lunes 25, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

La agresión a un candidato a presidir el Colegio de Abogados

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En el lamentable marco de violencia urbana que vivimos, la repudiable agresión a un ciudadano puede registrarse en el horror cotidiano. Sin embargo, algunas características que trascendieron en los medios le da al episodio una dimensión de gravedad mayor.

La semana pasada sorprendió a la opinión pública la noticia de haber sido un ciudadano, candidato a presidente del Colegio de Abogados, víctima de una golpiza. Trascendió además que tras la agresión, se le habría dejado un mensaje de neto corte mafioso: “No te metas con el Colegio de Abogados”. Si el mensaje existió tal como se divulgó, claramente la víctima del hecho, además de la persona agredida -, es la propia colegiación. Y lo que es más grave: la paz social.
Deberá por tanto el órgano de investigación interviniente y los responsables de la seguridad pública extremar los esfuerzos y afectar todos los recursos necesarios para el inmediato esclarecimiento del hecho y de sus connotaciones, que no tiene precedentes en la historia de la abogacía y de la colegiación en la Provincia.
Después de transitar por casi cuatro décadas los espacios y situaciones que el ejercicio de la abogacía y el trabajo en la colegiación traen aparejados, entre ellos por cuatro años como presidente del Colegio de Abogados de Córdoba, asumo la responsabilidad de escribir la presente columna, en la convicción de que no existen ni han existido mafias en la colegiación. Ni tampoco existen ni han existido actitudes mafiosas consistentes en dirimir conflictos ni doblegar voluntades a través de esbirros o sicarios.

Sí en cambio han existido mafias y reiteradamente actitudes mafiosas en sectores ajenos, que han atentado contra el libre ejercicio profesional en la defensa de derechos fundamentales, a veces con resultados trágicos.
Como es de público y notorio, han existido también actitudes individuales de profesionales inescrupulosos (no sólo abogados), tendientes a la captación de casos por medios indecorosos. Los llamados “corre ambulancias”, “corre mamelucos”, etc. Pero jamás fueron amparados por la colegiación. Por el contrario, fueron combatidos siendo frecuentemente juzgados y sancionados por el organismo correspondiente. La mayor o menor eficacia en este acometimiento ha variado en las distintas gestiones, pero reitero, jamás fueron “amparados”.

La colegiación, como la República misma, no está exenta de fallas y debilidades. Pero en ambos casos, los defectos y flancos vulnerables se enmiendan democráticamente en elecciones. Y no es casual, que este ataque a la abogacía y a la colegiación se produzca a días vista del acto electoral que renovará íntegramente al Directorio.
Actuar con sensatez y responsabilidad republicana y democrática, impone llevar un mensaje de paz y confianza a la comunidad y aceptar el resultado de las elecciones, sea cual fuere.
Y exige también no pretender obtener rédito político de este ilícito. Por cada gota de agua que desde un sobreactuado mesianismo se pretenda arrimar al propio molino, se arrojará una catarata de injustas sospechas sobre la colegiación, insustituible a la hora de defender no sólo al abogado, sino también a la paz social, al sistema republicano, al orden democrático y, en definitiva, al hombre común, principal destinatario de todos los esfuerzos.

Decía Luis Martí Mingarro,  Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid y Presidente de la Unión Iberoamericana de Abogados, (UIBA), que “desde hace siglos, quien acude a un abogado tiene que dejar en el umbral del estudio cualquier vestigio de violencia que anide en su alma”. Entrar a la casa de un abogado, – decía-, es sobre todo eso: renunciar a la violencia y encomendar a la palabra, – y a la ciencia jurídica a la que aquella pueda dar soporte -, la solución del conflicto que le trae hacia nosotros. Señalaba así con énfasis, una de las facetas más importantes del profesional del derecho: “La de operador de la paz social”.
Sepamos en definitiva, los abogados, estar a la altura de tan desafiante reto, para que la abogacía siga siendo, como lo quería D’Agosseau, -aquel canciller de la orden de abogados de Francia-, “tan antigua como la magistratura, tan noble como la virtud, y tan necesaria como la justicia”.

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