Por Ian Vásquez * para El Comercio (Perú)
El 9 de julio empezó en Washington la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en la que se celebra su 75 aniversario. La reunión se da mientras sigue la guerra entre Rusia y Ucrania y muchos proponen que se invite a Ucrania a formar parte de la OTAN.
La cumbre también se da en momentos en los que se cuestiona la agilidad mental del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y cuando el próximo presidente de ese país podría ser Donald Trump, crítico de la alianza militar. Por lo tanto, a sus 75 años, el futuro está en debate. ¿Debe Estados Unidos seguir participando en la alianza? ¿Debe Washington seguir financiando gran parte de la defensa de Europa?
Para Trump y muchos estadounidenses, la respuesta a esas preguntas es no. En todo caso, esas cuestiones se están discutiendo cada vez más, a ambos lados del Atlántico, les guste o no a algunos miembros.
El mundo ha cambiado mucho desde que se fundó la OTAN en 1949 y la invasión de Rusia a su vecino ha forzado a los europeos a revaluar los recursos que dedican a su propia defensa.
Se suele pensar en la OTAN como una alianza permanente. Pero desde un principio no fue visto así por Estados Unidos, que la financió y mantuvo para contener a la Unión Soviética (URSS) cuando Europa no estaba en condiciones de defenderse por sí sola. Cuando en el Senado de Estados Unidos le preguntaron al secretario de Estado Dean Acheson, en 1949, si la presencia de un número considerable de tropas en Europa sería permanente, él dijo: “La respuesta a la pregunta, senador, es un claro y absoluto no”.
En 1951, el general y futuro presidente Dwight Eisenhower se refirió a la OTAN cuando dijo: “Si en diez años todas las tropas estadounidenses estacionadas en Europa con fines de defensa nacional no han regresado a Estados Unidos, entonces todo este proyecto habrá fracasado”.
La idea siempre fue ayudar a Europa de manera temporal. Según Eisenhower: “No podemos ser una Roma moderna que vigila las fronteras lejanas con nuestras legiones. Lo que debemos hacer es ayudar a estos pueblos a recuperar su confianza y a ponerse en pie militarmente”.
Décadas después, Estados Unidos sigue amparando generosamente a una alianza que no sólo no desapareció con el colapso de la Unión Soviética y la desaparición del Pacto de Varsovia, sino que se ha expandido. Desde 1949 hasta 1982 la alianza tuvo 12 miembros; luego agregó cuatro. Ahora tiene 32 miembros. La revista británica The Economist observó hace dos años cómo esta relación es anacrónica. “El gasto militar combinado de los 34 países europeos que forman parte de la OTAN o de la UE es menos de la mitad del de Estados Unidos, a pesar de tener una mayor producción económica y casi el doble de población”, reportó.
Con el enfrentamiento actual entre Rusia y Occidente, la historia parece repetirse. Pero algunos piensan que la OTAN tiene cierta culpa. Cuando se empezó a expandir, en los 90, George Kennan, el arquitecto de la política de contención de la Unión Soviética, dijo creer que era el comienzo de una nueva guerra fría. Dijo: “Creo que los rusos reaccionarán gradualmente de forma bastante adversa y afectará a sus políticas. Creo que es un trágico error. No había razón alguna para ello. Nadie estaba amenazando a nadie”.
No sabemos si Vladimir Putin hubiera atacado a Ucrania de todas maneras. Pero sí sabemos que la expansión alentó la agresión. Si se admite a Ucrania en la OTAN, se enfrentarían Estados Unidos y Rusia, creando el riesgo de una guerra nuclear. No es un riesgo que los estadounidenses estén dispuestos a asumir.
(*) Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute. Coautor del Human Freedom Index.