Por Silverio E. Escudero
Las migraciones han sido, a lo largo de la historia, una cuestión de extrema sensibilidad política. Sus grandes motores fueron el hambre, las guerras económicas y religiosas, los cataclismos, el nacimiento y muerte de los imperios, las persecuciones políticas y el terrorismo. Dinámica histórica de la que nunca pudo excluirse Estados Unidos, que pasó sin solución de continuidad de ser un “país continente vacío” a primer potencia mundial. Razón suficiente para que abriera los brazos a todo aquel que llegara a sus puertos y fronteras con vocación de pioneros.
La Conquista del Oeste, empresa esencialmente de carácter religioso, fue el gran desafío. Cuáqueros, mormones, baptistas y presbiterianos ocuparon la vanguardia en la construcción de “La Nueva Sión”. Tarea ímproba por cierto, que no pudo controlar que en la gesta se mezclaran proxenetas, tahúres profesionales, pistoleros y bandas de ladrones que fomentaron el enfrentamiento de las familias de los pioneros entre sí. Acusando a los agricultores y pastores de ovejas, como a los inmigrantes irlandeses, negros, chinos y mexicanos, de ser agentes infernales por lo que surgieron, en cada rincón del sur u oeste, norteamericanos voluntarios dispuestos a encender hogueras purificadoras.
La fiebre del oro californiano atrajo mano de obra china para la construcción del ferrocarril transcontinental y en las minas. Pese a valorizar tamaño esfuerzo y contribución al avance civilizatorio, los norteamericanos temían que se quedaran con el mercado de la construcción y controlaran las obras públicas, por lo que, a fuerzas de choque destruyeron, rompieron e incendiaron los comercios de la próspera comunidad china. Creándose de hecho los primeros campos de concentración que la Ley de Exclusión China (Chinese Exclusion Act) vino a perfeccionar, y que fue una realidad hasta bien entrado el siglo XX, cuando se volvió a permitir a los chinos entrar en ese país y volverse ciudadanos americanos.
Estados Unidos, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia de la Guerra Fría, recibió miles de refugiados de distintas partes del mundo. Miles fueron los húngaros que huyeron de la represión soviética tras su intento libertario frente a los excesos del stalinismo. Tras la Revolución Cubana -en 1959- Washington aceptó cerca de ochocientos mil refugiados cubanos a los que se sumaron miles de balseros, muchos de los cuales se lanzaron a la mar siguiendo expresas instrucciones de la CIA, que buscaba dar un golpe de gracia al gobierno de Fidel Castro.
En 1965, el gobierno del presidente Lyndon B. Johnson, en un gesto simbólico, fue a la estatua de la Libertad para firmar una ley de inmigración que otorgaba a personas de todos los países del mundo las mismas oportunidades de entrar a Estados Unidos. Sin que ello signifique una medida revolucionaria ya que “no afecta las vidas de millones de personas. No modificará la estructura de nuestra vida cotidiana, tampoco aumentará de manera importante nuestra riqueza ni nuestra fuerza”, dijo el presidente.
Sin embargo, subrayó que la nueva normativa migratoria podría “fortalecernos en cientos de maneras no visibles”. Cincuenta años después, la Ley Hart-Celler promulgada por Johnson ha provocado cambios dramáticos. El país donde en 1965 casi la totalidad de sus habitantes había venido a este mundo dentro de sus fronteras, tiene ahora una considerable población nacida en el exterior.
Su diversidad demográfica abarca todas las latitudes y el paradigma racial de blancos y negros se ha ampliado a uno multicolor. Los estadounidenses han adoptado con alegría los géneros musicales y la gastronomía de los migrantes, aunque a nivel político persisten las discrepancias e inquietudes y la segregación racial sobre quién está de forma legal o ilegal en el país.
“Celebramos las generaciones de inmigrantes que han forjado este país y que han contribuido al engrandecimiento de Estados Unidos”, declaró el presidente Barack Obama en un comunicado con motivo del aniversario de la ley Ley Hart-Celler, al tiempo que se pronunció en favor de una reforma migratoria integral y elogió el apoyo bipartidista que hizo posible que Johnson firmara y promulgara la medida .
A continuación, hechos relacionados con la ley Hart-Celler, también conocida como la Ley de Inmigración y Naturalización de 1965:
“Ante la exigencia de familias estadounidenses formadas por migrantes europeos deseosos de llevar al país a sus parientes, el Congreso decidió reemplazar el estricto sistema de cuotas migratorias por un proceso que repartía las visas equitativamente entre todas las naciones y en el que se dio preferencia a los inmigrantes con habilidades y educación avanzadas o con vínculos familiares con ciudadanos estadounidenses. Algunos en el Congreso pensaron que en la práctica nada cambiaría. En aquel entonces, muchos consideraron que los migrantes europeos serían los principales beneficiados. ‘Según los patrones históricos, las olas de inmigración habían procedido siempre de Europa’, dijo Erika Lee, profesora de historia de la inmigración en la Universidad de Minnesota. Sin embargo, a Estados Unidos habían llegado también migrantes de Asia y América Latina. Éstos aprovecharon también el beneficio de la preferencia familiar para traer a sus padres, hijos y hermanos. Según un informe del Centro de Investigación Pew, 59 millones de personas llegaron a Estados Unidos desde 1965 y, de esos, más de la mitad eran de América Latina y una cuarta parte, de Asia.”