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La carencia de inversiones oscurece las perspectivas

Por Salvador Treber. Exclusivo para Comercio y Justicia
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Por Salvador Treber

El nivel óptimo en materia de inversiones para la economía argentina es cuando ascienden a 24,5% del producto bruto anual pues, de esa forma, se sustituyen las que se agotan en el proceso productivo (alrededor de 16%) logrando, además, acrecer en no menos de 8,5% las preexistentes que se mantienen en adecuado ritmo de gestión. Dado que desde 2015 viene operándose una marcada baja, es obvio que la respectiva productividad se ha reducido en forma considerable. Esa indiscutible realidad hizo que los integrantes del Gobierno nacional actual prometieran que a partir de su asunción llegaría una fuerte corriente de capitales externos que cubrirían holgadamente ese requerimiento.
Pasados ya casi dos años de gestión la tal “lluvia de inversiones” no sucedió y, por el contrario, el problema se agudizó. Ante múltiples y ansiosos requerimientos, el Ministro de Producción tuvo que admitir la situación y, sorprendentemente, sostuvo al respecto que las inversiones “no llegan porque la rentabilidad no es la esperada respecto del riesgo”. Dado que ello no es una novedad, pone en evidencia que las anteriores promesas eran aventuradas y no se correspondían con la realidad del mercado internacional. La falencia inversora acumulada ya ha trepado a alrededor de US$250 mil millones que deberían incorporarse en menos de una década a un ritmo, como mínimo, de US$30 mil millones anuales.

En la actualidad -sumando proyectos en ejecución, privados y públicos- en cada ejercicio sucede lo contrario pues se viene ahondando el problema ante la falta sistemática de carácter anual que se suma como adicional antes referido; siendo cada vez difícil recuperar gradualmente el potencial mínimo indispensable para retornar a la “normalidad”. Es que la realidad vigente permite advertir que apenas se logra llegar a unos US$20 mil millones; es decir 20% debajo de lo indispensable para encarar la recuperación de la perdida relación “capital/producto” con que entre 2003 y 2013 se logró incrementar el producto bruto en 87,9%. El régimen de devaluaciones que se han precipitado desde mitad de diciembre de 2015, lejos de ser beneficioso, viene coadyuvando a que se amplíe la mencionada merma de inversiones y de productividad.
A ello se deben sumar crasos errores conductivos, como la intempestiva suspensión en la ejecución de las dos centrales hidroeléctricas localizadas en la provincia de Santa Cruz que cuentan con financiamiento y dirección técnica chinos. Sin aportar ninguna explicación que procure justificar semejante actitud dilatoria ahora se reanuda pero, obviamente, el tiempo perdido generará la obligada extensión temporal en la que se continuará adquiriendo energía en el exterior; lo cual podría haberse evitado. Los funcionarios responsables de semejante absurdo se mantienen en sus cargos, como si todo hubiese sido bien gestionado y sin ensayar ninguna autocrítica.

Los requerimientos impostergables
En atención a lo expuesto, las decisiones y respectivas acciones que se adopten ahora deberían ser claras, apuntando a corregir las señaladas falencias para aspirar como meta a convertirse en un real factor de cambio; sin embargo, no es eso lo que está sucediendo actualmente, pues se insiste en seguir en una vía equivocada que no sólo demorará el indispensable crecimiento multisectorial y apunta a primarizar la economía circunscribiendo a pocos sectores las perspectivas de crecimiento. Ello no es algo nuevo sino una línea de acción que ya ha cumplido más de 22 meses, manejada según inspiración externa, que -tal como está sucediendo en Brasil- condena al país a persistir en hacer centro en la agroindustria y minería; ésta última en forma selectiva.
Por lo tanto, el área industrial enfrenta múltiples obstáculos para crecer y extenderse, lo cual se convierte en un problema de máxima gravedad pues el sector llegó a representar 27,5% del producto bruto interno.
Esa relación, debido al equívoco curso adoptado, apenas llega a constituir 19,7%; razón por la cual en muchos casos se está apelando a importaciones, incluso de bienes de consumo, y ello deriva en la quiebra u obliga al cierre de miles de empresas nacionales, especialmente pymes, en coincidencia con un alarmante incremento de la deuda externa pagadera en divisas y una notoria caída de las exportaciones, que llegaron a elevarse cuatro años atrás a más de 83 mil millones.

En la actualidad, éstas se ubican por debajo de US$60 mil millones; siendo dos tercios de ellas compuestas por productos de origen agropecuario, lo que causa un marcado retroceso respecto a nuestro superado carácter de proveedores casi exclusivamente de bienes primarios. Cabe recordar que hace algunos años surgía como muy próximo a concretarse y por ello fue calificada Argentina como una “economía emergente” y como tal fue elegida para integrar el “Grupo de los 20”. Incluso ahora se teme que al haber descendido en esa condición y considerada que ha retrogradado a una “economía marginal” (según el Banco Mundial y la ONU) pueda ser sustituida por otro país latinoamericano.
Aun cuando no se puede esperar en las condiciones actuales la llegada masiva de capitales provenientes del exterior que impulsen nuevos grandes proyectos, sus representantes insisten en requerir al país que asegure las posibilidades de autofinanciamiento; lo cual automáticamente reduce el área de opciones que apunten a coadyuvar en el impulso de un crecimiento sostenido. No es posible sustentar en lo inmediato una mejora sensible como parecen sostener los más altos funcionarios nacionales que mejoren el nivel de vida solamente impulsando la actividad primaria (especialmente agraria), aun aceptando como viable que la cosecha 2017/18 logre trepar a 137 millones de toneladas.

Esta información ha emanado del ministerio respectivo como eje de las mayores expectativas oficiales ya que las otras actividades como minería, construcción, extracción de gas y petróleo, cumplen en ese planteo un rol meramente complementario. A ello se debe agregar el efecto negativo que viene generando la extensa crisis económico-financiera que afronta desde hace casi tres años Brasil, nuestro principal cliente y proveedor, pues no han logrado sustituirlo por otros destinos alternativos. Los empresarios argentinos y los extranjeros con establecimientos radicados en el país objetan con gran énfasis lo elevado que les resultan los costos laborales y, sin disimulo, reconocen que esperaban que después del acto electoral de octubre desde las más altas esferas procedieran a corregir lo que evalúan como obstáculos para poder competir con éxito en el mercado internacional y conquistar nuevos destinos para sus productos.
Expectativas relativas al próximo quinquenio
A modo de justificación de esa cerrada posición, arguyen que en Brasil el costo salarial promedio es equivalente a 50% del que rige en Argentina. Por supuesto, no toman en cuenta tampoco que el ingreso de la amplia franja media es 41,8% superior a la del país vecino y que también es notoriamente más alto el poder de los asalariados argentinos.
El requerimiento integral que proponen incluye una mayor apertura de la economía y una profunda reforma tributaria que recorte considerablemente este costo; lo cual -según tal enfoque- requeriría paralelamente reducir el gasto público y, sin decirlo expresamente, ello no hace otra cosa que apuntar a disminuir salarios, jubilaciones y gastos tanto en educación como en salud.

Los economistas en general coinciden en la necesidad y urgencia de lograr una mejora importante pero muchos de ellos no aceptan que ello se haga impulsando a los 12,5 millones de salariados a degradar su actual nivel de vida, como se ha insinuado. Los planteos alternativos proponen una mayor y generalizada calificación de la mano de obra y un más adecuado equipamiento pues, según subrayan enfáticamente, no son los países con mano de obra más barata los más exitosos sino todo lo contrario.
Un ejemplo que exhibe dentro de sus fronteras ambas situaciones es India, que tiene 1.200 millones de habitantes. Tal como se advierte en forma muy evidente en la zona centro occidental, donde está localizado y opera con gran éxito el llamado “Triángulo de Oro” que contiene una tercera parte de su población compuesta por familias de técnicos de altísima especialización y su personal que incursiona con continuas creaciones con que atienden a todos los mercados del mundo. Por otro lado, en la zona aledaña a la que surca el río Ganges, donde viven los dos tercios restantes, nada menos que 800 millones, se mantienen en las condiciones más misérrimas.

Según un informe publicado por la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional, se han acumulado 538 grandes proyectos que permanecen postergados por 416 grandes empresas, que sostienen están aguardando para ser impulsados que se logre previamente una rápida y sólida recuperación. Hasta ahora, desde las esferas gubernamentales poco o nada se ha hecho para impulsarlos y parecería que no hay disposición de colaborar en ese objetivo. Hay muchos analistas que objetan lo que han definido como “el alto riesgo regulatorio” que inhibiría el inicio de importantes inversiones que permanecen en calidad sólo de proyectos y pretenden justificar.
Ese exceso de cautela supuestamente sólo por el momento en actitud de espera pretende justificar el requerimiento de que previamente se produzca una reactivación generalizada a escala ecuménica que les asegure rápidos e inmediatos beneficios pero ello también conlleva el riesgo de llegar tarde a ese escenario.
La actividad aparentemente pasiva que vienen adoptando no sólo Estados Unidos, China e India sino otras muchas economías como las de Alemania, Francia, el Reino Unido e incluso numerosas de menor poderío como la República Checa y Finlandia, deberían servir de ejemplo sobre la urgencia de involucrarse sin realizar nuevas esperas que pueden frustrar todo esfuerzo que resulte tardío. Lo realmente decisivo debe ser agilizar el ritmo de acumulación del capital pues no hay razones para prolongar sin término la indispensable extensión o mejoras y ampliación de rutas que involucre una acción semejante en cuanto a puertos y transportes incluso el ferroviario como está sucediendo.
La urgencia que prima en la rápida recuperación del capital refleja la escasa confianza, lo cual es un aspecto muy negativo al convertirse en un freno, pese a que las mayores empresas no exhiben balances con quebrantos que hagan peligrar su estabilidad o la existencia.
En cambio, incurrir en demora a los mercados que se reactiven puede hacerles perder su propia razón de ser. La mejor teoría en la materia aconseja no “perderle tren” estando atentos y dispuestos a acompañar a los más aptos para a encarar a emergencia.

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