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Los pequeños movimientos

Por Samuel Paszucki * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Por Samuel Paszucki *

Desde hace quince años trabajo como mediador. He aprendido que ningún caso es igual a otro; pueden ser similares, tratar temas parecidos, pero cada causa tiene alguna característica que la diferencia. También estoy convencido de que no hay expedientes “fáciles”. Ni siquiera los que al principio pintan como tales.
Pienso también que el trabajo conjunto de dos o más mediadores en un proceso, tal como se aplica en Córdoba, constituye casi nuestra “marca registrada”. Mediar de a dos alivia, complementa y enriquece nuestra tarea. El caso que hoy quiero comentar refleja ambas apreciaciones. Era una mediación familiar, en la que se establecerían las pautas a seguir en la construcción de la responsabilidad parental. Parecía sencillo.
Se trataba de una pareja: María y José, ambos con instrucción superior, sin demasiados apremios económicos. Ella quería dejar por escrito lo que de hecho sucedía en relación a la hija de ambos, Minerva de ocho años.
La nena seguiría viviendo principalmente con la madre, en un departamento de José. En el tema de alimentos, él manifestó que prefería no pasar una cuota en efectivo, pero aportaba el departamento, que podrían usar madre e hija hasta la mayoría de edad de Minerva. Pagaba los impuestos y el agua de la propiedad; las clases de violín, natación, danzas, la escuela y gastos escolares, incluido el transporte, y la cobertura de una excelente prepaga para ambas y pensaba seguir haciéndolo y suscribir un acuerdo en estos términos. Calculando, se hacía cargo de unos de $15.000, más $500 en efectivo.
Pero María se quería mudar, aduciendo que el departamento era muy pequeño y pretendía que con el alquiler de ese inmueble, José se hiciera cargo de los gastos de la nueva vivienda. José manifestó que María se quería ir porque al lado del departamento vivía la madre de ella. Y que él se oponía a esto porque vivía muy cerca y así el contacto con la hija era casi permanente.
Repasamos los términos del convenio; leímos lo que José ofrecía y cuando vimos que había anotado $500, creí que era un error. Mi compañera dijo: “Todo eso… más $500”. La cara de María expresaba disconformidad. Pasamos entonces a una reunión privada con ella, en la cual manifestó que el acuerdo reflejaba lo que tenía ahora y nada más. Charlamos largamente y surgió la posibilidad de que no lo firmara, si no la satisfacía plenamente. No queríamos que nadie se retirara insatisfecho. Entonces mi compañera se retiró para hablar con José en privado.
Más tarde aparece mi colega y expresa que José, con un gran esfuerzo, ofrecía entregar $1.000 en efectivo. Y María sonrió y dijo: “acepto”. Yo pensé “cherchez la femme”; no sabía si la situación me resultaba graciosa, absurda o sorprendente. El monto original ofrecido en efectivo era exiguo; y el nuevo lo seguía siendo. Más aun teniendo en cuenta de lo que José se hacía cargo. Y firmamos el acuerdo. Y se fueron María y José, charlando amigablemente.
Cuando nos quedamos solos los mediadores, comentamos el caso. El pequeño movimiento que José había hecho era simbólico: María necesitaba llevarse algo más de lo que tenía, aunque fueran $500 más. Esto, en mediación, se llama “reconocimiento”. Y las personas necesitamos el reconocimiento para seguir con nuestras vidas. Necesitamos ser (seguridad, posibilidades de expansión y crecimiento, y reconocimiento).

* Mediador

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