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La lobotomía de Internet

Por Diego Sánchez - Agencia Télam
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Internet es una enorme base de datos porque nosotros también lo somos. Datos generados por nuestra cuenta (actualizaciones de estado, material bibliográfico, clicks que alimentan servicios personalizados) o por terceros (menciones, calificaciones, referencias). También información falsa o difamatoria.

Internet convirtió nuestra actividad cotidiana en una enciclopedia viva y vertiginosa; una sociedad transparente y autoconsciente, disponible las 24 horas. Por eso es una actividad tan seductora el “googleo” o incluso el “autogoogleo”: es la posibilidad inédita de ver qué opina la comunidad; de acariciar el ego sabiendo qué ven los otros cuando tipean nuestro nombre. Es una forma de conocer nuestro perfil “público”. Una forma superficial, por supuesto. Pero ése es otro tema.

Ciudadana de su tiempo, la modelo María Belén Rodríguez decidió hace algunos años googlear su nombre. En realidad lo hizo la tía de su actual marido, “la única que entraba a Internet” de su familia, según afirmó en una entrevista.

Cordobesa, Rodríguez es oriunda de Mina Clavero y también tiene familiares en Salta.

Destaco estos datos porque son relevantes en su relato: cuando la tía en cuestión buscó a la novia de su sobrino en Google, se encontró con una pléyade de sitios pornográficos y de oferta sexual decorados con su imagen. Sus familiares se inquietaron, el pueblo chico habló.

Rodríguez, migrada a Buenos Aires para cumplir el sueño de ser modelo, se afligió a la distancia. Creyó que habían manchado su nombre. Tenía razón. Pero contraatacó denunciando a Google y Yahoo!

Antes, la ex Bandana Virginia Da Cunha y la bailarina y ecologista Evangelina Carrozo -entre otras figuras del espectáculo- llevaron a los buscadores a los tribunales. Sus figuras habían sido utilizadas por terceros; Google indexaba esos resultados junto a las entrevistas periodísticas, las entradas en Wikipedia y los fan sites. En el primer caso, la Cámara Nacional Civil revocó en segunda instancia el fallo ya que los buscadores, aseguró, son responsables “sólo cuando sean negligentes en bloquear resultados claramente ilegales”.

El caso Rodríguez, sin embargo, es relevante porque es el primero de su tipo en llegar a la Corte Suprema. En ese contexto, el 21 y 29 de mayo últimos el Máximo Tribunal convocó a dos audiencias públicas para discutir la causa. Expusieron abogados y especialistas en telecomunicaciones más los representantes legales de las partes. Se espera que en las próximas semanas la Corte se expida sobre este caso que sentará precedente.

En debate
Lo que se discute es el rol de los buscadores respecto a los contenidos de terceros. “Ojalá sea el primer fallo que establezca un régimen de responsabilidad”, sostuvo uno de los letrados demandantes. Pero la “responsabilidad” de los intermediarios -alertan en la vereda opuesta- puede afectar la libertad de expresión, al justificar la censura previa y la remoción de ciertos resultados. Internet quedaría así atada a una retahíla de filtros privados y contenidos invisibilizados.

A su vez, la demanda se ampara en una interpretación del artículo 31 de la vetusta Ley de Propiedad Intelectual, que sostiene que toda copia requiere autorización expresa del autor, para denunciar un uso “indebido” y no autorizado de la imagen de la modelo. De validarse este argumento al terreno de Internet, prácticamente ningún contenido -salvo aquellos autorizados o de dominio público- podrá ser utilizado. Internet se parecería así a las primitivas páginas de hace 20 años o los tableros de anuncios de la década del 80.

Semanas atrás, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea le dio la razón al español Mario Costeja González en una demanda contra Google. Costeja González denunciaba que cada vez que alguien buscaba su nombre, Google devolvía un viejo artículo del diario catalán La Vanguardia sobre un embargo por deudas. La noticia era real pero Costeja González, quien ya había saldado su deuda, creía que eso afectaba su reputación. El Tribunal le dio la razón y reconoció el llamado “derecho al olvido”.

Mientras escribo esto, Google lanzó un formulario para que los usuarios europeos puedan exigir la baja de información “perjudicial”. Si bien el fallo preserva del borrado a los “datos de interés público”, la sentencia abre el camino a una peligrosa reescritura colectiva de la historia.

En la tensión entre la protección de los datos, la integridad personal ante contenidos difamatorios y la responsabilidad amplia de los intermediarios, parece habitar el peligro, como dijo uno de los expositores en la audiencia pública por el caso Rodríguez, de “lobotomizar Internet”. A la poca información disponible -cuestión que siempre se pone en escena cuando surgen esta clase de debates- se le suma el riesgo de una Internet aún más confusa e incompleta.

Como todos los resultados referidos a María Belén Rodríguez fueron removidos por Google, poco antes de la audiencia varios medios locales la confundieron con otra María Belén Rodríguez, una modelo argentina que trabaja en la televisión italiana. Las fotos de esta también bella María Belén Rodríguez, con un vestido ceñido al cuerpo y un tajo que nacía a la altura del hueso isquión y dejaba entrever unas piernas largas y sedosas, apareció ilustrando titulares como “La modelo que le hizo la guerra a Google”. Víctima del verosímil y el googleo atolondrado, la imagen de esta homónima María Belén Rodríguez también fue mal utilizada. Romper Internet está lejos de generar un mundo mejor.

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