Por Alicia Migliore (*)
Afirma el psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista Erich Seligmann Fromm que los seres humanos tenemos algunas necesidades básicas, entre ellas la de trascendencia.
La procuramos interactuando con las personas de nuestro entorno, y según sean las emociones y sentimientos que pongamos en juego, será nuestra trascendencia negativa o positiva, pero difícilmente sea nula.
Aquellos que acceden al poder en cualquiera de sus formas tienen una posibilidad de trascendencia superior al común de los ciudadanos y es por eso que resultan más observados y exigidos, en tanto actúan como mandatarios del conjunto.
Aludimos al poder en sus distintos modos y manifestaciones.
Creemos que esa comisión cooperadora de la escuela que les saca tiempo privado a sus integrantes para recaudar fondos y hacer un aula, o mejorar el mobiliario o útiles que serán utilizados por sus hijos y los hijos de todos aquellos que continúen concurriendo está movida por el amor, y eso es lo que los hará trascender.
Los grupos que fundan bibliotecas populares, centros deportivos, espacios de formación para el trabajo, centros de atención de salud donde el Estado no llega o voluntariados diversos están animados por el mismo sentimiento.
En el ejercicio del poder político se advierten medidas especialmente impulsadas por el amor y la empatía: ¿qué si no ello alentó a Arturo Oñativia y Arturo Umberto Íllia a impulsar el medicamento como un bien social para el acceso directo de los que menos tienen?
¿Las escuelas normales sembradas por el país para acercar luego la educación a cada rincón que diseñó Domingo Faustino Sarmiento pueden considerarse pergeñadas con otro sentimiento? ¿Acaso las máquinas de coser que ordenaba entregar Eva Duarte para otorgar una salida laboral a las mujeres no llevaban implícito el reconocimiento de necesidades vitales que no podrían satisfacer de otro modo? ¿Y los caminos del sur, el agua para el norte y las escuelas en todas partes no nos hablan de Amadeo Sabattini como un conocedor de las mayores necesidades de su territorio?
Ah…, ¿cómo olvidar el Paicor Plus, esa herramienta maravillosa que diseñó en el retorno de la democracia Eduardo Angeloz para erradicar la deserción escolar originada en problemas alimentarios, de salud, de pobreza? ¿Cuántos niños encontraron allí la operación que necesitaban, los anteojos, los arreglos bucales, el alimento que los hiciera crecer, el calzado, la ropa y los útiles que los equiparara realmente con el resto?
¿Y si hablamos de viviendas? ¿Es posible comparar la solución de Luis Revol convocando a Johannes Kronfuss para hacer el primer barrio obrero de Córdoba? Esas viviendas que pese al transcurso del tiempo se erigen aún sólidas en lo que era el extremo de la ciudad, amplias y de exquisito diseño, trasuntan un sentimiento diferente a las que se preparan con el sólo objeto de la erradicación de viviendas precarias.
Fromm también considera una necesidad básica del ser humano el echar raíces, en el sentido de afincarse, pertenecer, acoger sueños y proyectar futuros propios y de la prole. Para eso es indispensable una vivienda.
Y admitiremos naturalmente que la economía cambió sustancialmente en este siglo. De cualquier manera seguimos asistiendo a ocupación de tierras fiscales, acopio de materiales diversos que no detienen inclemencia alguna y, más temprano que tarde, el desalojo con fuerzas policiales, enfrentamientos, politización del conflicto, etcétera.
El cambio de la economía nacional no alcanza para justificar la construcción de viviendas indignas, cuando no ghettos, apartando las personas como si fueran de una calidad inferior. Aparecen en estas instancias las mayores miserias de quienes más tienen. Construyen muros y barrios cerrados donde se controla y permite el ingreso de aquellos que consideran iguales o superiores.
Es interesante rescatar una experiencia tan increíble que parece llevada a cabo allá lejos y hace tiempo. Narrada en breves líneas puede resumirse así: un intendente y su equipo advirtieron la necesidad de viviendas por parte de grupos muy desprotegidos y carenciados.
Realizaron un censo para conocer el número de necesitados y sus características familiares.
Buscando soluciones posibles acudieron a los saberes de todos los integrantes del equipo de gobierno. A uno se le ocurrió relevar los baldíos existentes en el pueblo. Otro calculó el costo de los terrenos, el movimiento de tierra y los insumos necesarios. El tercero dedicó su tiempo a constatar saberes y oficios de los destinatarios. Alguno más consiguió un plano apto para la erradicación y posterior mejora: con un espacio dedicado al uso diurno, un núcleo húmedo de cocina y baño separado por una pared y dos dormitorios que permitiera a los niños dormir separados de sus padres.
Los números cerraron y dieron comienzo a la obra. Pronto empezaron las negociaciones con los propietarios de los terrenos, se instalaron bloqueras y paneles y surgieron los problemas planteados por vecinos que no querían “esas incorporaciones” en su vecindario.
Hubo que trabajar en ambos frentes: de un lado para que el entusiasmo les permitiera la construcción de las casas y, del otro, para que avanzaran en crecimiento humano.
Fueron fundamentales las reuniones de los centros vecinales que limaron asperezas injustificadas. Entre tanto, las obras avanzaban con prisa, sin pausa y cuidados extremos.
Los niños contaban con control de asistencia a escuela y guardería; los adultos construían y cobraban jornal diario por su trabajo. Trabajaban todos con igual esmero porque el esfuerzo propio no necesariamente estaba destinado a solucionar su problema habitacional: podía ser el de un vecino en igual en iguales condiciones.
Se concluyeron casitas con sus cerramientos, sus vidrios en las ventanas, posibilidad de agregar agua caliente y otras mejoras, como un tercer dormitorio, veredas, revestimientos, destinado todo a mejorar un espacio habitable y digno.
Era tiempo de adjudicar. Los sorteos no dejaron excluidos, sólo determinaron los lugares de ubicación, en una calle, en otra manzana, completando el catastro municipal. Habían cobrado sus trabajos, pero las casas no resultarían gratuitas: debían reintegrar al municipio la inversión para que pudiera replicarse la experiencia.
El responsable de contrataciones sugirió un contrato de leasing, con una cuota accesible para los destinatarios; las asistentes sociales multiplicaron su accionar para contener al grupo familiar unido en este nuevo desafío de inserción.
Y la vida cambió. No solamente vivieron el cambio quienes accedieron a su vivienda, también lo hicieron aquellos que, en principio, irracionalmente, resistían la radicación.
Es una hermosa experiencia recorrer hoy esas calles, donde resulta imposible detectar cuáles fueron aquellas casitas hechas con esfuerzo propio y ayuda municipal. Todos construyeron sus veredas, colocaron sus canastos de residuos, instalaron el agua caliente, adornaron sus jardines, cuidaron su propiedad y organizaron sus vidas.
Sin dudas, este relato breve procura reflejar un acto de gobierno. Pero es de honestidad intelectual reconocer, además, que se trató de un acto de amor, originado en el intendente Alberto Abecasis, su gabinete, el personal municipal, los colaboradores externos y luego extendido en todo el pueblo de La Carlota.
Son los ejemplos que rescatamos y procuraremos nos inspiren en la Jornada de Vivienda, Mujeres y Economía Solidaria que se llevará a cabo próximamente en nuestra ciudad.
¡Ojalá todos aquellos que tienen la oportunidad de trascender lo hagan inspirados por el amor y la empatía de ponerse en el lugar de los demás!
(*) Abogada-Ensayista
Autora del libro Ser mujer en política