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La necesidad de la pluralidad

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Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

La existencia de distintas concepciones sobre cómo debe ser vivida la vida es una característica de los seres humanos. Más allá de ciertos elementos comunes básicos, somos diversos en todo lo demás. Y es propio de cada uno de nosotros tener nuestros propios gustos, ideas políticas, formas de ver el mundo, etcétera. Es decir, las diferencias de opinión, de valoraciones e inquietudes es una realidad propia de nuestras sociedades.

Por eso, la pluralidad de opiniones es el sello mismo de una sociedad libre y uno de los rasgos principales en que se asienta una comunidad democrática.

En la historia de la humanidad estas divergencias no siempre fueron respetadas. Es que las distintas comunidades -por medio de sus gobernantes- se encargaron de perseguir, expulsar, exterminar, etcétera a quienes tenían concepciones de vida distintas a las dominantes.

Sin embargo, éstas no fueron las únicas maneras de combatir los pensamientos divergentes, ya que en muchas comunidades se intentó forzar a aquellos que pensaban diferente a pensar como la doctrina oficial ¨mandaba¨. De tal forma se impusieron políticas destinadas a convertir a las personas a que sigan una cierta religión, adoren a un rey determinado o asuman una cierta ideología política, por ejemplo. Quienes se negaron a hacerlo, sufrieron la suerte referida.

Esta realidad tuvo un quiebre con las ideas de la ilustración, a partir de las cuales se plasmaron las constituciones liberales democráticas, las que se inspiraron en el respeto de los derechos humanos básicos. Es así que, en los países diseñados sobre esta base, el Estado, se ve impedido de imponer la línea de pensamiento oficial, respetando la pluralidad de puntos de vista y la libre expresión de las ideas.

El problema es que no todos los países del mundo se estructuran sobre la base de estas ideas. Basta ver lo que pasa con los “disidentes” en países contrarios a éstas. Persecuciones, prisiones y expulsiones son una realidad en países autocráticos como China, Irán, Rusia, Corea del Norte, y algunos países de oriente medio.

Hace días nos enteramos de que en Corea del Norte se envió a tres adolescentes a campos de reeducación por escuchar la música de Corea del Sur llamada K-pop. Dentro de las justificaciones dadas por las autoridades, éstas manifestaron: “No esperen que los estudiantes que aún no son adultos reciban un castigo más leve. Si los padres no pueden controlar a sus hijos, se enviará a los jóvenes a recibir reeducación y expulsará a sus familias como en el caso de estos tres estudiantes”.

Algo parecido pasa en China con el pueblo ugiur -contra el que se está cometiendo un verdadero genocidio, según denuncias en foros internacionales-. Se ha descubierto un enorme campo de concentración solapado, en el que -según se ha informado- “se trata de reeducar a aquellas personas que tienen problemas con su forma de pensar”. Sólo son dos ejemplos de una práctica que podría, lamentamos decir, incluir muchos otros.

Volviendo a nuestras democracias es justo decir que independientemente de lo dicho en sus constituciones, la realización plena de este respeto por las diferencias ha sido y es un camino largo que ha costado y cuesta mucho que sea una realidad plena. No obstante, el diseño de nuestras instituciones dirige el camino hacia ese objetivo. Y esto es lo importante. 

Sin embargo, vemos con preocupación el avance global de políticas que, por medio del discurso oficial, los medios de comunicación, planes de estudio y/o de formación profesional intentan imponer el pensamiento único. Es que mediante las llamadas posiciones “políticamente correctas”, en no pocos casos se está tratando de unificar la forma de pensar por medio de imponer una ideología que se pretende sea la ideología oficial…y única posible.

Creemos personalmente que la mejor manera de vivir es respetando al otro, y ello se hace efectivo si se respetan las diferentes maneras de pensar y las formas en que cada uno elige dirigir su vida lo que incluye aceptar sus gustos e inclinaciones. Si bien no es fácil de conseguir, ni resulta tampoco un derecho absoluto, debiendo armonizarse con los derechos de los demás, entendemos que no imponer un pensamiento o ideología es la mejor y única manera moralmente justificada de considerar a las personas como seres libres e iguales.

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas

(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales.

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