenech y el superior Claudio Ruyer, vencieron totalmente a los lusitanos. Un año después intentaron volver y fueron nuevamente derrotados. Las consecuencias de la victoria en Mbororé fueron importantes y se proyectaron a lo largo del tiempo en toda la región. En San Pablo supieron que aquí se había puesto un límite a su vandalismo y desistieron de sus excursiones por estas tierras.

Al respecto, el gobernador del Paraguay, Gregorio de Hinestrosa, el 6 de septiembre de 1641, en una carta a la Audiencia de Charcas, decía: «(…) que los paulistas tan pronto no volverían a la carga. Durísima les fuera la lección. La victoria trajo las más importantes consecuencias para la seguridad del Paraguay, Buenos Aires y Perú».

Sin el acoso de los bandeirantes se consolidaron las misiones jesuíticas, logrando el desarrollo en aspectos culturales, artísticos, económicos que tanta admiración despiertan y cuyas obras podemos apreciar en todos los países que integraron el virreinato.

Si se destaca la relevancia que ha tenido la orden de Loyola en el país no puede tampoco dejarse de reconocer que ella fue posible gracias al coraje y valentía del pueblo guaraní que respaldo la Compañía de Jesús. Sin este apoyo, la obra jesuítica no se hubiera podido desarrollar de la manera que se hizo.

Como corolario de la “Batalla de Mbororé”, Félix Luna expresó: “Si no hubiera sido por esa batalla curiosamente anfibia, con varias etapas en el río y otras en la selva, el avance portugués se habría extendido infaliblemente sobre Misiones, Corrientes y hasta Entre Ríos, y el mismo Paraguay no se hubiera salvado de la anexión.  Así de pequeñas son las causas que colorean en definitiva los mapas de los continentes. La olvidada y remota batalla de Mbororé salvó esa vasta comarca que sería más ancha si la diplomacia portuguesa y su sucesora, la de Brasil, no hubieran avanzado al estilo bandeirante sobre nuestro noreste.

Pero no hubo guaraníes valerosos ni jesuitas decididos para oponerse a esta acción. Y en cambio sobró imprevisión e incapacidad para dejar perder esa parte de la herencia nacional”.

(*) Investigador. Abogado.

 

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