Por Lic. Alejandra Perinetti (*)
En los últimos días, la maternidad de niñas y adolescentes se coló en la agenda de los medios y las redes sociales. Discursos en torno a la capacidad, heroicidad o instinto componen una mirada romántica de la maternidad que, en el caso de niñas y adolescentes, olvida el origen de esos embarazos.
Una niña de 11, 12, 13 o 14 años que enfrenta la maternidad es una niña que, muy probablemente, en primer lugar fue víctima de abuso sexual. No es una mirada subjetiva. Según establece el Código Penal de nuestro país toda actividad sexual que involucre a un adulto -persona mayor de 18 años de edad- y a una niña o niño menor de 15 años constituye un delito de abuso sexual.
Romantizar la maternidad de una niña es, por lo menos, desconocer el impacto devastador que tiene la violencia sexual en cada persona que la padece. Se suma a la situación de que en Argentina tres de cada cuatro abusos sexuales contra niñas y niños es cometido por un familiar cercano o persona de confianza.
Una niña que se convierte en madre padece un proceso, en muchos casos, devastador. El paso del bebé de juguete al bebé real no tiene nada de intuitivo ni espontáneo.
Sostener la maternidad requiere una preparación imprescindible; para tomar decisiones, para continuar el embarazo, para elegir el rol materno, para asumir las responsabilidades que la maternidad conlleva.
Esto implica, en primer lugar, recibir la información necesaria acerca de su cuerpo, del cuerpo del otro y así conocer los alcances de la interacción. Plantear la maternidad infantil junto al arcaico concepto de instinto maternal es desconocer en absoluto el proceso de la maternidad y es desconocer la situación de extrema vulnerabilidad en la que se encuentra una niña o adolescente forzada a maternar.
Es evidente que tener un hijo a temprana edad no tiene nada de admirable y emocionante, y a todas luces se vincula con una serie de vulnerabilidades en las que niñas y adolescentes de todo el país se hallan envueltas. Es justamente su condición de niñas lo que las expone a una situación de sometimiento y falta de recursos simbólicos para prestar consentimiento, tanto a la maternidad como al origen del embarazo.
Que en nuestro país existan niñas- madres bajo ningún concepto debe ser motivo de elogio, más allá del esfuerzo y sobreadaptación por parte de ellas para reponerse y enfrentar tales situaciones.
Que haya niñas-madres debe ser un gran alerta para las instituciones del Estado y para que la sociedad civil exija respuestas.
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, en nuestro país cada año nacen más de 3 mil niños/as hijos de madres niñas de entre 10 y 13 años. Ésa es la magnitud que tiene la problemática; ése es el peligro de estas situaciones de extrema violencia que parecen perpetuarse y es también una muestra de la tragedia cotidiana que enfrentan miles de niñas.
Es evidente que se requieren acciones concretas de prevención, protección y resguardo para evitar que esto siga sucediendo a la luz de nuestros ojos. Es imprescindible realizar acciones de prevención, actuar antes de que se conviertan en madres y ello sólo será posible con políticas activas de educación sexual integral que permitan contar con la información para tomar decisiones sobre su propio cuerpo y para denunciar cuando corresponda.
(*) Directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina