Su genialidad desbordó en múltiples campos pero fue opacada por sus posturas políticas
Hablar de Juan Meléndez Valdés usualmente es referirse a su estatura como el más destacado de los poetas españoles del siglo XVIII. Es por ello que, con frecuencia, se deja marginada su múltiple actividad jurídica como magistrado, doctrinario y catedrático.
Se trata de una personalidad propia del período de la ilustración, que tanto se absorbió y tan poco produjo en el decadente imperio borbónico español. Don Juan desplegó su vida en varias facetas como catedrático de la Universidad de Salamanca, fiscal, poeta, dramaturgo y ensayista.
De su obra escrita se conocen mayormente las ediciones de su poesía, prosa y teatro pero también escribió respecto al derecho. Sus Discursos Forenses, publicados por la Imprenta Real en 1821, recogen sus experiencias procesales como magistrado en la Sala Segunda de Alcaldes de Casa y Corte, a la que ingresó el 28 de marzo de 1798.
Desfilan allí diversas piezas documentales de acusaciones, dictámenes, informes, exposiciones y discursos sobre diversos casos penales, ubicadas en el contexto del respectivo caso. La exposición de éste, «narración» según el arte retórico de entonces, que el autor llama también «historia del hecho», no sólo son piezas magistrales del relato, por sus descripciones precisas del suceso criminal, sino que se adelantan a su tiempo.
Tienen una estructura muy similar que repite, en términos generales, el modelo que los letrados estudiaban en la retórica civil, sin que esto impida ciertos recursos hábiles y originales, evidencia de la creatividad del autor también en lo jurídico. Tales discursos bien pueden verse como una suerte de antepasado del método de casos moderno o de los análisis técnicos de materia penal.
En opinión de Emilio Palacios Fernández, uno de sus mayores estudiosos: “Razones de distinta naturaleza nos permiten afirmar que estos documentos son auténticas piezas maestras del género judicial y le sirven para proyectar su espíritu progresista de hombre ilustrado”. Es que Meléndez Valdés no trata asépticamente el caso sólo en lo jurídico sino que le incorpora a su análisis cuestiones sociales, culturales y económicas, entre otras.
Él escribió una poesía madura y reflexiva que no agradó a sus comentaristas coetáneos; entendía que ella “formaba el gusto, suavizaba las costumbres, hacía deliciosa la vida y más agradable la amistad, perfeccionaba la sociedad, estrechaba sus vínculos entre los hombres, los aliviaba y entretenía en sus ocupaciones de ciudadanos. La poesía se convertía así en un mecanismo de promoción de la nueva sensibilidad”, al decir de Palacios Fernández.
En 1761 perdió a su madre con sólo siete años de edad, hecho que determinaría su personalidad y le imprimiría los rasgos de sensible y melancólica, con necesidad de apoyarse en la amistad.
Estudió latín y filosofía durante tres años en el Colegio de Santo Tomás de Madrid, para luego completar su formación en otros dos años en los prestigiosos Reales Estudios de San Isidro, donde aprendió lengua griega y filosofía moral.
Su siguiente etapa formativa fue a partir de 1772 en la Universidad de Salamanca donde, en la Facultad de Derecho, a la par de seguir sus estudios clásicos con clases de griego, desarrolló la afición por la poesía demostrada desde pequeño. Salamanca tenía una larga tradición literaria en la que se sumergió, tomando parte en las academias poéticas en las que recitaban y comentaban fragmentos de autores latinos y griegos o de los maestros renacentistas, así como leían sus propias producciones, en las que intentaban conciliar el gusto clásico con la nueva sensibilidad dieciochesca.
En agosto de 1774 falleció su padre. Le siguió a ello una gran depresión, estrechar la relación con su hermano Esteban y refugiarse en la composición poética, en la disciplina de estudio y en la lectura de clásicos. El 23 de agosto de 1775, tras un riguroso examen público, obtuvo el grado intermedio de Bachiller en Derecho.
A la par de sus estudios jurídicos, entre el aprendizaje de las Leyes de Toro y la Nueva Recopilación, por su afición humanística el rector de la universidad le encargó una sustitución temporal en la cátedra de Lengua Griega. Finalizó sus estudios de derecho en 1779 y realizó las prácticas de bufete exigidas en este último año de carrera. En octubre se le expidió el título oficial de licenciado en Leyes. Se había ocupado también en ese tiempo en dar clases de Letras y en explicar los versos del poeta latino Horacio. Por tales épocas, la lectura de los escritores ingleses atrajo su atención. De ellos, el Ensayo sobre el hombre, de Pope, y los escritos de Young le impresionan por sobre los demás.
A la par de sus publicaciones poéticas, desempeñó diversos cargos judiciales, principalmente como fiscal y juez. Después de la ocupación francesa, se puso al servicio de José I, hermano de Napoleón, ocupó puestos en el Consejo de Estado y fue nombrado Caballero de la Orden Real de España. Tildado de “afrancesado” luego de la Guerra de la Independencia, debió huir a Francia y residió en varias partes del país, en tanto su salud y ánimo se deterioraba. Falleció el 24 de mayo de 1817 en Montpellier.
Tal adhesión a la intervención francesa le mereció el ostracismo público de los reconocimientos aun luego de muerto. Pero en un raro ejemplo de saber distinguir las cosas que resultan distintas, su obra poética siguió difundiéndose, sin abundar en consideraciones de su autor. Una prueba más, por si se necesitara, de su genialidad en la materia.