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La promesa punitiva y los modelos de país

Por Mariano H. Guitiérrez* - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Los argumentos que los expertos en políticas criminales encuentran más difíciles de superar son los que surgen del sentido común.

Claro, surgen de la experiencia individual, ¿y qué interlocutor puede negarla? No necesitan datos ni estudios. “Acá ¿sabés lo que hace falta?…”, dice el ‘tachero’ mientras espera el semáforo o cualquiera de nosotros tomando un café, y sabiendo que ni le hace falta mirar la borra para diagnosticar y arreglar al mundo.

De allí la frase puede terminar en cualquier cosa. Y últimamente termina en “…acabar con la impunidad, viejo”, “que se acabe la joda”, “hay que meterlos en cana a todos estos hdp”. Hay que castigar más. Y con eso ya está, resolvemos el problema.

Varias veces hemos criticado la falacia de que “entran por una puerta y salen por la otra”.

Hoy vamos simplemente a contestar que las tasas de encarcelamiento en nuestro país crecen incansablemente desde los últimos 30 años, por lo cual no es cierto que apenas se entre, se salga: hay gente que se va acumulando dentro. Hoy me interesa abordar a aquellos que rematan su argumento con el de la comparación internacional: “como los países en serio”: “En tal lado, haces tal cosa, y no hay más joda, ¿eh?…[te pegan un tiro /te ponen adentro] y no salís más”.

Hay que ver, claro, cuáles son, para cada uno, sus “países en serio”. Hay países en que se castiga mucho y con penas duras. Pero en general esos países son también los que están peor en materia de seguridad, o mejor dicho, de victimización delictiva. Por el contrario, los países donde se castiga “poco”, son los que mejores están en materia de seguridad. Y la cosa no empezó porque el delito bajó y entonces el castigo bajó. La cosa empezó al revés, empezaron cuando dejaron de lado las falsas promesas de las respuestas duras y comenzaron a pensar en políticas de integración, que resultaron ser las mejores políticas de prevención del delito. Vamos a demostrarlo con ejemplos.

Pena máxima
Comencemos por la dureza de las penas. La pena más dura (que en este reclamo aparece a veces, como esa solución fácil) es, claro, la pena de muerte. Muchos países la han abandonado definitivamente, muchos otros la siguen aplicando casi con cotidianeidad.

¿Cómo está la situación de la seguridad en cada uno de estos grupos?
En Noruega, que transitó un largo camino hasta ser ese símbolo de sociedad pacífica e igualitaria que es hoy, la última ejecución en tiempos de paz fue en 1876 (para ese entonces era un país muy pobre y lleno de problemas). En Dinamarca fue abolida en 1930 pero ya hacía mucho tiempo que no se aplicaba, y fue reinstaurada legalmente entre 1952 y 1978, pero nunca se aplicó. Similar a Suecia, por ejemplo. En Alemania (entonces Alemania Occidental), la última ejecución fue en 1956. Y en realidad fue un acto bajo jurisdicción de fuerzas norteamericanas.

Todos estos países hoy llaman la atención por su bajísima tasa de homicidios (y en general de criminalidad). Pero véase: primero fue la abolición de la pena de muerte (y una gradual pero profunda construcción de sistemas penales humanitarios acompañando la formación de una cultura de la solidaridad y la democracia), y luego fue la seguridad -en sentido integral- de la que hoy gozan.

Por su parte, siguen teniendo pena de muerte y aplicándola Afganistán, Camerún, Egipto, Etiopía, Gambia, Libia, Nigeria, Somalía, Sudán y Uganda, Irán, Irak, Arabia Saudita y otros países atravesados por espirales de violencia interpersonal, relacionada, por supuesto, con violencia institucional, interétnica y, en general, violencia estructural, garantizada por razones geopolíticas (guerras internas alimentadas por intereses externos).

Dentro de Estados Unidos hay Estados que tienen la pena de muerte y otros que no. Sacando un promedio de tasas de homicidio entre Estados que aplican la pena de muerte y los que no, resulta que en los que no se aplica, la tasa de homicidios es 35% más baja.

Más encarcelamiento
Otra variante del argumento anterior es que no se trata de endurecer más las condenas, o de llegar a la pena de muerte, sino de no dejar delito sin condena, es decir, ser más eficientes, castigar más, en más cantidad. El argumento, en realidad, va de la mano del anterior: confiar en que la no impunidad pueda resolver el problema. En general, los países con penas más duras son también los países que más encarcelan. Pero probemos esta hipótesis por separado. Si la extensión del castigo fuere efectiva, lo lógico sería que los países con mayor tasa de encarcelamiento tuvieran menos delitos.

Nuevamente, sería fácil volver al ejemplo de los países escandinavos: muy baja tasa de encarcelamiento, muy baja tasa delictiva. Pero comparemos países comparables, por ejemplo, los países “centrales” del primer mundo. Estados Unidos tiene una tasa de encarcelamiento de 740 cada 100.000 habitantes. Siete veces, más o menos, que la de los países de Europa Central.

Estados Unidos tiene 5% de la población mundial, sin embargo, su población encarcelada representa un cuarto de la población mundial encarcelada. Y esto no es nuevo; es un “experimento” que ya lleva más de 30 años: desde los 80 hasta hoy, Estados Unidos aumentó 800% su tasa de encarcelamiento. Sin embargo, tiene una tasa de homicidios (7,6 cada 100.000) que duplica o triplica la de los países europeos centrales.

Dentro de ese país, el Estado con mayor tasa de encarcelamiento es Louisiana (870 c/100.000). Es también el de mayor tasa de homicidios (17,5). En el top five de encarcelamiento también encontramos a Mississippi y Alabama, también con una tasa de homicidios muy superior a la media del país (entre 10 y 11).

En América Latina, todos los países han aumentado su tasa de encarcelamiento en los últimos 30 años. Muchos del área del Caribe la han triplicado. Sin embargo, en esa región el problema de la seguridad permanece igual o se agrava (véase alertamerica.org).

Y en nuestro país, la provincia de Buenos Aires lidera el encarcelamiento (entre 190 y 200 cada 100.000, cuando la media del país es de 170) y no parece ser un buen referente en cuanto a logros en materia de seguridad (aquí debemos especular con base en datos judiciales porque hace cinco años que el ministerio nacional a cargo de la seguridad no publica las estadísticas oficiales). Es decir, en el fondo, efectivamente estamos transitando ese camino, de mayores castigos y dureza, gradualmente, desde los últimos 30 años. Y, justamente, así nos va.

¿Por qué se da esta aparente paradoja, de que los países con menos encarcelamiento son los más seguros, y no al revés? Porque la violencia interpersonal y la violencia institucional (en su forma legal, incluso, la del encarcelamiento) son dos caras de un mismo fenómeno: la sociedad violenta.

Por decirlo así, cada sociedad tiene los delitos que produce ella misma y las cárceles que produce ella misma. El camino del edurecimiento penal parece cada vez más legítimo, mientras más violenta se pone la sociedad, no como un rechazo a esa violencia sino como su continuación.

El que pide la muerte y el que aprieta el gatillo son fieles representantes del mismo tipo de sociedad. El que lastima de forma violenta al otro y el que pide que al penitenciario que haga lo mismo son el mismo actor en distintas posiciones.

En sociedades muy desiguales y con la cultura del festejo de la violencia interpersonal encontramos altas tasas de delitos violentos y altas tasas de castigos. Por el contrario, en sociedades materialmente más equitativas y donde prima la cultura de la solidaridad, antes que la del individualismo, vemos bajas tasas de delitos violentos, bajas tasas de encarcelamiento y medidas penales menos severas (y más variadas).

El delito violento y el sistema penal duro son dos y la misma expresión de un mismo tipo de sociedad: desigual, con una enorme violencia estructural y del culto al individualismo

¿Se puede construir otro tipo de sociedad, en el que no caigamos en esta espiral de violencia interpersonal e institucional? Claro que sí: meter a una persona presa cuesta lo mismo que becar a tres estudiantes universitarios. Cuando piensa en el país que quiere para el futuro ¿cuál le parece la inversión más inteligente?..

*Miembro de la Asociación Pensamiento Penal

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