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Inflación, estigma residual del modelo actual

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Por Luis Esterlizi (*)

“En Argentina los más agudos períodos inflacionarios se han producido gracias a las denominadas políticas de ajuste o estabilización propuesta por los monetaristas locales apoyados por los organismos financieros internacionales. Así ocurrió en los años cincuenta y sesenta, y volvió a suceder con la última dictadura militar y luego con la vuelta de la democracia, en los gobiernos de Alfonsín y Menem. La convertibilidad – con tipo de cambio fijo – no pudo contener la inflación reprimida que conllevaba y sólo produjo pobreza, hiperinflación y la crisis del 2001-2002”.
En el ojo de la tormenta, Mario Rapoport.

Especulación financiera en la toma de deuda

Cuando buscamos las causas reales de la inflación solemos recurrir a opiniones de economistas, aunque estas siempre decantan en las discusiones entre teorías ortodoxas y heterodoxas. Pero si buscamos respuestas que no sean exclusivamente económicas es porque comprobamos que la inflación puede ser la resultante de inestabilidades ocasionadas por influencias de contextos políticos mundiales y erradas políticas de Estado.

Dichos acontecimientos suelen tener enorme repercusión en los modelos económicos de los países, generando conflictos políticos y sociales frente a injustas condiciones de vida, como aconteció en los años 60-70 cuando surgieron – tanto en Europa a partir de mayo del 68 en París o en América con la Revolución Cubana – revueltas populares que tuvieron clara influencia en Argentina, ensamblando luchas estudiantiles con la de trabajadores, como el Cordobazo y otros sucesos similares.

La dictadura militar en Argentina avizoró posibles episodios incontrolables por la implosión de estas convulsiones sociales y propuso – como salida provisoria – un Acuerdo Nacional. Pero con firme convicción, la mayoría de los partidos políticos que constituían el colectivo llamado La Hora del Pueblo exigió elecciones libres y democráticas. 

El entendimiento en el pensamiento y acción entre Ricardo Balbín y Juan Perón logró forzar las elecciones del 11 de marzo de 1973 en las que triunfó la fórmula del Frente Justicialista de Liberación.

Pero irremediablemente – en todo este proceso – tanto sectores de izquierda como de derecha promovían sus ideologías extremas, mientras expectantes y sin abandonar su beligerancia quedaban las organizaciones guerrilleras ante el poder resquebrajado del gobierno que presidido por Héctor Campora, que finalmente renunció. Seguidamente, y en forma provisoria, asumió Raúl Lastiri, quien convocó a elecciones dentro de los 60 días. El 23 de septiembre  de ese año triunfó la fórmula Perón – Isabel, con 62 % de los votos. 

Ante la manifiesta oposición y rechazo de los Montoneros al pacto social que había implementado, Perón los expulsó públicamente de la Plaza de Mayo el 1 de mayo de 1974. El proceso se agudizó y después del fallecimiento de Perón la guerrilla intensificó su accionar contra el gobierno de Isabel, mientras sectores de la ortodoxia económica y el monetarismo promovían el golpe cívico-militar, que se concretó el 24 de marzo de 1976. 

Esta muy apretada síntesis rememora las distintas circunstancias que nos hicieron caer bajo el poder de la dictadura más sangrienta que registra nuestra historia, y bajo la conducción como ministro de Economía de José Martínez de Hoz, quien durante los cinco años que ocupó el cargo logró instalar una inédita apreciación cambiaria que fomentó la especulación financiera, la fuga de capitales y el deterioro de las actividades productivas e industriales, sembrando el germen de su visión retrógrada que nos llevó a las distintas crisis que señala Mario Rapoport en su libro El ojo de la Tormenta. 

La ausencia de una auténtica democracia

Esta historia hace que rememoremos la asunción del primer gobierno elegido con nuestro voto tras la dictadura como el de mayor trascendencia democrática. Pero al tiempo comienza nuestra frustración, ya que el posteriormente al armado de este modelo de gobernanza se nos dejó, como única garantía de poder corregir erradas políticas, la posibilidad cada cuatro años, de optar por otro candidato. En resumen, jamás votamos programas o proyectos de gobierno, solo candidatos.

Este hecho va generando una crisis de confianza y de credibilidad, instalando la desazón y el desánimo y ratifica la decadencia de la dirigencia como la negligencia de muchas instituciones por conducirnos, después de 40 años, a este descalabro integral que echa por tierra la posibilidad de lograr una nación independiente y una sociedad unida y realizada con principios, valores y virtudes esenciales.

La economía -por formar parte de la filosofía moral de un gobierno- debió realizar un crecimiento económico armonizado con el desarrollo social, pero inmersos en una crisis ética y moral terminamos en manos de gobiernos autocráticos, sin poder constituir los ámbitos donde como sociedad organizada pudiéramos diseñar y construir nuestro futuro, consensuando los ejes estratégicos de un proyecto nacional.

Para ello no caben las dudas ni los tiempos para las contemplaciones. Sabemos que nuestra sociedad debe salir del ostracismo y la dubitación y terminar con divisiones, separatismos absurdos por cuestiones ideológicas, de género, etc. Debe recuperar su unidad con valores, principios y virtudes que hacen a su identidad. 

Este objetivo nos exige dejar a un costado intereses personales, partidarios o religiosos y liberar nuestras cualidades individuales para trabajar en beneficio del bien común. Resolviendo el por qué, el cómo y el con qué enfrentaremos esta pesada “herencia”, para que nuestras generaciones futuras no queden atadas a compromisos que menoscaben su dignidad. 

El pago de la deuda de más de 320.000 millones de dólares ya fue aprobado por amplia mayoría en el Congreso y se denominó ley de Fortalecimiento de Sostenibilidad de la Deuda en la primera sesión extraordinaria del 2021.

La inflación como estigma residual

En Argentina, las sucesivas y erradas políticas cuyas simientes fueron esparcidas en la sociedad por la última dictadura militar generaron muchos estigmas, siendo uno de ellos la “cultura antiinflacionaria” que obligadamente asumió la ciudadanía, para aminorar los efectos perniciosos de la inflación constante. 

Otros de los efectos colaterales lo constituye la depreciación imparable del valor de nuestra moneda – no por aumento del dólar – sino por la disminución permanente de los respaldos en oro o dólares en el Banco Central, o de una economía contraída en los porcentajes de ocupación laboral con retracción a la exportación progresiva con fuerte agregado de mano de obra, etc.

Finalmente, el aumento progresivo de la subsidiaridad del Estado produce el descalabro de las cuentas públicas, por incapacidad gubernamental de generar el trabajo y la producción dignos e intensivos que requiere el país.

La inclusión en los presupuestos públicos la ejecución de obras monumentales y la promoción de explotaciones agropecuarias en gran escala son importantes, pero no tienen muy en cuenta la enorme necesidad de incrementar los puestos de trabajo. Y esto se consigue promoviendo otras obras, que además de cubrir necesidades básicas como las viviendas familiares, exigen la utilización de mucha mano de obra y de miles de pymes, inmobiliarias, cámaras del hormigón, ladrillo, hierro, vidrio, electricidad, agua, gas, etc.

Por último, debemos distinguir la ineficiencia de las administraciones públicas, que con el descontrol en sus gastos superfluos y publicitarios y el aumento regresivo de impuestos y tarifas aumentan el déficit fiscal, a la vez que entorpecen y expulsan a miles de trabajadores y pymes productivas, comerciales y de servicios por fuera del sistema formal.

Mecanismo para la especulación financiera

Por lo tanto, la economía de ciertas administraciones públicas debido a la malversación de los fondos genera un modelo de gobernanza autocrático, donde se decide que con lo recaudado por impuestos y tarifas se financien los gastos y presupuestos del Estado. Además de tomar deuda del sistema financiero internacional para la ejecución de enormes y monumentales obras públicas que son muy apropiadas para esconder su costo real y facilitar la corrupción mediante coimas y contrataciones directas.

Dichas deudas, por ser en dólares, deben abonarse por medio de las exportaciones de granos y commodities. Y cuando éstas no alcanzan, se imponen retenciones o recurren nuevamente a la oferta de préstamos para enfrentar los pagos de deudas anteriores, tratando de no entrar en default.

Por lo tanto, este mecanismo es muy útil para la lucha por el poder por lo que finalmente distintos gobiernos  acuerdan no enfrentar las imposiciones del FMI y seguir siendo socios de esta maniobra perversa que posibilita la especulación financiera en desmedro de los pueblos. 

Es así que la inflación es un estigma residual de este modelo.


(*) Ex ministro de Obras y Servicios Públicos de Córdoba.

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