ESCUCHARPor Claudia Sciú *
La familia es considerada el primer núcleo de solidaridad dentro de la sociedad, siendo mucho más que una unidad jurídica, social y económica. La familia es, ante todo, una comunidad de amor y de solidaridad.
En sólo treinta años hemos pasado de una época en que casi todo el mundo se casaba, generalmente al final de la adolescencia o a principios de la edad adulta, a otra en la que hay una creciente minoría que nunca se casará, y en que la mayoría posterga el matrimonio hasta después de los 25 años o incluso hasta más adelante.
El matrimonio ya no es más el acontecimiento eje que articula el comienzo de las relaciones sexuales, la procreación, el abandono del hogar paterno, o incluso la formación de un hogar.
Todos estos acontecimientos son cada vez menos interdependientes, tratándose cada uno de ellos de eventos delimitados en el curso de vida (Modell 1989, Modell, Furstenberg y Hershberg 1976; Furstenberg 1982).
El modelo de familia, ampliamente difundido bajo el rótulo de “familia nuclear”, padre, madre, hijo, fue cediendo espacio a una creciente diversidad de formas y estilos de vida familiares.
Nuevos comportamientos sociales -como disolución de las parejas por vía de separaciones y divorcios, creciente inserción laboral de las mujeres, uniones en convivencia, tanto hetero como homosexuales, métodos de fertilización asistida, adopciones- cuestionaron las bases del “modelo tradicional”, tornando inviable la existencia de un modelo único de familia.
Al lado de la familia nuclear “tradicional” comenzaron a cobrar relevancia numérica y social las familias “monoparentales” (un solo progenitor) “homoparentales” (progenitores de un mismo sexo) y “reconstituidas o ensambladas”.
Todas estas configuraciones fueron imponiendo cambios sociales, económicos y jurídicos para alojar y regular las obligaciones y derechos de la amplitud de formas de familias.
Es así que la Convención sobre los Derechos del Niño otorga a la familia el carácter de medio natural y la define como un grupo fundamental de la sociedad para el crecimiento y el bienestar de todos sus miembros, y en particular de los niños.
Asimismo, aboga por el reconocimiento y la aceptación de las diversas configuraciones y estructuras familiares, asumiéndolas como aptas y capacitadas para la crianza y constitución de la identidad de los niños. El nuevo Código Civil y Comercial de la Nación Argentina, del año 2015, así lo refleja en materia de Derecho de Familias.
Los diversos estudios históricos muestran que si bien la estructura familiar ha cambiado significativamente con respecto a su forma más tradicional en cuanto a funciones, composición, ciclo de vida y rol de los progenitores, sigue siendo la unidad básica de organización social en la mayor parte de las sociedades modernas.
Los cambios en las últimas décadas han hecho “redescubrir” que la familia sigue representando un valiosísimo potencial para el amortiguamiento de los efectos dramáticos de problemas que trae el diario vivir.
Estos cambios van llegando a las mesas de Mediación Familiar y le imponen a nuestra tarea como mediadores la revisión constante acerca del modelo familiar con el que más nos identificamos. Modelo éste que, probablemente, se encuentre vinculado con lo vivido por cada uno de nosotros en nuestra historia personal y en relación con nuestras creencias.
Como operadores de la Justicia, estamos llamados a ampliar la perspectiva relativa a la multiplicidad de formas familiares vigentes, “alojarlas”, dándoles un lugar en primera instancia en nuestro universo de representaciones, para luego articular con la tarea para la que somos convocados en nuestro rol de mediadores de familias.
Más allá de sus fuertes transformaciones, las familias, como centro de vida fundamental para los seres humanos, sigue siendo la red fundante de vínculos y sostén de la vida.
* Licenciada en Psicología. Mediadora
