jueves 21, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Mano dura, tolerancia cero y anomia

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Por Alejandro Zeverín Escribano*

En un reportaje para Argentina, Rudolph Giuliani, político estadounidense ahora devenido en empresario de la seguridad, desmintió que la política criminal que él aplicó en Manhattan -denominada “tolerancia cero”- haya sido sinónimo de “mano dura”. Escapaba a la crítica que generó aquí y allá, dándole el toque democrático a su accionar frente al crimen, para luego agregar que propugnaba igualar la responsabilidad de los menores a la de los adultos en casos graves, sosteniendo que las medidas policiales “son más efectivas, pero sólo en corto plazo”.

En verdad mixturó lo que hizo con lo que debería haber hecho. El método de acción de política criminal que se adjudica Guliani -y que vende cobrando honorarios por explicarla- preconizaba la mano dura que ahora no admite, diciendo que la teoría no ha sido de su autoría. Tampoco lo fue de su jefe policial, William Bratton. El origen proviene de un informe luego ampliado a libro de George L. Kelling tomado por David Gunn, responsable del área de transportes de la ciudad de Nueva York, quien lanzó un programa para tratar de limpiar coches de subte, estaciones y colectivos.

En aquella época, el grafitti se había convertido en una pesadilla para los usuarios de servicios comunales y para los responsables de su mantenimiento porque desde coches de subte hasta ventanales y estatuas estaban siendo víctimas de su impresión con consecuencias de mugre y destrucción. De pronto apareció Bratton en escena, contratado por Giuliani, el que profundizó aquella teoría primaria de Kelling, ascendiéndola a teoría. Planteó el ejemplo que se dio en llamar “de la ventana rota”, que se dirigía hacia la represión del vandalismo sosteniendo que arreglar los problemas cuando aún son pequeños es mas fácil.

La idea resultó y Giuliani la amplió a objetivos de política criminal, poniendo en las fuerzas de control social directo –la policía- su discrecional implementación. Así ocurrió el fenómeno de la mano dura, es decir, brutalidad policial, en síntesis. Se ponía como ejemplo de viabilidad de esa incipiente teoría que si se reparan las ventanas rotas en un período corto, la tendencia se impondrá, será imitada, así sería menos probable que los vándalos rompieran más ventanas o hicieran más daños.

De allí bajaba al tratamiento policial que debía controlar y le daba a la fuerza policial su supervisión sobre el crimen menor y el mayor, decía que si se actuaba sobre los menores, los delitos más graves disminuirían y así serían prevenidos.

Giuliani, un político de raza, la lanzó como política criminal general contra el crimen en Nueva York, una ciudad donde la policía depende del alcalde, que era él. Efectivamente, los índices de criminalidad bajaron pero empezaron las acusaciones de discriminación y abusos policiales en contra de las minorías. Se criminalizó la pobreza de una forma tal que la policía se transformó en ciertos barrios en sinónimo de enemigo y viceversa.

Pero la famosa teoría se quedó en la primera trinchera, de allí su problema de exponerla como método permanente de acción en política criminal. La acción implementada como shock inicial -controles, detenciones de vagabundos, represión de la marginalidad, del vandalismo- dio resultados primarios. En cualquier plan de seguridad urbana la presencia y actuación policial los aseguran. Pero luego no hubo respuestas para el “después”, y aún ahora no la brinda lo que vende Giuliani.

Porque resulta intolerable desde la óptica democrática sostener la seguridad desde una visión sólo de represión permanente. Nadie puede pronunciarse contra la represión del crimen, sí sobre un determinado método en el control del accionar de los agentes mandados a ejecutar.

En eso falló Giuliani y por algo los ciudadanos de Nueva York se lo hicieron saber. No se presentó a su reelección aduciendo otros motivos nunca demostrados y así se advirtieron las patas cortas de la teoría.

La teoría de la anomia

Hoy Nueva York no es ningún paraíso pero aquello sirvió para poner sobre el tapete lo enunciado por Émile Durkheim, quien desarrolló el concepto de anomia y su relación con el suicidio. Identificó momentos en que los vínculos sociales se debilitan y la sociedad pierde su fuerza para integrar y regular adecuadamente a los individuos, generando fenómenos sociales como el suicidio.

De Bratton se sabe que trabajó como consultor en diversas ciudades estadounidenses con menor estrella, las que sucedieron a Giuliani al implementar un riguroso control administrativo-judicial sobre la actuación policial y actuaron en una segunda fase con singular éxito. Se lo podría caracterizar como “recuperación del territorio”, logrando el objetivo de que la ciudad, sus parques, sus servicios públicos, sus lugares de descanso y distracción a toda hora del día deben estar ocupados por los ciudadanos comunes, con la guarda de los agentes del Estado, con exclusión de los delincuentes e imponiendo la ley.

Córdoba carece de una visión completa del problema criminal y olvida a quien debe ser repuesto en el “territorio”. Hoy el ciudadano encuentra seguridad sólo en el interior de sus viviendas, algo que en criminología se llama “fortaleza asediada”. El territorio está ocupado por los maleantes y el ciudadano, protegido en su casa, la que considera su fortaleza. La aparición de barrios cerrados, armas en las viviendas y agencias de seguridad son sus consecuencias.
El Estado, sin dudas, perdió el control de la situación y trasladó la obligación de dar seguridad a sus habitantes, se incapacitó para hacer cumplir la ley y privatizó sus obligaciones de brindarla.

* Abogado penalista. Máster en Criminología y titular de Metodología de Investigación Criminal de la Escuela Superior de Policía.

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