Por Silverio E. Escudero
Colombia, el domingo, decidió resumir en su propia historia la tragedia latinoamericana. Ninguna de las grietas en que se ha dividido la sociedad continental ha podido ser saldada a pesar del paso del tiempo. Alguna vez el presidente argentino Carlos Pellegrini -siendo diputado nacional- denunció la inutilidad de las leyes de amnistía habida cuenta de que, pronto, mucho más pronto de lo esperado, habría que dictar una nueva ley.
El acuerdo entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), a pesar del enorme aparato publicitario montado para sostenerlo, no solucionaba los males profundos de Colombia. Apenas fue una picada abierta en la selva para poner en la mesa de arena los graves problemas que agobian a una sociedad que se partió definitivamente en el Bogotazo. Aquellas heroicas jornadas del 9 y 10 de abril de 1948, que siguieron al asesinato del querido y admirado Jorge Eliécer Gaitán por el Partido Conservador, la iglesia colombiana y la CIA. El pueblo bogotano ejerció el sagrado derecho de rebelión.
Las relaciones entre los viejos y tradicionales partidos Liberal y Conservador nunca fueron un lecho de rosas. Durante 20 años se enfrentaron en una de las más brutales guerras, en la cual la democracia fue apenas una formalidad. Los asesinatos políticos, agresiones, persecuciones, destrucción de la propiedad privada, el terrorismo y la guerra de guerrillas fueron moneda corriente. El conflicto causó entre 200.000 y 300.000 muertos y la migración forzosa de más de dos millones de personas, que equivalía casi a una quinta parte de la población total de Colombia, que para ese entonces alcanzaba 11 millones de habitantes.
“La Violencia”, como se conoce en este período la historia de Colombia, se inició con la huida, en 1946, de Alfonso López Pumarejo de la Presidencia de la República, envuelto en escándalos de corrupción sin precedentes. Con su retiro, López Pumarejo permitió que su reemplazo constitucional, el presidente designado Alberto Lleras Camargo, tomara el poder y convocara elecciones para junio de 1946 que fueron ganadas, en forma fraudulenta, por el Partido Conservador. Fraude que se concretó en una operación paramilitar casi perfecta y que concluyó con el secuestro de 58 candidatos, 1.500 urnas quemadas y cerca de 3.800 muertos.
Algunos autores sitúan este período hasta 1953, cuando el general Gustavo Rojas Pinilla tomó el poder y ofreció el final de la guerra. Pero fue en 1958 cuando realmente se le puso fin con el pacto bipartidista denominado “Frente Nacional” pero, en este punto, la Academia difiere. Muchos autores consideran que el final del período se produjo realmente en 1966, cuando aún persistieron algunos eventos violentos. Mediante ese acuerdo, los dos partidos establecieron alternarse en el ejercicio del poder apoyando a un único candidato presidencial y dividirse todos los cargos oficiales por igual. De esta manera se logró estabilidad política por 16 años. Una oposición no esperada llevaron a cabo aquellos partidos que no habían sido involucrados en el acuerdo, como la Alianza Nacional Popular organizada por el depuesto general Gustavo Rojas Pinilla.
Pronto el descontento de los campesinos, que habían visto defraudadas sus esperanzas en el acuerdo bipartidista de 1958, fue asumido, en parte, por los denominados “Bandoleros”, y del otro por los proyectos políticos revolucionarios emergentes o comunistas, que empezaron a proliferar basándose en la experiencia cubana.
El levantamiento en armas de las FARC, el 14 de mayo de 1964, fue consecuencia directa de un sistema de expoliación puesto en marcha tras el Bogotazo. Los asesinos de Gaitán no vacilaron en utilizar todos sus métodos represivos y de apropiación de las haciendas de los campesinos para ocultar sus crímenes. Y la violencia ocurrió.
Las leyes de la física tienen aplicación plena cuando se formaliza el análisis político e histórico. Asistimos, en consecuencia, a una de las mayores escaladas bélicas de tenga memoria el continente.
Hasta aquí la historia. La negociación de paz de La Habana había sido el triunfo. Fue, sin duda, uno de los mayores ejercicios de voluntad política. Soportó todos los dimes y diretes, las marchas y contramarchas de toda negociación. Mucho más cuando están en juego tantos y tan poderosos intereses. ¿Dónde radicó el fracaso?
Entendemos que se sobrevaloró el compromiso ciudadano para con la paz. El gobierno y las FARC creyeron que por arte de magia desaparecerían de la memoria colectiva las consecuencias de la guerra. No supieron leer su propia historia. ¿La creación de un status jurídico distinto para los milicianos de las FARC no enfrenta nuevamente a la sociedad civil?
Colombia optó, para muchos, por dar un salto al vacío. Otros, en cambio, lo valoran como ejemplo. Desde esta ínsula tratamos de acercar elementos de análisis olvidados a la hora de la reflexión. Alguien dijo que la paz era ilusionante. La votación puso de manifiesto la falta de solidaridad en un país lacerado por la guerra.
¿Qué razones ocultas movieron 60% del padrón que prefirió la vida en familia? La excusa del mal tiempo es demasiado infantil. Gabriel García Márquez, quizás, en Cien Años de Soledad, guarde las claves de la tragedia colombiana. ¿Las descubrimos?..