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Lo que dejó la toma del Pabellón Argentina

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Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

En el año del Centenario de la Reforma Universitaria hemos asistido a una de las medidas más extrañas, bizarras e indignantes en el propio corazón de nuestra Universidad Nacional de Córdoba.
Primero que todo, cabe distinguir entre las legítimas reivindicaciones salariales docentes del actuar de otros que aprovechan para tironear una protesta legítima hacia otros postulados.
En segundo lugar: la protesta es parte inescindible de la democracia. No existe Estado de Derecho sin el resguardo de la libertad de expresión en su faz más directa: la protesta pública.
Como toda manifestación de un disenso, de un entredicho, de un conflicto, definir sus contornos no es fácil en algunos casos. Pero de ello no puede pretenderse ni postular un vale todo.
Asimismo, el espacio público es por definición abierto al uso de todos. Esto no implica apropiárselo o sacarlo del fin de interés público que se tuvo en miras al establecerlo.
Respecto de la toma del Pabellón Argentina, la parte buena de la noticia es su finalización: tras el retiro de las veinte personas que lo ocupaban; la Universidad pública vuelve a poder funcionar, sus órganos superiores a cumplir con sus deberes, los títulos universitarios a poder confeccionarse y las colaciones a llevarse a cabo.
El cese de la medida se produjo al mes de haberse iniciado y casi contemporáneamente con la imputación penal de quienes la llevaban a cabo. Estos partieron raudamente del lugar, previo cargar sus enseres, con los rostros tapados por máscaras, pese a que muchos se habían expuesto públicamente incluso ante las cámaras de los medios que no los filmaran. ¿La razón de este ocultamiento tardío? Porque la Justicia sostuvo que no tenía identificados a los ocupantes del Pabellón Argentina.

El contraste con los reformistas de 1918 no puede ser mayor: hace un siglo, en una sociedad mucho más rígida y autoritaria que la presente, en un contexto mucho más proclive a la persecución y al abuso de poder del Estado, ninguno de ellos tapó el rostro.
Es que uno de los parámetros, no sólo de la creencia en la legitimidad de lo que se persigue, sino de la voluntad, ganas o coraje que uno pone en llevarlo a cabo, está dado por ese detalle nunca mínimo: si uno da la cara (o no) por las ideas que expone.
Claro que lo peor de la toma se puso en evidencia cuando las autoridades universitarias retomaron la posesión del lugar: algunos destrozos y faltantes de bienes públicos, a la par de falta de higiene y acumulación de basura en diversos sitios.
Y por si faltara algo, lo que más nos conmovió es lo ocurrido en el bar «Café Cultural» que funciona en el predio. También allí no poco del mobiliario fue hallado roto y faltaban 15 sillas del concesionario, al igual que en las partes públicas. Pero lo más terrible y desagradable a nuestro entender es que quienes mantuvieron la toma dejaron podrir la comida allí almacenada. En un país donde a muchos compatriotas le falta y resulta más que necesaria. No es un detalle menor. Podría haberse retirado tranquilamente. En nada era necesario para las reivindicaciones varias que se enarbolaban para mantenerse en el lugar. Alguien que ve tranquilamente cómo se echan a perder alimentos, mal puede después alegar alguna sensibilidad social en nada.

En el centenario de la Reforma Universitaria de 1918, una toma que empezó con bombos y platillos y declaraciones rimbombantes termina siendo una caricatura de sí misma. A la par de mostrar la falta de educación en el comportamiento de sus actuarios, así como la egoísta indiferencia a los perjuicios que causaron a otros y que resultaban completamente evitables.
Un amigo con ideas de centroizquierda, que rechazaba la toma y tildaba a quienes las llevaban a cabo de “fascistas”, al ver el modo en que se retiraban por la televisión de un bar en la zona de Tribunales nos dijo, citando a John Reed cuando escribió sobre la Revolución Rusa de 1917: “A los que se han ido y a los que hacen tales propuestas les decimos: ¡sois gentes aisladas y tristes; habéis fracasado; vuestro papel ha terminado! ¡Id donde pertenecéis: al basurero de la historia!».
Nos pareció curioso el recordatorio y la asociación. Por eso nos permitimos, con su venia, transcribirlo. Por esa posibilidad que sea una verdad.

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