Hace un tiempo escuchamos, en uno de sus cuentos, de boca del filósofo cordobés contemporáneo Cacho Buenaventura, que los argentinos vamos apurados a hacer cola para no hacer cola.
Como pasa con el humor cuando se encuentra con la realidad, lo que resulta gracioso es, no pocas veces, una gran verdad. Y ésta, mal que nos pese, lamentablemente ha ido convirtiéndose poco a poco en una característica crónica de la realidad de nuestros días.
Paradójicamente, en la época en que las comunicaciones y el desarrollo informático han alcanzado altos niveles de progreso y acceso a la población, es cada vez más usual ver largas colas de personas esperando ser atendidas en algún organismo oficial, cuando con sólo actualizar los sistemas se evitarían tantos inconvenientes a los usuarios, tal como lo han hecho otros países, donde se ha reducido al mínimo y simplificado ampliamente los procedimientos y formas de concretar los trámites.
Ese al parecer matrimonio fiel entre la administración pública de turno y las colas viene de larga data. Más de la que nos podamos a primera vista imaginar.
Refiere Emilio Sánchez en su obra Del pasado cordobés en la vida argentina, ello ocurrió por caso, un hecho nada menos que del año 1884 cuando el gobernador Gregorio I. Gavier designó a Marcos N. Juárez como jefe de Policía de la capital cordobesa. Entre los logros de dicho funcionario, quien luego llegaría a ser gobernador de la provincia, refería el citado escritor y periodista: “Con voluntad e inteligencia ha logrado transformar el vetusto local policial sobre la callejuela de Santa Catalin, y concluir con aquel ya deficiente personal formado por extropas de la guerra con el Paraguay, y a los que sólo uniformaba el achaque físico y una astrosa vestimenta. La policía de la capital es ahora muy otra. Se impone por sus agentes fuertes y adiestrados; por la planta de “policeman” que da a cada uno de los mismos el uniforme y correaje modernos, y una mayor civilidad”.
Y en cuanto al tema que nos ocupa, se acotaba: “Además esos guardianes del orden no sufren ya la mengua de la diaria ración de carne con que el gobierno integraba, desde tiempo inmemorial, el mísero sueldo del gendarme policial, y para recibir la cual, esposa o hijas de esos servidores públicos debían acudir todas las mañanas a la recova del Cabildo, donde el espectacular reparto de la matutina ración, resultaba humillación y pérdida de tiempo, pues esas esposas e hijas tenían que hacer fila, lo que es ahora la mal llamada “cola”. Juárez ha obtenido la mejora del sueldo de ese servidor, y con ello ha puesto fin al humillante y viejo espectáculo”.
Como puede verse, nuestra actual “cola” -heredera de la más antigua e histórica “fila”- tiene mucho que ver con cierto modo de actuar del Estado respecto de sus ciudadanos. No por nada, frente a una administración que cumple eficientemente con sus funciones, las “colas” desaparecen.
Hoy en día sólo basta pasar por frente a alguna de las sedes de la AFIP, Anses, Banco Nación, etcétera para encontrarse con una gran cantidad de personas que, desde antes de que esas reparticiones abran sus puertas a la atención al público, comienzan su calvario, a la espera de poder concretar el trámite que de manera obligada deben realizar periódicamente.
¿Y qué tipo de relación es ésa? Paciencia, estimados lectores, eso lo dejamos para la semana próxima. Casi podemos asegurarles que este tema va a traer, indudablemente, cola.
* Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. ** Abogado. Magister en Derecho y Argumentación Jurídica.