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La humildad: una virtud subestimada

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Por Claudia A. Salvay (*)

En nuestra sociedad actual, caracterizada por la competencia y el individualismo, la humildad puede parecer una cualidad poco valorada y, a menudo, subestimada. Sin embargo, y aquí hablando específicamente en el contexto de resolución de conflictos en mediación, la humildad se erige como una virtud indispensable, convirtiéndose en la piedra angular del diálogo, entendiendo el concepto de “piedra angular” como primera pieza en la construcción de cimientos, en referencia a la cual todas las otras piezas se establecerán, determinando la ubicación final de toda la construcción.

La mediación requiere no sólo conocimientos técnicos para gestionar los objetivos de las partes sino también la habilidad para gestionar sus emociones. Entonces, la dupla de mediación despliega sus técnicas sobre una base de confianza, adquirida con humildad ante ellos. No nos diluimos en el actuar con pasividad sino que, por el contrario, lejos de cualquier actitud pasiva, la humildad emerge como respuesta en un enfoque proactivo que permite crear un espacio confiable que acerque a los involucrados con corresponsabilidad. Esto nos obliga a abordar cada caso con el ejercicio de una mente abierta, autocrítica y elástica, libre de prejuicios y predisposiciones, asumiendo una postura de escucha activa, sin imponer soluciones preestablecidas. Esta elasticidad florece cuando negociamos, cuando tomamos la palabra, cuando realizamos una intervención.

Fadhila Mammar define las principales características de rol en una persona mediadora: a) tener humildad, b) observar y escuchar las sinergias entre saberes y experiencias; c) ser coherente y ética, y d) matar su propio ego. Uno de nuestros objetivos es facilitar el tan deseado y emancipador diálogo entre las partes, guiándolas hacia la comprensión profunda de sus propias perspectivas, evitando que se encierren en posiciones defensivas. 

Una buena conversación inicial es muy probable que finalice con buenos resultados. También implica reconocer y validar las emociones -incluso la ira, la frustración o el dolor-, ya que son parte del proceso de conflicto y deben ser escuchadas para poder avanzar. No se trata de imponer una solución única ni homogeneizar puntos de vista sino de reconocer la diversidad y utilizarla como impulso.

Respecto a las perspectivas personales (¿quién no las tiene?), como mediadores adquirimos entrenamiento para no tomar posición, absteniéndonos de nuestras cargas propias y personalísimas: éstas quedan suspendidas para dar lugar al reconocimiento de la diversidad a la que me refería. Ya sea diversidad de personas, de modos de vida u opiniones, comprendiendo las motivaciones de cada involucrado.

Nadie es infalible. Por ello, con apertura a nuevos enfoques, buscamos mejorar habilidades y ampliar conocimientos. Al respecto, estamos obligados a hacerlo por medio de capacitaciones permanentes y homologadas por la Dirección de Mediación de la Provincia de Córdoba, con puntajes que habilitan la revalidación anual y obligatoria de nuestra matrícula de mediación, conforme lo establece el Art. 62 inc. 15 de la ley 10543 y del decreto reglamentario 1705/18.

Llevar adelante un proceso de mediación no se trata tampoco de negar capacidades ni virtudes propias o ajenas bajo una falsa modestia sino de reconocer la inexorable necesidad de aprender constantemente. Cuando se es buen observador, todo el mundo es maestro, dijo alguien. Más allá de ser conductores del proceso de mediación, somos guías para las partes en conflicto, y el trato con humildad es contagioso. En este intervenir recíproco, se habilita reconocer errores, limitaciones y puntos de vista. Para las partes, esto no debe significar “rendirse” o aceptar “la derrota” sino más bien abrir la posibilidad de aprender del otro y encontrar soluciones reales. Un proceso nada fácil: se necesita proyectar confianza todo el tiempo.

En nuestra sociedad, en la que a menudo se premia la arrogancia y la autosuficiencia, la humildad resurge como “virtud contraproducente”. Es precisamente en estos tiempos de competencia y exigencia, cuando cobra mayor relevancia: no sólo como valor personal sino como herramienta fundamental para la construcción de diálogos fructíferos.

Un grupo humano dialogando con humildad aborda una conversación desde una postura de respeto, apertura y disposición: como un catalizador poderoso, la humildad promueve la creatividad y la flexibilidad sin aferrarse a ideas rígidas o preconceptos. Cuando las partes reconocen sus propias limitaciones y están dispuestas a colaborar, la aceptación de un acuerdo se vuelve natural y duradera.

Como mediadores, la comunicación con humildad es un arte que requiere una profunda vocación de servicio. Así es como cultivamos esta profesión, -nuestra profesión-, transitando el ejercicio de aprender a aprender.

“Enseñándote aprendo el sentido de lo que hago”, dijo M.B, mi maestra.

(*) Mediadora, arquitecta

Comentarios 5

  1. Maria Anton-Coqui says:

    «Más allá de ser conductores del proceso de mediación, somos guías para las partes en conflicto, y el trato con humildad es contagioso» Gracias Claudia por resaltar este aspecto!!

  2. Claudia A. Salvay says:

    Gracias Colegas!

  3. matias maccio says:

    Muchas gracias Claudia!

  4. Adriana Orsi says:

    Excelente aporte de una virtud necesaria a la Mediaciòn ! Felicitaciones !

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