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“La lógica del consumo no puede reducirse a la inflación”

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Alexandre Roig, sociólogo y economista de la Universidad de San Martín

A partir de la aceleración del nivel de inflación en el país, en 2007, buena parte del boom del consumo fue explicado a partir del temor de la población a la desvalorización de sus ahorros frente a la suba de precios. Pero desde la sociología muchos señalan que se trata de una interpretación cuanto menos reduccionista, en la medida en que muchos otros factores intervienen en las decisiones de consumo. Para ahondar en esta línea, Comercio y Justicia dialogó con Alexandre Roig, profesor e investigador de la Universidad de San Martín (Unsam).

-Muchos economistas y consultores explican el incremento del consumo en Argentina otorgando una centralidad a la idea de que la gente compra casi únicamente porque busca reducir la influencia de la inflación. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
-Lo primero que hay que poner sobre la mesa es que la lógica del consumo escapa a la inflación, al menos en dos sentidos. Por un lado, porque presuponer que las personas consumen únicamente a partir de calcular el impacto de la inflación sobre sus salarios o ingresos supone entonces que se comportan enteramente como un “homo economicus”, lo cual no es verdad. Pero, por otro lado, también hay que tener en cuenta que en el consumo influyen muchas otras lógicas, como la de la distinción –es decir, que las personas adquieren determinados bienes buscando diferenciarse de otros-; la de la reproducción –es decir, que se consume con base en lo que resulta necesario para sobrevivir-; y una lógica de la jerarquización –que explica en buena medida muchos gastos suntuarios, como un modo de jerarquizarse, en ciertos grupos-.

Al evidenciar este tipo de lógicas, estamos lejos de considerar entonces que el consumo puede reducirse exclusivamente a un cálculo sobre el nivel de inflación. Digamos, en síntesis, que los consumidores no funcionan como un economista, puede haber escasos ejemplos de eso, y ni siquiera en las clases más acomodadas y con mayor nivel de instrucción se verifica ese comportamiento. En suma, no se puede reducir el consumo a un cálculo económico racional.

-Has señalado en reiteradas oportunidades que hay que considerar la inflación como un síntoma y buscar sus causas. ¿Un síntoma de qué sería la inflación existente en el país?
-Es difícil responder esa pregunta –y no es que trate de evitar la respuesta- porque falta mucha información en Argentina, sobre todo acerca de cómo se estructuran los precios en el país.

Básicamente, cómo están compuestos los precios: qué porcentaje le corresponde a los insumos utilizados, qué porcentaje al salario del trabajador, qué porcentaje corresponde a la ganancia empresarial, etcétera. Eso no lo tenemos y por ende es muy difícil analizar de qué resulta un síntoma la inflación. De todas maneras se advierten algunas cosas.

Una de las cosas que se advierte es -analizando desde una perspectiva estructuralista- que hay una relación clara entre los aumentos salariales otorgados y los aumentos de precios verificados, lo cual estaría relacionado con una puja distributiva. Para una modificación de la distribución del ingreso que en años anteriores se ubicó en términos de 80/20 –para el sector empresarial y para los trabajadores, respectivamente- es necesario conocer qué parte o porción del salario se destina a la ganancia empresarial: de eso se trata distribuir, de intervenir en esa distribución que se da en el proceso productivo; lo otro es redistribuir ingresos a través de la vía tributaria.

Y otro elemento que dificulta la situación es que no sabemos por qué se genera como una convención colectiva que la inflación en el país es del tal porcentaje, ya sea 20%, 25% ó 30%. Hay que tratar de revertir ese acuerdo colectivo implícito.

-¿Considerás que el nivel de inflación existente en el país –sea el que fuere- constituirá un problema a resolver necesariamente para el próximo gobierno nacional?
-Más allá del nivel de inflación, el problema esencial tiene que ver con dos cuestiones: el poder adquisitivo de la población y la relación ahorro–inversión. La primera es más fácil, se regula políticamente, no es tan problemática, lo importante es que la gente advierta que no hay retroceso del poder adquisitivo.

La segunda es más grave porque para que haya inversión debe haber ahorro. Hoy el sistema bancario capta recursos únicamente mediante el ahorro doméstico. Creo que debería captar recursos también por vía fiscal, pero eso implica claramente una banca pública con otra función, algo que de todas maneras se advierte como voluntad en las últimas acciones del Banco Central.

El  caso del BNDES (banco de desarrollo) brasileño es un claro ejemplo de una herramienta de captación de recursos para el sector público, luego destinados al financiamiento.

Otro elemento vinculado con la relación ahorro–inversión es que hay una gran parte de la población –en términos socioeconómicos, pero también regionales- que no participa de ese ahorro, por ende el sistema no los utiliza. La reforma del sistema financiero es fundamental para ello. En Francia, durante mucho tiempo los bancos prestaron basándose en la captación de ahorros de los sectores populares. Eso es posible.

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