ESCUCHARFue un caso que sacudió a la sociedad de su momento, en particular al mundo cinematográfico
La fama, la controversia y la tragedia fueron cíclicas en la vida de Jean Seberg, una actriz acaso como ninguna, un cruce de mundos en el cine entre Europa y Estados Unidos; también una rebelde de su época. Su apellido familiar era en realidad Carlson pero el abuelo paterno, al llegar a Estados Unidos en 1882, entendió que existían “demasiados Carlson en el Nuevo Mundo” y lo cambió a Seberg en recuerdo del agua y las montañas de Suecia.
Su debut cinematográfico, interpretando el papel principal, Juana de Arco, en Santa Juana, en 1957, habiendo sido elegida entre 18.000 aspirantes por el director Otto Preminger, no recibió buenas críticas pero persistió en la actuación.
Relaciones sentimentales complejas, totalmente fuera de los cánones de la época y con la insatisfacción como elemento común, serían una constante en su vida. Frágil y cruzada por vientos cambiantes en su carácter, Jean nunca encontró un compañero de vida que pudiera contenerla por demasiado tiempo.
Su falta de fortuna romántica no impidió que su carrera actoral avanzara hasta convertirse en una actriz destacada, superando las críticas iniciales que la tildaban de inexperta en la materia. Participó de películas como Bonjour tristesse, para la cual volvió a a ser dirigida por Otto Preminger. Basada en la exitosa novela de Françoise Sagan, compartía elenco con grandes estrellas como David Niven y Deborah Kerr. Pero fue su protagónico en el filme À bout de souffle, de 1960, del director Jean-Luc Godard, junto a Jean-Paul Belmondo, el que la llevó al éxito internacional y al elogio de la crítica por su desempeño actoral. El crítico de cine y director François Truffaut incluso la aclamó como “la mejor actriz de Europa”, convirtiéndose en una musa del movimiento de la Nouvelle Vague francesa.
También por esa época, su cabello corto se convertiría en un ícono de ese tiempo. Casi una década antes de que Mia Farrow sorprendiera al mundo con su corte de pelo, Jean Seberg ya paseaba su corte estilo pixie por los rodajes galos.
Con la película Lilith, de 1964, junto a Warren Beatty, convenció a los críticos de su país de origen de que era una actriz seria. Luego regresó a Francia para hacer Diamonds are brittle o Un milliard dans un billard (1965). Era por entonces un cruce fílmico entre dos mundos: la actriz estadounidense que parecía francesa, en Europa, y la chica de Iowa con estilo europeo para la industria cinematográfica de Los Ángeles.
Su apoyo financiero a causas políticas, tan rebeldes y heterodoxas para la época como ella misma, atrajeron los peores ojos sobre su persona. Apoyó financieramente desde grupos proderechos civiles de los nativos estadounidenses, a otros muchos más radicales del estilo de las Panteras Negras.
Fue puesta bajo vigilancia del FBI, que nada tenía que envidiarle por entonces a cualquier servicio de seguridad de los países totalitarios de la época, siendo además “ingresada” en el programa Cointelpro, destinado a acosar, intimidar, difamar y desacreditar a personalidades públicas. Parte de eso fue la difusión, en 1970, de la historia de que el embarazo que Jean tenía no era de su esposo, Romain Gary, sino de Raymond Hewitt, miembro del Partido Pantera Negra. No era cierto, pero la difusión de la mentira en la columna de chismes Joyce Haber de Los Ángeles Times, primero, y luego en la revista Newsweek, desató un escándalo que terminó en un trabajo de parto prematuro y la muerte de su bebé, una niña de 1,8 kilo de peso, dos días después. Jean nunca se recuperó de esa pérdida.
A partir de allí, tanto su vida personal como la fílmica fueron en declive. Esa pasión carente de rubor que la caracterizaba la había abandonado. Ya no había brillo en esos ojos ni magnetismo en la sonrisa.
El 30 de agosto de 1979, Jean desapareció de su domicilio y de los lugares que solía frecuentar en la capital francesa, donde residía. Acumulaba para entonces varios intentos de suicidio. Nueve jornadas después, su cuerpo fue encontrado envuelto en una manta en el asiento trasero de su Renault 5, en el distrito 16, junto a una botella de barbitúricos, otra de agua mineral vacía y una nota escrita en francés por Seberg dirigida a su hijo. “Perdóname. Ya no puedo vivir con mis nervios”, decía en la parte más esencial. La policía entendió que se trataba de un suicidio pero las dudas persistieron en muchos.
Un año más tarde, la misma policía determinó que el cuerpo de la actriz tenía tal nivel de alcohol en sangre que no pudo haber ingresado al coche por su cuenta; y que, curiosamente, en éste no había restos de bebidas alcohólicas sino de agua mineral. La hipótesis más firme fue que alguien debió haber estado con ella cuando se suicidó y no le dio la asistencia necesaria.
En 1995, Guy Pierre Geneuil, quien fue uno de sus custodios, escribió el libro Jean Seberg, ma star assassinée (“Jean Seberg, mi estrella asesinada”), en el que desarrolla que se trató de un homicidio y que el alcohol en sangre le fue inyectado por personas relacionadas con el tráfico de drogas, de origen argelino y cercanas a su última pareja, Ahmed Hasni. “Pocos días antes de morir Jean, que seguía manteniendo muy buena relación con Romain, aunque llevaban tiempo separados, le envía una carta que es una llamada pidiendo socorro. Jean dice estar presa en el engranaje de la mayor red argelina de tráfico de drogas”, según escribió.
Al momento de morir, Jean tenía 40 años y no era ni la sombra de esa joven que se llevaba el mundo por delante, sin importarle consecuencias, tanto delante como detrás de las cámaras. Las circunstancias de su muerte nunca terminarían de aclararse.
