jueves 9, enero 2025
jueves 9, enero 2025
Comercio y Justicia 85 años

La terminal: apatridia en la ficción

ESCUCHAR

Por Florencia G. Rusconi (*)

En The terminal, Tom Hanks interpreta a Viktor Navorski, un hombre atrapado en un aeropuerto.

Si bien esta película del año 2004 es una especie de comedia y drama con Navorski obligado a vivir en los pasillos y salas de un aeropuerto, el director Steven Spielberg basó la historia en un caso real.

Tal como sucede en la película con la historia de Navorski, en la vida real existió un hombre iraní llamado Mehran Karimi Nasseri que pasó 18 años viviendo dentro del Aeropuerto Charles de Gaulle en París, Francia. Nasseri fue conocido como “sir Alfred del Charles de Gaulle”.

The terminal está enfocada en la insólita historia de un hombre que se quedó varado en la terminal del Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, de Nueva York, después de que su país desapareció a raíz de un conflicto armado. Debe vivir en el aeropuerto durante un año, mientras libraba una batalla diplomática para poder entrar a EEUU.

En la historia, el personaje Navorski provenía de un país ficticio llamado “Krakozhia”, que -a causa de un golpe de Estado- había dejado de ser reconocido por EEUU, lo que dejó al hombre sin una ciudadanía efectiva.

Aunque nunca se dijo que el personaje interpretado por Tom Hanks en el filme estaba basado en Nasseri, las similitudes entre la ficción y la realidad son notables.

Apatridia 

Nasseri, personaje real, y Navorski, personaje ficticio, tenían la condición de apátridas.

Apatridia” es el nombre que recibe la condición de ser apátrida.

Apátrida es una persona física que no posee ninguna nacionalidad; es decir, no cuenta con la pertenencia (y por extensión, reconocimiento y protección de sus leyes) de ningún Estado; y la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas de la ONU del año 1954 -que los protege-, lo definió formalmente como “cualquier persona a la que ningún Estado considera destinataria de la aplicación de su legislación”. Tal condición legal es poco frecuente en el Derecho Internacional.

En tanto, la Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma en su artículo 15ː

1. Todo individuo tiene derecho a tener una nacionalidad.

2. Nadie puede ser arbitrariamente privado de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad.

Nuestro país, por ley N° 19510 del 2 de marzo de 1972, se adhirió a la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas y la promulga con fuerza de ley.

Para completar el marco jurídico, el 17 de julio de 2019 se sanciona la ley Nº 27512 llamada Ley General de Reconocimiento y Protección de las Personas Apátridas, que dispone en el artículo 3°: “El propósito de esta ley es asegurar a las personas apátridas y solicitantes del reconocimiento de tal condición, el disfrute más amplio posible de sus derechos humanos y regular la determinación del estatuto, protección, asistencia y otorgamiento de facilidades para la naturalización de las personas apátridas que no sean refugiadas”.

 El hombre sin patria: la historia real

De acuerdo al diario The Guardian, DreamWorks -la compañía del director Spielberg- pagó un cuarto de millón de dólares a Nasseri para retomar su historia. Meses después del lanzamiento de la película, Nasseri publicó su autobiografía The terminal man.

Nasseri fue un refugiado de Irán que vivió en el aeropuerto de Charles de Gaulle de 1988 a 2006 dentro de la Terminal 1, porque había un vacío legal con sus documentos de residencia.

Este iraní, atrapado en un limbo diplomático, se instaló en 1988 en una pequeña área del principal aeropuerto de París, donde vivió durante 18 años.

La historia de cómo Nasseri llegó a convertirse en el ocupante más longevo del aeropuerto de la capital francesa se remonta a sus misteriosos orígenes, los cuales han sido construidos a partir de decenas de notas de prensa escritas sobre este personaje. En cada una, Nasseri entrega una historia levemente diferente, pero el consenso indica que su país de origen es Irán.

Hijo de padre iraní y madre británica, Nassari nació en 1945 en Soleiman, una zona de Irán bajo jurisdicción británica

El peregrinaje que lo llevó al aeropuerto de París comenzó en 1972, cuando tras la muerte de su padre médico, su familia le dio la noticia de que era hijo ilegítimo. Su verdadera madre era, de hecho, escocesa, o al menos así lo sostenía pese a que su apariencia indicara lo contrario.

Su familia lo rechazó y Alfred se fue de casa para estudiar economía yugoslava en el norte de Inglaterra. Regresó a Irán en 1974 y se vio envuelto en manifestaciones en contra del Shah. Arrestado y torturado por el Savak, el ministerio de seguridad iraní, Alfred fue despojado de su nacionalidad y expulsado del país. 

Los siguientes años estuvo vagando por Europa en busca de asilo político, hasta que en 1981 Bélgica le concedió el estatus de refugiado y le otorgó documentos de identidad. Intervino en esta gestión el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Ése, que debió haber sido su final feliz, resultó ser apenas el comienzo de su historia.

Poco después de eso, a Alfred le robaron sus documentos o, de acuerdo con otra de las versiones sobre él, se los devolvió a las autoridades “en un momento de locura”. El caso fue que de Bélgica viajó a Francia, donde pasó los siguientes años entrando y saliendo de la cárcel por cargos de inmigración ilegal.

En 1988 Alfred intentó regresar sin éxito a Reino Unido pero, al llegar al Aeropuerto Charles de Gaulle de París le fue imposible salir de Francia porque no tenía papeles. Como tampoco se podía quedar porque no tenía papeles, las autoridades le dijeron que esperara en la sala del aeropuerto mientras solucionaban la paradoja. Eso hizo, durante años y años.

Alfred se instaló en la Terminal 1 haciendo de ésta su hogar. Desde sus confines circulares, él y su abogado Christian Bourget, un reputado experto en derechos humanos, lucharon para definir su estatus y enviarlo a Londres. Por más de 10 años libraron una durísima batalla legal que tuvo varios importantes hitos.

En 1992, un tribunal francés finalmente dictaminó que Nasseri había ingresado legalmente al aeropuerto como refugiado y no podía ser expulsado de él. Pero el tribunal no pudo obligar al gobierno francés a permitirle salir del aeropuerto a suelo nacional. De hecho, dijo Bourget en declaraciones a medios de la época, las autoridades francesas se negaron a darle a Nasseri una visa de refugiado o de tránsito.

“Fue pura burocracia”, dijo el abogado.

En tanto, Nasseri vivía en unas sillas rojas que adaptó como su cama, su oficina, su centro de operaciones.

Bourget y Nasseri se concentraron luego en Bélgica, donde esperaban recuperar los documentos de refugiado originales del iraní. Pero los funcionarios de refugiados belgas se negaron a enviárselos por correo a Francia, argumentando que Nasseri debía presentarse en persona para estar seguros de que era el mismo hombre al que le habían concedido asilo político años antes.

En ese momento, el gobierno belga puso otra traba: negarse a permitir la entrada de Nasseri pues -según la ley belga- alguien al que se le haya concedido el estatus de refugiado y que abandonó voluntariamente el país, no puede regresar.

En 1995 Nasseri tuvo otro chance de “final feliz” pues el gobierno belga cambió su postura y dijo que le entregaría los documentos de refugiado con la condición de que volviera a vivir en Bélgica y que estuviera bajo la supervisión de un trabajador social.

Pudo haber sido la salida, para entonces llevaba casi una década viviendo en el aeropuerto. Pero Nasseri tenía como propósito entrar a Reino Unido, y no estaba dispuesto a dejar la patria que había construido para sí mismo en la Terminal 1 por nada menos.

La dignidad de Sir Alfred

Alfred nunca lució como un refugiado que duerme en un banco del aeropuerto porque no tiene adónde ir. Su ropa siempre limpia, su bigote bien recortado, su única chaqueta cubierta con una envoltura de plástico, se mantenía colgada de un carrito del aeropuerto, y sus pertenencias se mantenían cuidadosamente empacadas en una maleta y una pila de cajas de Lufthansa.

Durante sus primeros años en el aeropuerto, sus necesidades básicas fueron satisfechas por transeúntes comprensivos y trabajadores del aeropuerto que conocían su situación kafkiana.

La gente le compraba comida, le daba dinero y escuchaba con simpatía su relato. A medida que su historia comenzó a llegar a la prensa, Alfred se transformó en una especie de celebridad surrealista, no sólo entre los trabajadores del aeropuerto sino también entre los turistas, quienes incluían una visita a su pequeña patria independiente en la Terminal 1 como parte inicial o final de su viaje a París.

Alfred hizo de la Terminal 1 del Aeropuerto de París Charles de Gaulle su hogar durante casi dos décadas.

Fue gracias a la prensa que consiguió otra forma de subsistencia. Pues como despertaba tanta curiosidad, les solía cobrar una pequeña propina a los periodistas y directores de cine que buscaban desesperadamente contar su historia, y entre otras cosas, ser quienes lo convencieran de dejar de habitar el aeropuerto, viéndolo como un preso que había terminado por amar sus cadenas.

Pero Alfred nunca se vio así; siempre estuvo a gusto con su vida e -incluso- sentía que, al apropiarse de su pedazo del aeropuerto, había logrado reclamar la libertad y la patria que le había arrebatado la circunstancia.

Nadie logró convencer a Alfred de dejar el aeropuerto, aun después de que en 1999 por fin el gobierno de Francia le concedió una visa temporal que le permitía no solo salir del aeropuerto sino irse adónde quisiera.

La historia de Sir Alfred inspiró libros, películas y documentales. Nasseri, que se hacía llamar “Sir Alfred”, llegó a dar hasta seis entrevistas al día, según informó el diario Le Parisien.

Él insistió en quedarse; ya para entonces su salud y estado mental habían empezado a deteriorarse.

En 2006, tras 18 años de vivir en el aeropuerto, por motivos de salud tuvo que ser removido de la Terminal 1 para recibir atención médica.

Tras pasar un tiempo hospitalizado, Alfred se fue a vivir a un hotel, pero el 6 de marzo de 2007 se trasladó al centro de acogida Emaús, en el distrito 20 de París.

Sin embargo, Nasseri abandonó este lugar y volvió a la terminal del aeropuerto instalándose allí nuevamente. Durante 2022 había vivido en un albergue en París, pero en septiembre regresó al aeropuerto.

En la tarde del 12 de noviembre de 2022, con 77 años, Mehran Nasseri fue encontrado muerto en el piso del aeropuerto de la Terminal 2F; había sufrido un ataque cardíaco fulminante. En su ropa, según reportes, tenía miles de euros. Sólo eso había a su alrededor al momento de su muerte. Eso y el aeropuerto que lo había albergado por gran parte de su vida.

(*) Abogada. Docente jubilada de Cátedra Derecho Internacional Público. Facultad de Derecho (UNC)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Leé también

Más populares

¡Bienvenid@ de nuevo!

Iniciá sesión con tu usuario

Recuperar contraseña

Ingresá tu usuario o email para restablecer tu contraseña.

Are you sure want to unlock this post?
Unlock left : 0
Are you sure want to cancel subscription?