Escribíamos la semana pasada sobre que la violencia se está convirtiendo, lamentablemente, en una protagonista de nuestro presente. Tranco a tranco, se va instalando, sin que sea muy fácil de advertir en sus primeras etapas. Alguien nos hacía el paragón con las pérdidas de gas domiciliarias. No se toma conciencia de lo que está pasando hasta que el asunto cobra cierta intensidad.
Cuando el jueves pasado el Suoem volvió a protestar en las calles del centro de Córdoba, recibió la reacción de parte de vecinos que desde los edificios, les tiraron con huevos y agua.
No constituyen un dato menor, para entender dicha reacción, los disturbios producidos por el gremio en la marcha anterior, con agresiones varias a gente que nada tenía que ver y el disparo de un mortero contra los efectivos policiales. También aumenta la molestia de los vecinos la reacción de los representantes del sindicato cuando minimizan los actos de violencia, diciendo que quien ejerce violencia es la Municipalidad, en una conducta muy común entre nuestros dirigentes -la de diluir su responsabilidad pasándosela a sus ocasionales oponentes-.
Si entienden que las autoridades municipales han ejercido violencia institucional en contra de sus intereses, el camino que deben seguir no es el de agredir ni dañar el patrimonio de los cordobeses o su integridad física sino el de recurrir a la Justicia, que por cierto nunca ha demostrado demasiada dureza contra la violencia y prepotencia de los manifestantes de los gremios poderosos.
Decíamos también en la columna anterior que la violencia siempre tiene víctimas. En el caso de la manifestación de dicho sindicato del martes 3 de noviembre pasado, una de ellas se llama María Laura. La otra víctima es su hijo de tan sólo cuatro años.
Ese día, ambos volvían del Hospital Infantil para unos estudios por retraso de crecimiento del niño, cuando mientras caminaban sobre la calle San Martín para ir hacia una parada de colectivo en la avenida Humberto 1º, se encontraron en la zona del Mercado Norte con una de las columnas de protestas del sindicato de empleados municipales.
Se quedaron en una esquina esperando que pasaran “porque venían haciendo desastres”. Así y todo, con la calle llena de gente, tiraron una bomba de estruendo a cuatro metros de donde estábamos nosotros”, relató la mujer en una entrevista radial en Cadena 3.
De pronto, su hijo comenzó a llorar y decir “me duele, me duele”. Cuando le levantó la camisa, observó que sangraba.
Al recriminarles, con llanto y con bronca al grupo de donde había partido la bomba, recibió una catarata de insultos y burlas. Cabe decir que María Laura cursa su octavo mes de embarazo.
Se dirigió entonces a la policía presente en el lugar, que según contó, se negó a detener a los agresores, a pesar de ser un hecho en flagrancia. “Es una locura salir a romper todo por un reclamo”, declaró a la emisora radial.
Coincidimos con ella. Y esperamos que el fiscal Raúl Garzón, quien entiende en el caso, encuentre e impute no sólo a los delincuentes (porque no hay otra palabra para definirlos) que tanto desprecio exhibieron por las personas que estaban allí, sin tener nada que ver, sino también a los funcionarios policiales que no hicieron aquello para lo que se les paga y por lo que visten el uniforme azul. “Vocación de servicio”, le decían en algún tiempo.
Seguimos sosteniendo que la violencia no tiene lugar en ninguna forma. Mucho menos, con la historia como país que arrastramos por detrás.
Toda forma de violencia es repudiable. Pero en la cúspide de ese rechazo se hallan quienes promueven a la violencia. Nada bueno puede salir de la actividad pública patoteril, venga de donde venga y cualquiera sea la bandera o divisa que se pretenda enarbolar para justificarse.
En algunas declaraciones, representantes del sindicato se agraviaron de que les echaran agua o les tiraran con huevos. Ninguno reflexionó que, tal vez, ellos lo han provocado de alguna manera. Parafraseando a Sor Juana Inés de la Cruz, quien alertaba sobre aquellos “necios” que culpaban a un tercero, “sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis (…) Si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿Por qué queréis que obren bien si incitáis al mal?”.
Brilló asimismo por su ausencia cualquier autocrítica sobre la forma en que se manifiestan. Tampoco nadie -que sepamos- del sindicato se disculpó con María Laura por el maltrato, embarazada de ocho meses. Ni con su hijo atacado, de sólo cuatro años.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales