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Los exegetas de Dios

Por Alicia Migliore*
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Por Alicia Migliore*

Todos los dioses son omniscientes porque todo lo saben. Ésa es la razón por la cual mi Dios sabe cuánto me he resistido a escribir estas líneas. Casi, casi que el reportaje del 22 de julio pasado, a monseñor Ñáñez, me había traído algo de paz frente a tanto desquicio. Su palabra, autorizada por cierto, indicando que “estamos frente a una oportunidad de expresar la opinión. Siempre en un marco de respeto y sin agresiones. Tengo el derecho de expresar mi postura, pero sin agraviar a nadie. Y dar los motivos y las razones que sustenta mi postura”, me pareció sumamente criteriosa. Cuando avancé en la lectura, me sentí aún mejor: “Sea lo que sea que resulte de esta discusión, de este debate, sin dudas que se debe continuar en el diálogo”, indicando una sabiduría que a veces parece no existir. Si algo faltaba para mi satisfacción desde mis convicciones religiosas, el cierre de la nota lo logró cuando la máxima autoridad de la iglesia Católica de Córdoba señaló: “Hay algunas personas que, a veces, en el fragor de una discusión, asumen posiciones exageradas. En este caso, desde el punto de vista estrictamente canónico y esto lo señalaba hace poco el decano de la facultad de Derecho Canónico de la Universidad Católica, no hay lugar a una excomunión.”

Iba a quedarme en silencio, pero lo sucedido el pasado lune 23, procurando estigmatizar a los diputados que analizaron el tema de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, y votaron conforme sus criterios, fundando sus votos con los razonamientos que estimaron pertinentes, me ha inundado de indignación y necesito reflexionar con aquellos que estén dispuestos a hacerlo.
Ñáñez habla de un Estado laico, que en realidad no somos. Mucha es la confusión cuando aquellos que se sienten llamados a las guerras santas piden al César lo que es de Dios.
Respetando las diversas creencias el Estado, no puede enarbolar los dogmas de una iglesia sin incurrir en discriminación y desmedro de otras, y obviamente sin excluir a librepensadores, agnósticos, ateos. A pesar de ello, se entronizan imágenes católicas en todos los espacios públicos.
Mi preocupación fundamental tiene que ver con lo que afirman, desde aquel dogma de la infalibilidad que se atribuye al Santo Padre, quienes se sienten voceros de Dios, o más bien dicho sus exégetas.
Los que peinamos canas o acudimos a la tintura, recordamos los desmayos de la infancia cuando se consideraba necesario para recibir la hostia tres horas de ayuno de comida y dos horas de ayuno de bebida, para evitar la contaminación.

Era el tiempo de la misa en latín, con el sacerdote de espaldas, en la que pocos entendían de qué se trataba, porque algunos eran los elegidos que contaban con instrucción suficiente.
Hacía tiempo que Camila O’Gorman y Ladislao Gutiérrez habían sido fusilados, pero era mucho más reciente la intervención de Eva Duarte en la erradicación de los calificativos de los hijos que había previsto Vélez Sársfield; éste en su Código Civil hablaba de los hijos matrimoniales y extramatrimoniales (categoría que se mantuvo bastante tiempo más) pero he aquí que los hijos extramatrimoniales se clasificaban en “naturales”, si no tenían padre conocido o eran fruto de concubinato; sacrílegos, si uno de sus progenitores era sacerdote o monja consagrada; incestuoso, si sus padres tenían algún impedimento matrimonial por razones de parentesco, y adulterinos, cuando alguno de los padres estaba casado con otra persona.
En esos tiempos, preguntarle al curita andaluz, responsable de la catequesis, que nos había hecho dibujar a Jesús diciendo “Dejad que los niños vengan a mí” y a la malísima Eva dándole la manzana al pobre tonto de Adán que la comió y nos dejó con una mancha que se iba sólo con el bautismo, adónde iban los chicos que se morían sin que los padres los hubieran bautizado, lo hizo toser. Nuestra pregunta era simple “¿Cielo o infierno?” y el curita reprobó porque no entendió la consigna y en el choose a choice contestó mal: dijo “Al limbo”. A los siete años, no se acepta por respuesta a la pregunta “¿qué es el limbo?” la que dio el cura: “El lugar adonde van los chicos que los padres no bautizan”. Algunos entendimos que era como un infierno de segunda y los más optimistas, que era un cielo de segunda. Lo que ninguno entendió era cómo se compadecía el limbo con aquel dibujo tan lindo que habíamos hecho, si los chicos no tenían nada que ver.

Cuando cumplimos el mito de casarnos con el hombre equivocado, con misa de esponsales algunas, para luego de rosarios y novenas aceptar que era imposible convivir con esa persona, recibimos la respuesta eclesiástica de la exclusión: basta de sacramentos, por haber roto el matrimonio que Dios unió, fuera de la iglesia, salvo para mirar a través del vidrio y sin participar.
Pero a otras no: ¡las que tenían contacto o dinero para pagar expertos en derecho canónico acudían a la Sacra Rota y ahí disolvían el vínculo y se casaban de nuevo!
Cuando se recuperó la democracia, muchos inquisidores tomaban nota, como en tiempos de la dictadura en las colaciones de grado, de los nombres de los funcionarios que no votaban por la fórmula 1 (Dios y los Sagrados Evangelios); era grave jurar por la 2 (Dios, la Patria y el Honor) y ya si juraban por la 3 (la Patria y el Honor) era susceptible de persecución por hereje y apóstata.
Crecimos en esta democracia joven, pero no tanto como sería lo deseable: hace apenas un cuarto de siglo discutíamos la ley de educación provincial, la 8113, y se pretendía imponer la educación católica dentro del horario escolar y dentro de las bases curriculares en la escuela pública. Tanta fue la insistencia y la consecuente resistencia en nombre de la libertad, que aquellos que quedamos en esa línea de trinchera salimos convencidos de oler a azufre, tanto nos vincularon con el demonio.

Y ahora, que creímos que las guerras santas era la locura que representan los miembros de Isis, Hezbollah, etcétera, vemos marchar a nuestro lado a los mensajeros del odio y la intolerancia. El papa Francisco olvida a su inspirador, el “poberello de Assissi” y no se convierte en un instrumento de paz, cuando compara la legislación que se debate con la Shoá. No es equilibrado. No es justo. No es sabio. No parecen del mismo sector con nuestro arzobispo.
Todos los ejemplos que se señalaron al comienzo apuntan a entender que los exégetas van más allá que el mismo Dios; solemos decir a veces que es la fe del converso, o que son más papistas que el Papa.
Lo cierto es que el Dios del amor no debe querer que sus hijas más pobres permanezcan en la clandestinidad sin ninguna mano que las contenga ni las acompañe en su casi segura muerte. Él, que es todo amor, seguramente podrá entender las razones que a veces conducen nuestro obrar. Y si así no fuera, y quedáramos quienes pensamos en la salud pública en situación de condena, peor que al limbo, al infierno que tememos ¿no sería castigo suficiente, abarcando toda la eternidad?
Hay partes de las Enseñanzas que no han leído los que salieron a destruir la imagen de estas buenas personas, estámpandolas en las calles: “No juzguéis y no seréis juzgados”. Decimos a nuestros valientes legisladores “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”. Ustedes.

(*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política.

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