viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

José de San Martín, juez

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Una semblanza del Padre de la Patria como magistrado judicial. Tanto en la faz civil como en la militar, proyectó su especial carácter en múltiples decisorios.

Por Luis R. Carranza Torres

Los lugares comunes de la historia, enseñada y aprendida, escolarización mediante a fuerza de mecánicas repeticiones, más propias de los loros que de seres humanos, han desfigurado bastante la figura de José de San Martín, a la par de hacer caer en el olvido facetas de la mayor valía de su persona.

“La conciencia es el mejor juez que tiene un hombre de bien”, afirmó el prócer alguna vez.

No era sólo una frase: se trataba, en su caso, de una práctica de vida que puso de manifiesto no pocas veces. Aquí buscamos rescatar de ellas esas ocasiones en que se desempeñó como magistrado impartiendo justicia.

En particular, su genio militar eclipsa el hecho de que era uno de los hombres más ilustrados de su tiempo. Y un profundo conocedor de las vicisitudes del espíritu humano.

Era un hombre de acción pero también una persona preocupada por razonar y entender su tiempo. Eximio espadachín y amante de las armas de fuego, pero también un ávido lector.

John Miers -por ejemplo- destaca, tras conocerlo, su afición por los muebles ingleses, su admiración por sus “ídolos” en materia castrense: Napoleón Bonaparte y Lord Wellington, cuyos retratos siempre colocaba en su lugar de trabajo.

A todas sus campañas, junto a su colección de unas veinte armas de fuego largas escogidas, entre fusiles y rifles, acarreaba también una decena de baúles con libros en tres idiomas: el propio más el francés y el inglés. Eran sus pertenencias más preciadas y con ellos atravesó el Atlántico de Inglaterra a Buenos Aires; de allí a Mendoza; los “cruza” por la cordillera y los embarca en la navegación desde Chile a las costas peruanas.

Su primera actividad “judicial” al llegar a tierras patrias ocurre en la organización del Regimiento de Granaderos a Caballo. Como ha estudiado Daniel Balmaceda, apenas una semana medió entre su llegada a Buenos Aires y el encargo de parte del gobierno de la creación de un escuadrón de caballería. San Martín tenía en mente una fuerza forjada sobre los “adelantos” en la materia observados durante las guerras napoleónicas, pero existía una escasez crónica de soldados. Todo lo disponible en la materia estaba peleando en la Banda Oriental o en el Alto Perú. Tres semanas después, sólo contaba con cinco de los 90 necesarios. Un sargento, dos cabos, un trompeta y un único soldado propiamente dicho.

Fue entonces cuando, investido de las facultades judiciales correspondientes, se dedicó a estudiar causa por causa los soldados que cumplían penas de presidio en la isla de Martín García. Y al más puro estilo, en versión siglo XIX, del personaje que encarnaría para el cine Lee Marvin como el mayor Reisman en la película Los doce del patíbulo, conmutó penas a cambio de servicio en la nueva unidad de elite. De tal forma, marinos desertores y antiguos patricios encarcelados por el Motín de las Trenzas pasaron a engrosar sus efectivos.

Luego, como gobernador en Mendoza, ejerciendo las funciones de Justicia Mayor que venían con el cargo desde la época hispánica, se destacó por el buen tino de sus sentencias.

En una causa seguida contra dos espías mandados desde Chile por los españoles, en lugar de la pena de muerte establecida les impuso la de trabajos forzados, debiendo llevar, cuando cumplieran en público tal faena, un letrero con la leyenda “Infieles a la Patria”. Poco podrían espiar después de semejante escrache.

En el sumario seguido respecto de una chacarera “por haber hablado contra la Patria”, en lugar de la cárcel o los azotes de rigor, mandó a entregar a intendencia del ejército, como pena,“diez docenas de zapallos que el ejército necesitaba para su rancho”, para defender esa Patria de la que mal hablaba.

Tales anécdotas no hacen sino situarnos ante un hombre de carne y hueso, sin las desfiguraciones del bronce, que era un profundo conocedor del espíritu humano. Era altamente exigente con todos quienes se hallaban bajo su autoridad, civil o militar, siendo implacable con la dejadez o la negligencia en el deber. Pero por lo mismo que conocía el alma humana, sabía que resulta algo connatural al hombre que hace cosas que a veces yerre, siendo de absoluta justicia conceder segundas oportunidades cuando se ha equivocado de buena fe, por exceso de pasiones.

Hacer justicia es no dejar impune afrenta, pero también ser medido en el castigo. Buscar rehabilitar, antes que martirizar. A la luz de los ejemplos reseñados, ése parece ser el mensaje subyacente en las sentencias del magistrado de justicia José de San Martín.

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