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John Reed, el enorme cronista de la Revolución de Octubre

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Su relato es vívido. Se detiene en detalles sorprendentes. Es una lección de periodismo, de cómo contar la historia

Por Silverio E. Escudero

Sobre nuestra mesa de trabajo abundan recortes de casi una centena de diarios y revistas. Todos se refieren a uno de los personajes más ricos y apasionantes del siglo XX. John Reed (JR), que de él se trata esta columna, fue testigo privilegiado de los hechos más trascendentales del siglo pasado.
Es el mismo hombre, de profesión periodista, que en tiempos de la Revolución Mexicana cabalgó entre los Plateados del general Tomás Urbina y las tropas del celebérrimo Pancho Villa, rodeado de los generales más jóvenes de la historia que lo miraban con desdén por su condición de “gringo”, a pesar de que derrochaba coraje en el combate.
Y tuvo, ese mismo hombre, el enorme privilegio de asistir a la toma del poder por Vladimir Illich –Lenin- y los bolcheviques, en una rumorosa ciudad acostumbrada al boato de los Romanov.
Testimonio que ha quedado retratado en su imprescindible Diez días que estremecieron al mundo, por ser un trozo de historia
“Historia tal como yo la he visto. Sólo pretende ser un relato detallado de la Revolución de Octubre, es decir, de aquellas jornadas en que los bolcheviques, a la cabeza de los obreros y soldados de Rusia, se apoderaron del poder del Estado y lo pusieron en manos de los Soviets. Se refiere, sobre todo, a Petrogrado, que fue el centro, el corazón mismo de la insurrección. Pero el lector debe tener en cuenta que todo lo que acaeció en Petrogrado se repitió, casi exactamente, con una intensidad más o menos grande y a intervalos más o menos largos, en toda Rusia”, afirmó.
Reed es el modelo del periodista comprometido con su tiempo, del periodista militante. Perteneció a una legión que puso su cuerpo en defensa de las grandes causas, integrada por hombres de la talla de Émile Zola, Anatole France, Stefan Zweig, Howard Fast, Sinclair Lewis, Gregorio Selser, José Carlos Mariátegui y Waldo Frank, entre muchos otros, que enfrentaron los hábitos y costumbres de la burguesía mercantil incapaz de pensar en el prójimo y de soñar con un futuro distinto a su pequeño horizonte cartaginés.
Actitud que implicó que fuese censurado en casi todos los países del mundo. Bestialismo que permitió quemar en piras sacramentales ediciones completas de sus libros, junto al patrimonio de las bibliotecas populares, salas de teatro filodramáticos y clubes deportivos, creados con el esfuerzo de anarquistas, socialistas, comunistas y radicales, capaces de resistir los cantos de sirenas y de transformarse en ejemplos del “buen burgués.”

JR en estas circunstancias históricas adquirió un valor especial. Mucho más cuando el Partido Comunista –uno de los recipiendarios de su herencia- aparece en vías de extinción, puesto que se ha quedado sin brújula al empeñar su ideario por correr detrás de proyectos personalistas que, desde el comienzo de los tiempos, han fracasado. La Tercera Ley de Newton es aplicable a la política y a la historia.
Esta aproximación a JR –que debe ser considerada de manera integral con la lectura obligada de su México Insurgente- surge de la necesidad de superar la “zaraza” que inunda los medios de comunicación. Es un intento de poner coto a tanta ignorancia organizada. Hollywood no es la mejor de las fuentes a la que puede recurrir un periodista o un historiador para fundar sus asertos. A pesar de la excelente actuación de Warren Beatty en su excepcional película Reds.
Es menester, entonces, encontrarse con el periodista que es capaz, en medio de la nieve, de compartir los padecimientos de los soldados en las trincheras. Combatientes que, a pesar de su ignorancia, sabían que estaban luchando contra los intereses del zarismo, “en nombre propio, de la tierra y la libertad”. Soldados esperanzados en que se podía proclamar la paz en una Europa hundida en el hambre y la miseria como consecuencia de la Primera Guerra Mundial.
Es el mismo hombre que mostró valentía en México el que reclama un fusil y un lugar, junto a los guardias rojos, en la defensa del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso cuando fue atacado por los contrarrevolucionarios. Acción destacada en los partes de combate del Ejército Rojo, que lideraba León Trotsky.
JR está en todas partes. Él y su mujer -Louise Bryant, que aporta su visión en Six Red Months in Russia, libro sin traducción al castellano- se multiplican. Están en el frente, en la retaguardia, en los hospitales de campaña, en los cementerios.
Ésa es la razón por la que integran la multitud que se dio cita en el II Congreso de los Soviets de toda Rusia y cuenta cómo vivió la toma del poder. Su relato es vívido.
Se detiene en detalles sorprendentes. Es una lección de periodismo, de cómo contar la historia más allá de las deformaciones del relato que anida en la academia: “En nombre del Comité Militar Revolucionario, Trotsky declaró que el Gobierno Provisional ya no existía. ‘La característica de los gobiernos burgueses –dijo– consiste en engañar a las masas. Nosotros, los soviets de Diputados Obreros, Soldados y Campesinos, vamos a intentar un experimento único en la historia: fundar un poder que no conozca otros objetivos que satisfacer las necesidades de los obreros, soldados y de los campesinos”.

Y continúa el cronista con la aparición de Lenin que predijo el triunfo de la revolución socialista mundial, discurso que abunda en consideraciones sobre el rol del partido revolucionario y las limitaciones -en esa etapa- de la revocatoria de los mandatos que, debe ser “otorgado a los soviets, por ser los portadores más perfectos de la idea de estado de coerción. Y entonces el paso de un partido a otro se realizará incruentamente”, por la vía de una simple reelección.
El relato de JR regresó a Trotsky, anotando que declaró que ya habían enviado telegramas al frente anunciando la victoria de la insurrección, pero todavía no había respuestas. “Según rumores, las tropas avanzaban sobre Petrogrado. Era necesario enviar una delegación para explicarles toda la verdad (…) ‘¡Ustedes deciden la voluntad del Congreso de los soviets de toda Rusia!’. Trotsky. con frialdad: ‘¡La voluntad del Congreso de los soviets de toda Rusia ha sido decidida por el levantamiento de los obreros y soldados de Petrogrado!’.
Entramos en el gran salón de sesiones abriéndonos paso a través de la multitud clamorosa que se agolpaba en la puerta (…) Sin embargo, aunque todo marchaba muy bien, la gran incógnita era qué diría el Ejército, que haría, ¿apoyaría la revolución o respondería al bando de Kerensky para aplastarla?”.

Para saberlo, nada mejor que los ojos de JR: “Eran exactamente las 5.17 de la mañana cuando Krylenko, tambaleándose de fatiga, subió a la tribuna con un telegrama en la mano. ‘¡Camaradas! ¡Es del frente Norte! ¡El 12° Ejército saluda al Congreso de los soviets y comunica la creación de un Comité Militar Revolucionario, que ha asumido el mando del frente Norte! (…) Comenzó algo completamente indescriptible. Los hombres lloraban y se abrazaban. ‘El general Cheremisov ha reconocido el comité. ¡El comisario del Gobierno Provisional Voitinski ha presentado la renuncia!’. Lenin y los obreros de Petrogrado habían decidido la insurrección, el Soviet de Petrogrado derribó al Gobierno Provisional y colocó al Congreso de los soviets ante el hecho del golpe de Estado. Ahora había que ganarse a toda la inmensa Rusia y luego al mundo entero.
El fuego de la revolución crecía y crecía, derritiendo el hielo de la guerra, fundiendo el hierro de las cadenas de la explotación y la opresión de los trabajadores y campesinos y con esa misma materia prima, se forjaban martillos para derrumbar el sistema de explotación capitalista.”

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