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La cruel muerte de una emperatriz

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Adorada en vida, sinónimo del amor mismo en la Belle Époque, tuvo un desdichado final

Por Luis R. Carranza Torres

Desde hacía mucho, una amiguísima colega venía insistiéndome, con esa cualidad pertinaz que impregna su carácter, que escribiera sobre algo Sissi. Cuando finalmente me puse en el tema, descubrí que tenían sentido los pedidos al respecto.
Sobre Elisabeth Amalie Eugeniede Baviera, más conocida para el mundo por su sobrenombre «Sissi», popularizado por las películas de Ernst Marischka, existe mucho de mito almibarado y aún más de desconocimiento. Incluso algunos autores sostienen que su apodo verdadero no era ese sino Lisi, derivado de Elisabeth.
La Elisabeth de Austria-Hungría real difiere, en mucho, de la aniñada y llorosa Sissi de la leyenda rosa. Fue, a un mismo tiempo, una mujer y muchas. Compleja y extraña, la inteligencia le corría pareja con su gran belleza, aunque el mundo sólo notara lo segundo, dentro y fuera de esa corte imperial que desdeñaba y en la que la ninguneaban. Escéptica, mordaz y libre hasta las puertas del anarquismo, su cultura y dones diplomáticos contribuyeron mucho a mantener la unión en el imperio. En el entorno de decadencia y cambios destructivos para las monarquías europeas que fue la segunda mitad del siglo XIX, Sissi se erigió en una fuerza unificadora y moderadora en la corte de Viena. Sobre todo, en cuanto a mantener la unión y buenas relaciones entre austríacos y húngaros. Al punto de que, aun siendo germana de pura cepa, los magiares la consideraban uno más de ellos. No era para menos. Era la mejor defensora suya ante el gobierno imperial.

Fue el gran y único amor de su esposo y primo carnal, el emperador Franz Joseph I, pero también un permanente dolor de cabeza para su reinado. Ella despreciaba la frivolidad de la corte, las ceremonias y los actos sociales. Se hallaba mucho más a gusto disimulada como una persona más que endiosada como emperatriz por nobles y reyes. Declaró, a quien quisiera oírla, que no creía en instituciones como la monarquía o el matrimonio.
Su muerte, inesperada y rápida, en 1898, consternó al mundo entero. Como pasa con los magnicidios, dejó más preguntas que respuestas. Ocurrió el 10 de septiembre, en Ginebra. Como acostumbraba, viajaba por placer sin escolta ni séquito, sólo junto a una de sus damas de compañía, la condesa Irma Sztáray. Se hospedaba en el Hotel BeauRivage, y esa mañana quiso hacer una excursión por el lago Leman al balneario de Territet.
Al subir a un transbordador en el muelle, un hombre se arrojó de improviso sobre ella insultándola y haciéndola caer al suelo. Se incorporó como si nada, sólo levemente aturdida, y continuó su trayecto; el agresor fue detenido por las propias personas que se hallaban en el lugar. Ya en el buque, comenzó a sentirse mareada y, al desabrochársele el vestido para que respirara mejor, se descubrió que había sido apuñalada por aquel hombre con un finísimo estilete justo en el miocardio, sin que nadie se apercibiera. Sissi murió ese mismo día a causa de la certera y discreta herida.

La subsiguiente investigación pudo reconstruir los pasos y el ánimo perturbado de su homicida, Luigi Lucheni, anarquista formalmente de nacionalidad italiana pero nacido en París, de madre italiana soltera. Se había criado en orfanatos. Una vida poblada de necesidades y el estigma de ser hijo «natural», que lo convirtió en un ser hosco y resentido. Luego del aplastamiento, en mayo de ese año -1898-, de una protesta de obreros en Italia por las fuerzas del rey Humberto I, Lucheni, quien residía en Suiza, juró venganza y planeó diversos atentados contra personalidades públicas de la realeza, que no llevó a cabo por falta de fondos para viajar a Italia.
Al conocer, por un anuncio del Ministerio de Asuntos Exteriores suizo, de la visita de la emperatriz, esperó pacientemente todo ese día 10 de septiembre delante del hotel de lujo de Ginebra BeauRivage, donde se hospedaba. Luego, al verla salir camino al embarcadero, Lucheni la apuñaló con el estilete que llevaba a tal fin.
Luego de su detención en las circunstancias mencionadas, fue entregado a la policía. Hasta allí se lo tenía como un mero violento. Se confesó enseguida, orgulloso, como el autor del atentado incluso antes de que cerca de las 14:50 se anunciara públicamente la muerte de la emperatriz.
En el juicio subsiguiente, en noviembre de ese año, Lucheni fue condenado a cadena perpetua por asesinato con premeditación y alevosía… para desilusión del propio reo que había exigido la pena de muerte con el fin de tener un nuevo momento de protagonismo bajo la guillotina y poder ser tenido como un mártir del movimiento anarquista. Le explicaron sus abogados que en Suiza la pena de muerte por delitos comunes estaba abolida. Sus pedidos de ser extraditado a un país en que sí pudiera ser ejecutado, fueron rechazos como peticiones de un demente. Luego de 12 años en prisión y de un sinnúmero de reclamaciones de su parte para que le fuera quitada la vida, el 19 de octubre de 1910 se colgó en su celda con un cinturón.
De la vida múltiple y apasionada de Sissi se recordaría sólo su costado romántico, mucho más cómodo para la época que sus osadas posturas políticas. La forma y la causa de su muerte, asimismo, serían aún menos recordadas, pese a ser un ejemplo manifiesto de la sinrazón y locura homicida que las personalidades públicas atraen muchas veces sobre sí.

Comentarios 1

  1. Ana maria garriz says:

    Wowww!!!!que terrible historia despues de ver todas las peliculas de ella y Alain en mi adolescencia.
    Algo sabia de lo que contas Luis pero no tanto.seria bueno conocer la verdad quizas con algo de ficción.pero se que todo lo rosa que veíamos en esa época no eran tan ciertas.
    Lei 3 libros tuyos y me gane uno.
    Me encantaria leer más.excelente tu narrativa y tramas!!!! Felicitaciones!!!gran escritor

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