En el transcurso de esta semana la Oficina de Propiedad Intelectual belga dará por cerrado el plazo para receptar las oposiciones de terceros que intenten detener el registro de la marca “Je suis Charlie”.
Yanick Uytterhaegen solicitó el registro de esa marca un día después de la tragedia en Francia, anticipándose a solicitudes que rápidamente se reprodujeron en México, Italia, Alemania y Estados Unidos.
“Je suis Charlie”, de repente, apareció no sólo como un simple eslogan representativo de la solidaridad de distintos grupos respecto a la tragedia en París sino que comenzó a distinguir remeras, tazas, lapiceras, juguetes, jabones, cosméticos, gaseosa, frutas, aceites y decoraciones navideñas o por lo menos ése fue el interés de los distintos solicitantes alrededor del globo.
Mientras que la Oficina Francesa decidió de pleno desestimar con un dictamen las más de 50 solicitudes de marcas “Je suis Charlie”, por carecer éstas de carácter distintivo y ser imposible detectar el agente económico que las emplearía -ya que la comunidad toda se ha apropiado de ella-, la Oficina Belga parece tomarse su tiempo y dejar la decisión un poco más al arbitrio de terceros.
Con críticas que se extienden desde la carencia del carácter comercial de la frase, su violación de la moral y las buenas costumbres, como así también la naturaleza cada vez menos territorial de la misma marca, “Je suis Charlie” ha vuelto a poner en el tapete una discusión que los buenos hombres de negocios y las oficinas de propiedad intelectual del mundo vienen llevando: el atentado contra las torres gemelas llevó una marea de solicitudes de “9/11” y “11-S” a ser presentadas, la tragedia del vuelo Malaysia Airlines provocó en el mismo día numerosos pedidos de registro de los signos “MH17” y “MH370”, el bombardeo que a su tiempo ocurrió en Boston copó de presentaciones “Boston Strong” las oficinas de propiedad intelectual y, más recientemente, las últimas palabras de Eric Gardner, el joven negro quien murió a manos de la policía norteamericana en diciembre, replicaron con su “I can’t breathe” en aplicaciones de solicitudes de diversos países.
Por su lado, en Argentina el uso de “Je suis Charlie” solo llegó al “Yo soy Nisman” de diversas protestas pero no ha pasado, para suerte del INPI (Instituto Nacional de la Propiedad Industrial), por sus oficinas. En una búsqueda rápida del tan afamado “Je suis” solo encontramos trámites de registro de “Je suis Gardel” en curso. El solicitante, Jorge Lanata, parece continuar esperando la concesión del título de su ópera prima.
De cualquier modo, de este lado del mundo, la ley 22362 en su Art. 2° Inc. B no deja mucho margen a la duda ya que continúa en redacción e interpretación a la legislación internacional en la materia, en particular al Convenio de París y con ello al dictamen de la Oficina Francesa. Ello, sin embargo, no obsta a que determinados fenómenos reciban una respuesta ágil por parte de los operadores jurídicos, que sea de un entendimiento revitalizado de normas que aunque parecen antiguas son pétreas y definitorias de ciertos institutos. Sin ellas, la naturaleza y función de las marcas pueden llegar a aparecerse confusas cuando en realidad son muy claras: “Je suis Charlie”
* Agente de la Propiedad Industrial. ** Abogada