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Kafka y el caballo de Alejandro Magno

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Un cuento muy particular respecto del derecho, la mediocridad y los abusos de poder

Por Luis R. Carranza Torres

Franz Kafka fue, además de escritor y un alma torturada, abogado. No había abrazado, en modo alguno, la profesión de las leyes por elección. Luego de pasar una niñez en un hogar rígido, presidido por la figura de un padre autoritario, fue enviado en su adolescencia al riguroso «Altstädter Deutsches Gymnasium» a fin de prepararlo para ingresar en la Universidad Real Imperial Carlos Fernando de Praga, denominada de ordinario sólo como Universidad Carlos, «Univerzita Karlova» en checo.
Tras dos fracasos vocacionales del joven, primero como alumno de química y luego en historia del arte y filología alemana, la autoridad paterna eligió su destino por él y lo forzó a estudiar derecho. Franz obedeció tal mandato hasta concluir el 18 de junio de 1906 con un doctorado en leyes, dirigido nada menos que por su profesor de sociología Alfred Weber, justamente el hermano de Max.
Especializado en derecho de seguros, trabajó primero en la empresa Assicurazioni Generali, en el ámbito privado. Luego ingresaría en la Administración pública, cumpliendo funciones en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia.
Varias de sus obras más famosas tienen por ello una fuerte connotación jurídica. Podemos citar al respecto, “El proceso”, “En la colonia penitenciaria”, “El nuevo abogado”, “Sobre la cuestión de las leyes”, “Abogados”, “Ante la ley”, “Un sueño” y “El castillo”.

No tan conocido es su cuento «El nuevo abogado», aparecido en su libro Un médico rural. Relatos breves, publicado en 1909. Allí el escritor mezcla dos de sus tópicos recurrentes: las transformaciones entre las personas y los animales y la consideración de lo que implica el derecho en la sociedad humana.
Se trata de una fábula no convencional que tiene como protagonista al mismísimo caballo de Alejandro Magno, posiblemente el caballo más famoso de la Antigüedad, que deja su ocupación como corcel de batalla para convertirse en abogado del foro: «Tenemos un nuevo abogado, el doctor Bucephalus. Por su aspecto hace recordar poco el tiempo en que era el caballo de batalla de Alejandro de Macedonia», se cuenta al inicio de la obra.
Es, pues, una transformación totalmente distinta a la narrada en su más famosa obra, “La Metaforfosis”. Aquí el paso no es forzado, ni de hombre a animal como con Gregorio Sansa en aquel libro, transformado en cucaracha de buenas a primeras una mañana, ni provoca la aflicción del implicado.
Tal cambio copernicano no ofrece mucha resistencia entre los actuarios del medio: «La burocracia en general está de acuerdo con que se admita a Bucephalus. Con asombrosa sabiduría sostienen que, de acuerdo con el orden social hoy imperante, Bucephalus se encuentra en una situación especialmente difícil y que por ello, así como por la importancia que tiene en la historia universal, merece se le tenga consideración».
Bucéfalo busca voluntariamente el cambio para escapar de una vida que se ha transformado en desgraciada. Escrito con melancolía irónica, en el cuento de Fafka el amo muere antes que su corcel y el equino se da cuenta, frente a esa ausencia, que los nuevos tiempos ya no producen héroes a quienes valga la pena llevar sobre sus grupas.
«Quizá, por eso lo mejor sea hacer lo que Bucephalus: sumergirse en los libros de derecho. Libre, sin tener que soportar la presión de los muslos del jinete, lejos del estruendo de las batallas de Alejandro, a la tranquila luz de una lámpara lee y vuelve las hojas de nuestros viejos libros», se lee en el cuento.
El derecho es, pues, el refugio para un mundo carente de heroicidad, un tiempo que se ha vuelto gris y poblado de hombres de espíritu pequeño. Pero hay también en tal postura, una crítica velada a hechos llevados a cabo por su dueño y jinete: «Hoy -esto nadie puede negarlo- no hay ningún Alejandro Magno. Pero no son pocos los que saben asesinar; tampoco faltan quienes tengan suficiente habilidad como para traspasar al amigo con una lanza por sobre la mesa del banquete, y a muchos Macedonia les queda demasiado chica, de modo que maldicen a Filipo, el padre, pero nadie, nadie puede abrirse paso hasta la India. Ya en aquél entonces las puertas de la India eran inalcanzables, pero el camino que a ellas conducía había sido marcado por la espada del rey».
Como es usual en su obra, Kafka formula, como al pasar, una crítica ácida de la condición humana. Es que no era feliz con la sociedad en que debía vivir, como suele pasar con muchos genios, y por eso percibía con especial intensidad muchos de sus efectos que luego podía plasmar con maestría en sus escritos.
A muchos letrados, en su tiempo, no les cayó en gracia la narración. Entendían que era denigrar la profesión hacer pasar a un caballo por abogado. Cuenta la tradición que alguien respondió a eso: «No es terrible pensar a un caballo como abogado. Lo verdaderamente terrible es cuando ocurre al revés».
Era un tipo de postura que, por lo sutil y filosa, seguramente hubiera conformado al siempre atribulado Kafka.

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