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Hacia una nueva educación: consideraciones políticas y realidades técnicas

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Por Alberto C. Taquini (*)

La idea que circula de aumentar el presupuesto educativo de 6% a 10% del Producto Interno Bruto (PIB) del país abre un debate en el que hay que ser muy cuidadosos para que no se repitan los pobres resultados de la última Ley de Financiamiento Educativo. Cuatro puntos en el presupuesto significan 21.600 millones de dólares anuales. Un esfuerzo enorme para una sociedad con múltiples necesidades y no se pueden reinvertir en el actual sistema educativo que, como ocurre en el resto del mundo, ha quedado defasado para el momento que vivimos y su proyección futura.
Un cambio profundo significa separar radicalmente el actual sistema educativo de otros caminos hacia una nueva educación. Para esto, sería conveniente que toda la estructura del Ministerio de Educación de la Nación vinculada con la gestión educativa de las provincias se concentre en un nuevo organismo técnico independiente, que prestaría servicios a los ministerios provinciales en forma equivalente al que el Consejo Federal de Inversiones dio a las provincias, en su origen.
En la apropiación de fondos el eje del debate será determinar si el capital humano es el que determina el aumento de productividad, o el aumento de ésta lo que arrastra el aumento del capital humano. Todo pedido sectorial tiene que ser equitativo y en el marco de la ley de presupuesto, para que ninguna prioridad se anteponga al bien común.
Si bien la sociedad actual está profundamente transformada por la irrupción de la ciencia, la tecnología y la globalización sociocultural, cualquiera que hubiera muerto en la primera mitad del siglo pasado y pudiera analizar la educación mundial actual no notaría cambios sustanciales. Esto denuncia las razones de la crisis mundial que vive la educación.

Los positivos cambios disruptivos que han aparecido en forma acelerada en todo el mundo no son significativos en cuanto a su representación porcentual de la educación formal. La expansión de la educación universitaria a distancia de los últimos años impone la necesidad de formar un graduado diferente de la escuela media y esto determina profundas modificaciones en todos los niveles educativos.
Vivimos en un cambio global revolucionario, tanto en lo tecnológico como en la interrelación de culturas en el camino del mestizaje, que llevan a una crisis global de la educación que incluye el debate de los valores.
En Argentina, según la legislación vigente, los gobiernos provinciales son los responsables de la educación obligatoria (pre-primaria, primaria y media), mientras que las universidades son autónomas. Coincidentemente con esto y por otros motivos, durante la presidencia del Dr. Eduardo Duhalde se discutió parcialmente el cierre del Ministerio de Educación de la Nación. A tal punto que la designación del ministro se demoró.
La importante decisión de invertir significativamente en educación requiere un replanteo previo, que nos permite ir hacia una nueva educación y no profundizar en más de lo mismo, cuando ya tenemos evidencias palpables de una profunda transformación educativa para formar un pueblo capacitado para los empleos del futuro, recuperando el tiempo perdido y proyectándonos hacia las necesidades todavía no bien delineadas del comportamiento de la sociedad en que viviremos.
Para eso conviene convocar a todos los actores sociales (no sólo educativos) a una profunda discusión de la nueva educación que necesitamos y sobre cuyos resultados se base la necesaria expansión presupuestaria.

Es indudable que es más fácil lograr un cambio de la nada que introducir profundas modificaciones en los sistemas sociales de alta significación y consecuente inercia.
La propuesta de transformar en Ministerio de Innovación Educativa al actual Ministerio de Educación y transferir a las provincias la totalidad de la gestión y los recursos que correspondan a la educación obligatoria, ayudaría a la innovación y a otorgarle mayor autonomía y visión regional al modelo educativo, que por ello no debe dejar de considerar las exigencias de la unidad nacional y la vigencia de un mundo global, en donde se conciba el mundo como la casa de todos, en las palabras del papa Francisco, para ser habitada armónica y solidariamente entre todos los hombres.
Liberado de esta responsabilidad, el Ministerio de Educación actual se convertiría en un Ministerio de Innovación Educativa, al que se le podrían otorgar la mayor parte de los fondos que la Nación invierta, como consecuencia del deseable aumento de la participación de la educación en el PIB.
Los cambios que necesita la educación mundial para modificar la inercia histórica que la condiciona no se resolverán hasta que la sociedad toda se decida a actuar con conocimiento y decisión transformadora.

(*) Ex decano de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA -entre fines de 1960 y comienzos de los ’70-. Autor del denominado “Plan Taquini” para descentralizar la Universidad de Buenos Aires.

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