Por Carlos Ighina (*)
Al tiempo que la ciudad de Córdoba se agitaba con el temperamento reformista manifestándose en las calles y plazas, tomando formas en el asedio enfervorizado a los seculares edificios universitarios, la renovación de la infraestructura urbana presentaba interesantes exponentes, testigos silenciosos de una dinámica clamorosa.
En 1916 se había inaugurado el monumento al general San Martín, en la plaza que hoy lleva su nombre, prosiguiéndose así con las expresiones monumentalistas de la calle Ancha, a la par que era ampliada la sede de la Legislatura, sobre Rivera Indarte, obra del arquitecto Johannes Kronfuss.
Como emprendimiento desarrollista se había loteado la parcela originalmente conocida como barrio Inglés de los Niños Sanos, actual Pueyrredón, con base en inversiones alentadas por la benignidad de su ambiente.
Desde 1913 lucían como construcciones referenciales el Palacio Ferreyra, el Hotel Victoria de la calle 25 de Mayo y el complejo del Hospital de Clínicas.
La necesidad y eficiencia de las comunicaciones ferroviarias justificaban que se levantase con adecuado criterio arquitectónico la Estación del Ferrocarril Central Argentino, luego Mitre, todo un distingo para la ciudad en expansión.
Ese año de 1918 se mensuraba Villa Belgrano, tarea del agrimensor Francisco François, y tres años antes la forestación había ganado espacio con la plantación de árboles sobre la avenida Argentina, después Yrigoyen.
A la entrada del parque Sarmiento había cobrado entidad el recordado Pabellón de las Industrias y, como novedoso esparcimiento, ofrecía sus atractivos el Jardín Zoológico. Como reflexiona Carlos A. Page, estas concreciones determinaron que toda una infraestructura anexa se delineara sobre el predio, como la piscina, habilitada el 8 de diciembre de 1918, con confitería y hasta comercios para la venta de mallas, según nos recuerda Alfredo Terzaga.
Sin embargo, más allá de estas novedades, el barrio Alberdi mostraba orgulloso la vieja Plaza de las Carretas, el Paseo Sobre Monte exhibía la atracción ensoñada del cenador enclavado en el centro del lago y el arquitecto Kronfuss, ese lúcido austro-húngaro a quien patrimonialmente tanto debemos, señalaba el sótano de la bodega donde otrora resplandeciera la Cripta Jesuítica del Noviciado Viejo, en tiempos en los cuales la hodierna avenida Colón era sólo una calle angosta.
La cuadrícula inicial de las 70 manzanas, ampliada como se correspondía con la expansión urbana propia del transcurrir de los siglos, ofrecía “calles pavimentadas de granito o canto rodado, y algunas con adoquín de madera, a partir de 1907”, como nos vuelve a informar Terzaga.
Por otra parte, para esa época, en la lonja de tierra que tantos ajetreos había costado a don Lorenzo Suárez de Figueroa, no faltaban servicios de modernidad tecnológica como los de los teléfonos y de luz y fuerza eléctrica, instalados progresivamente entre 1901 y 1920.
Los focos eléctricos alumbraban ya los encuentros esquineros de las barras universitarias al amparo de las encrucijadas céntricas, sin que se excluyesen otros colocados a mitad de cuadra. Eran muy pocos los faroles que quedaban adosados a los muros.
Todavía circulaba el antiguo tranvía tirado por caballos, el de los frecuentes descarrilamientos, que reclamaba la solidaria “pechada” de sus pasajeros, situación que la misma tarifa contemplaba al instituir un precio “con pupo” y otro “sin pupo”, es decir, con obligación o no de pechar para colaborar en la puesta en vías del vehículo, en el caso de darse una de esas circunstancias que, por cierto, eran bastante frecuentes.
Pero, ya desde 1909 hacían sus recorridos los modernos coches del tranvía eléctrico que, a pesar de su luminosa eficiencia, no logró alejar las inquietudes de misterio de los sitios apartados del centro, como ocurrió en 1915 cuando la fantasmagoría popular echó a rodar el sucedido de “La Mujer del Angelito”, para muchos una doliente madre que corría en medio de los rieles, delante de los tranvías, totalmente vestida de blanco y con su niñito muerto en los brazos. Según las tradiciones esto ocurría a lo largo de la bajada Roque Sáenz Peña, en barrio Alta Córdoba.
También para 1918 estaba en plena ejecución el camino de las Altas Cumbres, el ansiado sueño del cura Brochero, que había fallecido cuatro años antes. Las obras se habían iniciado en enero de 1916, a cargo de los ingenieros Olmos, Allende Posse y Cisneros, consideradas las más avanzadas de la ingeniería vial de la época y todo un orgullo para la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Córdoba, por la participación de sus docentes tanto en los planos como en la realización de los trabajos, tal la afirmación del ingeniero Juan A. Alippi en sus Notas para la historia de la ingeniería en Córdoba.
Por otra parte, asimismo en materia vial, en los alrededores de Córdoba se había comenzado a adoptar el macadam, tecnología caminera que llevó al ingeniero Arturo Pagliari a hacer el siguiente comentario: “La velocidad de los automotores perjudica gravemente la conservación de los caminos macadanizados, pero como no hay muchos de tales vehículos sino en las grandes ciudades (…) y muy pocos en Córdoba, es una cuestión que no debe preocuparnos”, de acuerdo a como lo cita el mismo Alippi.
A todo esto, la vocación industrial ya comenzaba a manifestarse en la Córdoba monástica y ceremoniosa, pues precisamente el censo nacional de 1914 revela la existencia de 2.836 establecimientos industriales a lo largo de la provincia, de los cuales los principales se dedicaban a los rubros de alimentación, construcciones, vestido y tocador, muebles y rodados, actividades productivas a las que debía sumarse la provisión de elementos anexos a cada una de ellas.
La fabricación de fósforos tenía asimismo un interesante desarrollo, fuente de trabajo para muchas mujeres jóvenes, las graciosas fosforeritas, todo en colorido detalle en sus reuniones esquineras que atraía la atención de una muchachada asimismo de ánimo festivo.
Es de notar, recurriendo a las mismas fuentes censales, que las áreas de producción más arriba mencionadas reunían 85% del total de la actividad en lo que hacía a la industria en Córdoba. Cabe destacar, como información a tener en cuenta, que 70% de los establecimientos era propiedad de extranjeros de diversa procedencia.
De entre todos los centros fabriles sobresalía la alta chimenea de la Cervecería Córdoba, inaugurada en 1917, que producía las famosas cervezas “Córdoba”, “Munich” y “Pilsen”. La Cervecería Río Segundo, ubicada desde 10 años antes en Cerrito al 1200, en barrio San Martín, era por entonces un jerarquizado núcleo productor con alrededor de 1.300 empleados, entre estables y temporarios, que lanzaba al mercado la importante cantidad de 20 millones de litros anuales.
En otro orden, la industria pirotécnica, que tenía su concentración en la casa de don Nicolás Belluci, de La Tablada 108, motivó una clara muestra de la sensibilidad estudiantil hacia los acontecimientos populares. Su dramática voladura del 12 de junio de 1919, con seis muertos, entre ellos su dueño y dos niñas, conmovió a los activistas de la Reforma, al punto que Jorge Orgaz, por entonces joven estudiante de medicina, nombre de la Federación Universitaria de Córdoba, pronunció un sentido discurso de despedida con palabras versificadas, acordes con el estilo romántico de la época, tal cual como lo refiere Arturo Romanzini.
También en 1917 comenzó a funcionar en Villa Revol la primera fábrica de cemento portland, de Garlot y Verzini, inicio de una actividad que distinguiría a Córdoba. En San Vicente, desde 1898, trabajaba el “Molino Letizia”, de Juan y Domingo Minetti, que aparte de desarrollar sus actividades comerciales en la plaza de Córdoba, dominaba el tráfico harinero en Tucumán, Santiago del Estero y, en menor escala, en el resto de las provincias del norte de país.
(*) Abogado-notario.
Historiador urbano-costumbrista. Premio Jerónimo Luis de Cabrera.