Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
¿Cómo es posible? Chile, aplicado y abierto al mundo, de rígida política fiscal, que disminuyó la pobreza de 26% a 8% en 15 años, es desbordado por encendidas protestas y violenta represión después de un aumento en el precio del transporte.
Hong Kong, paradigma del liberalismo por su moderado gasto público y notable apertura comercial, en el que el ingreso per cápita alcanza 37 mil dólares y existe pleno empleo, es afectado por graves movilizaciones capaces de torcer decisiones de gobierno.
La República Checa, con la menor tasa de desempleo de Europa y la economía más estable del bloque, es sacudida por explosivas manifestaciones, las de mayor impacto desde el fin del comunismo.
Podemos seguir: Ecuador y la impresionante queja popular por el aumento del combustible –entre otros reclamos de honda raíz popular que agobiaron al gobierno de Quito-; el Reino Unido y sus dilemas hamletianos frente a la Unión Europea; las violentas protestas en Cataluña; las marchas en Perú durante el cierre -por decreto presidencial- del Congreso; Panamá y sus fuertes protestas en rechazo de la reforma constitucional; las revueltas -con muertos y centenares de heridos- en Sudán; Francia y sus incómodos “chalecos amarillos”…
A su vez, el caso boliviano mantiene en vilo a toda la región. Reclamos opositores y un lapidario informe de la OEA, pusieron en duda la legitimidad de los comicios que daban ganador en primera vuelta a Evo Morales. A pesar de haber accedido a repetirlos y luego de ser presionado por las fuerzas armadas y la policía, Morales renunció al cargo que lo tuvo al frente del Poder Ejecutivo luego de un increíble episodio en la cual un líder de la oposición sin cargo político, Luis Fernando Camacho, ingresó al Palacio de Gobierno con un pedido de renuncia para el presidente, una biblia y una bandera de Bolivia.
Entre las protestas que no cesan (ahora se suma el MAS del exiliado Evo) y que generaron hasta ahora 32 muertos la ex senadora y actual presidente interina -elegida sin quórum- Jeanine Áñez promete elecciones sin mayores certezas.
¿Existe un patrón común?
A tres décadas del derrumbe del muro entre el “primero” y el “segundo” mundos surgen hoy los límites del paradigma “estatal”, no ya para anticipar sino para interpretar y abordar las transformaciones socio y geopolíticas. Las ciudades de países tan distantes como diferentes se estremecen tras cuestionamientos sociales parecidos, con vocación de expresar puntos de vista alternativos para una agenda pública que no permite otra vía de penetración que cierto nivel de imposición, presiones ejercidas para cuestionar activamente aspectos concretos del hacer político o de las respuestas institucionales convencionales (hasta aquí “correctas”).
Movimientos sociales espontáneos o irregulares de resistencia, tanto urbanos como indígenas y campesinos, y la afirmación del movimiento antiglobalización como actor transnacional signan las dos primeras décadas del siglo en curso.
La Primavera Árabe (2011) marcó un hito simbólico extendido a todos los continentes: además de los citados más arriba, el “15M” español, “Occupy Wall Street”, cacerolas en Islandia, #Yosoy132 en México y el movimiento estudiantil en Chile -en particular las manifestaciones de mujeres de 2018, revisadas en esta columna-, entre tantos.
La desigualdad -aun con crecimiento económico-, la degradación de las condiciones de vida que sedimenta inevitablemente el destrato a los ciudadanos, el rechazo explícito de las masas a la improvisación y errores o excesos de la dirigencia y las dificultades que los políticos poseen para anclar suficiente legitimidad son elementos de alta combustión que colectan a la pira de la insatisfacción ciudadana.
Se abrieron escenarios de disputa. Los dirigentes que pretenden aprovecharlos para dar saltos hacia el poder inequívocamente van quedando atrapados: los trampolines son de barro. Lo saben Sebastián Piñera o Mauricio Macri; también Emmanuel Macron o Lenin Moreno; probablemente empiece a experimentarlo Jair Bolsonaro y lo siga sufriendo Pedro Sánchez o quien logre hacer pie en la hoy difícil Moncloa.
Es probable que en esa dinámica haya que repensar el presente y futuro de categorías como democracia o sociedad civil, considerando su componente “institucional”. Las protestas de principios del siglo XXI parecen desbordar las maneras clásicas de entender y contener a los movimientos sociales.
Se reconfiguraron las relaciones internacionales para los Estados; también para los movimientos sociales. Actores emergentes renuevan las demandas, identidades y formas de difusión. El cambio generacional, ligado a una revolución tecnológica, conlleva nuevos códigos, mediante redes e iniciativas que generan vínculos de múltiples intercambios, pertenencias e identidades. Como una simple muestra de ello se puede advertir la aparición de banderas esteladas (catalanas) en las últimas protestas en Hong Kong. Movimientos conectados en tiempo real.
Estas corrientes, aún cuando embalsen temporal y efectivamente la indignación o la frustración suficientemente disruptivas para generar cambios de planes o renuncias de altas jerarquías gubernamentales, se neutralizan a sí mismas por parciales, locales, descentralizadas o de liderazgo difuso. No hay cauces que les brinden estabilidad y proactividad en el tiempo.
Toda acción política provoca como contrapartida alguna resistencia; toda iniciativa enciende una réplica. Es el juego político. Construir legitimidad suficiente para integrar a una mayoría ciudadana, hoy cada vez más difícil de alcanzar por períodos razonables.
La decepción por la baja calidad de la democracia o la decaída vida política motiva nuevas exigencias y dimensiones de construcción institucional, reconstitución permanente del espacio político y dentro de él a la participación. Pero las demandas y requerimientos son más amplios, como también erráticos o contradictorios, por nacer de impulsos de enojo o hartazgo.
Ante las multitudinarias marchas agitadas a pulso de WhatsApp sustentadas en el reclamo como fin y mecanismos de autorrepresentación informales, ¿cuál es el futuro de institucionalidad?
Tan sencillo y tan complejo como que la política sigue siendo conflicto y consenso. Tiempo para estadistas dotados del más básico de los sentidos, el común. Capaces de construir nuevas redes auténticamente innovadoras que combinen y articulen aquellas dimensiones del espacio público, hoy en franco divorcio. Será materia de nuestro próximo artículo.
*Docentes UNC