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La muerte por un bochazo

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Un mal examen que cambió la historia. Pocas veces las consecuencias de rendir una materia fueron tan terribles.

El 12 de diciembre de 1871 no fue un día más en el «Departamento de Jurisprudencia», heredero de la antigua Academia del mismo nombre y antecesor de la actual Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Hacia las dos de la tarde, en un día de caluroso estío, el alumno Roberto Sánchez, estudiante de segundo año, concurrió a la mesa examinadora de Derecho Romano. Integraban dicho tribunal los doctores Aurelio Prado y Rojas, profesor de Derecho de Gentes y Derecho Internacional, Ezequiel Pereyra, profesor de Derecho Romano, y Miguel Esteves Saguí, profesor de Derecho Penal y Mercantil.

El examinado era un joven de 20 años, llegado de su natal San Juan para estudiar derecho en Buenos Aires. Era miembro de la sociedad «Estímulo Literario» y estaba empleado en la Secretaría de Gobierno. Se lo consideraba -al decir de Montero, quien escribió en 1926 sobre el suceso- alguien «de talento, sensato, discreto y buen estudiante».

Sin embargo y por causas que luego serían objeto de discusiones encendidas, no aprobó su examen de Derecho Romano. Con el espíritu más que abatido volvió a su casa, que se ubicaba en la calle Belgrano, a un lado de la iglesia de Monserrat. Se encerró en su cuarto y redactó varias cartas, luego de lo cual «oyóse una detonación y luego un grito desesperado.

Las personas de la casa corrieron a la habitación y lo encontraron en el suelo con el cráneo destrozado».

El joven Sánchez había puesto fin a su vida merced a un disparo. Las razones de su suicidio de inmediato conectaron su fatal decisión con el examen desaprobado esa misma jornada.
Las cartas escritas estaban dirigidas a su familia. En una, para su hermano, Roberto decía:

«Desde que comencé a estudiar puse mi vida en un hilo; hoy ese hilo se ha cortado y he puesto mi mano donde nunca hubiera querido ponerla». En la misiva para su madre expresaba: «Madre mía: antes de morir, rómpele la cuerda al reloj que al separarme de ti me regalaste, para que en todo tiempo marque la hora infausta de mi infortunio».
Por si faltara otra prueba de tal conexión, en las averiguaciones subsiguientes uno de sus compañeros rebeló que el día 11 de diciembre le había confiado Roberto: «Yo tiemblo cuando doy examen, porque un signo de reprobación sería mi muerte».

Viendo el cuadro desde la perspectiva que proporciona la distancia del tiempo, y con los nuevos avances de las ciencias, podríamos aventurar que estábamos ante lo que comúnmente hoy se conoce como «hipersensibilidad». Un sujeto que reacciona de manera desmedida ante un hecho determinado y que el común de los mortales asume de otra forma, mucho más serena.

Forma parte de los síntomas de los trastornos de personalidad, de tipo paranoico o de «personalidad evitativa». En ese sentido, en el capítulo 20 del Manual de Psiquiatría «Humberto Rotondo» (Lima, UNMSM, 1998), referido a dichos cuadros y escrito por José Sánchez García, encontramos que la incidencia de esa situación es particularmente apreciable en los cuadros de «trastorno de la personalidad evitativa», que en sus aspectos clínicos se halla determinado por la presencia de una «hipersensibilidad a potenciales rechazos, humillaciones y la vergüenza, y renuencia a entrar en relaciones sociales si el enfermo no tiene seguridad de ser aceptado sin críticas.

El retraimiento social, no obstante los intensos deseos de afecto y aceptación, se debe a que el paciente se distancia de los demás por temor de ser rechazado y denigrado; se siente fuera de lugar, tiene deseos de participación social, pero por recelo y desconfianza se distancia, evitando la frustración y el fracaso que anticipa.

Como las ansias afectivas no pueden expresarse abiertamente, dan paso a un mundo interno fantástico o imaginativo, por lo que las necesidades de contacto y relación pueden manifestarse de otras maneras: poesía, ejercicio intelectual, actividades artísticas, gusto exquisito por los alimentos o el vestido». Quienes experimentan tal cuadro resultan «inseguros, ansiosos, melancólicos y llenos de sentimientos de soledad, temor y desconfianza de los demás. Sienten que la gente es crítica, traidora y humillante». Podemos presumir que tales fueron los sentimientos que impulsaron a ese joven a poner una pistola en su cabeza y apretar su gatillo.

Poco y nada de esto se sabía en 1871. Imposible de ver en su tiempo, menos aún de atajar su fatal consecuencia. Fue, la de Roberto Sánchez, una muerte impensada que sorprendió y conmocionó la sociedad de su tiempo. Y en particular, a sus pares en la comunidad universitaria.

Dos días después del luctuoso suceso fue enterrado, el 13 de diciembre, en una ceremonia tan multitudinaria como doliente. A su término, los numerosos estudiantes universitarios que habían tomado parte en ella comenzaron a reunirse en el patio de la universidad, por entonces en la llamada «manzana de las luces», cerca de Plaza de Mayo. Su número crecía, tomando corredores y claustros, para finalmente desbordar a las calles Perú y Potosí. Todo ello mientras se sucedían encendidos discursos, arengas y reclamos.

Daba inicio, en tal forma, la primera protesta estudiantil universitaria de la Argentina constitucional. De sus líderes y desarrollo nos ocuparemos la próxima semana.

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