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Los casos de Julio César

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Sus polémicas actuaciones en el foro lo pusieron en la palestra pública. El lado menos conocido del romano más famoso.

Por Luis R. Carranza Torres

En general, lo conocemos a Gaius Iulius Caesar por sus hazañas en la Guerra de las Galias, como político despiadado en Roma o por sus amoríos con Cleopatra en Egipto. Pero pocos tienen en mente que su carrera pública comenzó por sus labores como abogado en el foro romano.

Pocos lo conocían y casi nadie reparaba en él como hombre público antes de intervenir en tales juicios. Luego de ellos, era una figura pública en Roma.

Hijo de un político poco influyente que únicamente llegó a la pretura antes de morir en una campaña militar, su madre Aurelia provenía de una familia plebeya que había adquirido el rango senatorial por su riqueza e influencias varias.

Su infancia transcurrió en un ambiente esencialmente femenino, entre su madre y sus dos hermanas. Padecía crisis epilépticas, lo que en la época aventaba los rumores de estar poseído por alguna maldad o llevar “por algo” un castigo de los dioses. Para sumar adversidades, su primer cargo público como Flamen Dialis o Alto Sacerdote de Júpiter fue anulado por el dictador Sila. Perdió con ello los honores inherentes al cargo, tales como ser el único de entre todos los sacerdotes que vestía el albogalerus – un gorro blanco sacerdotal- y la toga praetexta, de color blanco con el borde púrpura, ser escoltado por un lictor, sentarse en la silla curul y ocupar un asiento en el senado romano en virtud de su oficio.

Con Lucio Cornelio Sila Félix, dueño de vida y muerte en la Roma de ese tiempo, la cosa con Julio fue de mal en peor, siéndole luego confiscados todos sus bienes y hasta poniendo el gobernante precio a su cabeza por lo bajo. Dos talentos de oro, equivalentes a 6.000 denarios o unos 24.000 sestercios fue el precio ofrecido por su cabeza a una banda de sicarios para que su muerte “pareciera un accidente”. Entonces César decidió que era hora de cambiar de aires y, tras sobornar a los “muchachos” de Sila para que no lo mataran, escapó de Roma para unirse al ejército que guerreaba en el Ponto contra el rey Mitrídates VI bajo las órdenes del cónsul Marco Minucio Termo. Pronto demostró una capacidad poco común de mando sobre la tropa y un valor personal encomiable en batalla. Tales virtudes lo llevaron, luego de la toma de la ciudad de Milene, a ser acreedor de la más alta condecoración militar romana: la corona cívica. Tal distinción se otorgaba sólo a quien salvaba la vida a otro romano en alguna batalla. Entre los privilegios que otorgada a su destinatario, se hallaba poder usarla públicamente en su cabeza, y colgar una igual hecha de hojas de roble o encina en la puerta de su domicilio.

Héroe de guerra condecorado pero sin una moneda, Julio volvió a Roma después de la muerte de Sila. Pero en lugar de poder disfrutar de su fama militar, tuvo que hacer frente a comentarios maledicentes respecto a que en Oriente se había “prostituido” ante un “rey bárbaro”. Qué hizo o dejó de hacer el joven Julio con el rey de Bitina, Nicomedes IV, durante un banquete nocturno que devino en franca “festichola”, y en la que actuó como “copero real”, es todavía motivo de discusión histórica.

Su reivindicación a la vida pública vino por el lado de las leyes. Corría el año 78 a.C. cuando César inició una carrera como abogado en el Foro de Roma. Tenía por entonces sólo 22 años, mucho hambre de figuración y más todavía de conseguir sestercios para solventar sus siempre abultados gastos. Pronto se destacó por su cuidada e implacable oratoria, así como por llevar adelante los casos más polémicos. Esos que nadie quería aceptar por las complicaciones sociales que traían aparejados.

El primero de ellos fue la acusación contra el excónsul Cneo Cornelio Dolabela, quien luego de dejar el consulado y ser nombrado al año siguiente procónsul en Macedonia, al parecer allí había malversado los fondos del Senado y pueblo romano. El afectado contrató para su defensa a dos de los más ilustres abogados de la época: Quinto Hortensio, apodado

“Bailarín” por su manera de moverse durante sus discursos en los pleitos, y Lucio Aurelio Cotta. El debutante Julio terminó perdiendo el pleito, pero no antes de evidenciar ante todos que podía ser un adversario muy duro para roer.

Un año después tomó el caso contra Gayo Antonio Hybrida, representando unas ciudades griegas a las que había saqueado durante una campaña de Sila en Grecia.  Esta vez César ganó el juicio, aunque el condenado se las ingenió para que los tribunos de la plebe ejercieran su derecho a veto de lo decidido, dejando así en suspenso la condena dictada en su contra.

Tales éxitos judiciales cambiaron la marea política a su favor. Desterró las dudas respecto de su capacidad para la vida pública y le abrió las puertas a ser el Julio César que hoy más conocemos. Pronto, dejó sus actividades en el foro por otras aún más riesgosas y difíciles.

Es que Cayo Julio nunca se conformó con nada en su vida, empezando por haber logrado ser el más polémico y famoso de los abogados romanos.

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