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La saga de los Mitre

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La reciente reivindicación, por parte de “La Nación”, de la mal llamada “Revolución Libertadora” es un motivo para hacer la recapitulación de la trayectoria de una familia, cuyos privilegios de casta quedaron fijados por una vieja expresión de raigambre criolla: “hijo´e Mitre”.

Por Aurelio Argañaraz (foto) – Exclusivo para Comercio y Justicia

Mientras la posesión de riqueza fue personificada por el apellido Anchorena, la condición de intocable señaló al clan del general Mitre, máxima figura de la burguesía comercial que tiranizaría al país en el ciclo iniciado con la batalla de Pavón y la capitulación de Urquiza.

En nuestros días, con el multimedio Clarín transformado en blanco de la militancia popular, ocurre a menudo que logra difuminarse la presencia de un diario siempre dirigido por Bartolomé Mitre, ya que la estirpe subraya simbólicamente, reeditando el nombre que la llevó a las cimas de la argentina oligárquica, la voluntad de perpetuación de una clase social que domina al país desde hace ya doscientos años y se caracteriza por ser el único actor de la historia nacional con plena conciencia de sus intereses globales.

Esa clase construyó su dominio a sangre y fuego, diezmando a sus contradictores, en el país criollo de las guerras civiles del siglo XIX y lo consolidó creando una corriente historiográfica y una cultura satélite, destinadas a justificar su relación subordinada con el Imperio Británico y con Europa, en la condición agroexportadora que les reservaban los centros del poder mundial. Y nadie, como Mitre, el fundador de “La Nación”, sintetizó mejor ese destino.

El Videla del siglo XIX
En tanto genocida, el general Mitre es el Videla del siglo XIX; cosa que sufrieron las provincias del interior y con ensañamiento feroz el Paraguay hermano, en la devastadora guerra de la Triple Alianza.

Al mismo tiempo, superaba a Videla, sin duda, en la capacidad para distorsionar el sentido de sus actos y la condición misma de sus enemigos políticos, como lo prueba al instruir a su colaborador Sarmiento con clarísima precisión: “(…) No quiero dar a ninguna operación sobre La Rioja el carácter de guerra civil. Mi idea se resume en dos palabras: quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. La Rioja es una cueva de ladrones, que amenaza a los vecinos y donde no hay gobierno que haga ni la policía de la provincia. Declarando ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor de considerarlos como partidarios políticos ni elevar sus depredaciones al rango de reacción, lo que hay que hacer es muy sencillo (…)”.

¿No está anticipada allí, en esa carta, la línea editorial que ha distinguido desde su fundación al diario oligárquico, esa “tribuna de doctrina” pomposa, hueca y rancia? ¿No podría preverse, si lo ignoráramos, qué actitud tomaría el pasquín mitrista al rememorar la tragedia (para el país, no para ellos) del golpe de 1955, ciento cincuenta años más tarde?

En el 80 roquista, con asombrosa precocidad antiperonista, los mitristas inauguraron el estigma de “descamisados”, para subrayar la pobreza de los soldados provincianos que les arrancaron, con la conducción de Roca, la posesión del puerto y la aduana porteños, federalizando al fin la ciudad rebelde, ajena al propósito de la unidad nacional latinoamericana y aun a la conformación de un Estado moderno y territorialmente integrado.

Con el Chacho “ladrones”, “descamisados” en el 80, “chusma” radical al atreverse a pelear por el sufragio libre, “aluvión zoológico” encandilado por un “tirano” en 1945, ése será el pueblo argentino para la familia Mitre, sin excepciones. Lejano a su culto por las “instituciones inglesas” (¡quien pudiera tener una Cámara de los Lores, elevando a las cimas las fiestas anuales de la Sociedad Rural!); en las antípodas, por bárbaro, de su gusto por “lo francés”, visualizado como modelo de parasitismo y “buen gusto”, caprichosamente despojado de los extravíos plebeyos afectos a la guillotina y otras prácticas sacrílegas. Sin la menor duda, ésa no era la Francia amada.

El ideal de la casta cuyo paladín ha sido el diario mitrista, es más bien esa nobleza parisina que retrató Balzac, decadente, vacía, entretenida en la pompa, la intriga y el despilfarro y separada por un abismo del trabajo y la producción, a menos que se trate de asegurar sus rentas. A la “aristocracia criolla”, con su genealogía de cuento, se la ve desfilar en los avisos fúnebres y las notas sociales, que son una buena fuente de información, para curiosos: vemos allí despedir a próceres que se destacaron sólo como amantes del turf o a señoras “gordas” (Landrú) que gastaron su vida en “recibir cortésmente a relaciones y amigos y en diversas obras de caridad pública”, presentados como modelos de una existencia ejemplar.

Sin que falten, naturalmente, nombres más conspicuos de la misma clase, como el muy conocido de Martínez de Hoz o el Bartolomé Mitre que oportunamente festejó, con Videla y la plana mayor de “Clarín”, sus socios, la fraudulenta apropiación de Papel Prensa; patriótico suceso nacido para respaldar la gran empresa que llevan a cabo esas “tribunas de doctrina” que, con un olímpico olvido de los servicios prestados por ese perro fiel, cuando informaban la muerte del represor, optaron por titular en sus primeras planas “Murió Videla, el dictador sangriento”.

 

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