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¿Gobernador corrupto o renovador social y político?

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Un político muy particular. Detestado y adorado, su figura todavía es objeto de debate histórico.

Por Luis R. Carranza Torres

Fue el político más heterodoxo y estrafalario de una época particularmente difícil en Estados Unidos, así como en el mundo en general.

Huey Pierce Long Junior nació el 30 de agosto de 1893 en el pueblo de Winnfield, en el olvidado norte del Estado de Luisiana, en lo que se llama el deep south (el sur profundo), en Estados Unidos, un eufemismo para designar la zona más atrasada en todo, desde la economía hasta la conformación de ideas de la sociedad. Fue el séptimo de nueve hermanos, y desde muy joven trabajó como vendedor y dependiente de tienda, primero para “parar la olla” y luego para labrarse un futuro. Se reveló un buen vendedor en el segmento del pequeño comercio. En rigor de verdad, nunca dejaría de serlo, sólo que cambió de rubro. Pasó de las cosas materiales a las ideas e ilusiones en la mente de las gentes, sobre todo a la hora del voto. Pero, para eso, Huey sabía que debía ilustrarse un poco primero; por eso estudió leyes en la Universidad de Oklahoma, primero, y luego en la de Tulane, graduándose en 1921.

No es un dato menor que para entonces no sólo estaba casado desde 1913 con Rose Mc Connell, de profesión estenógrafa, sino que tenía dos hijos: Russell, nacido en 1918, y Palmer, el mismo año que obtuvo su título de abogado. Lo suyo fue un ascenso a pulmón, desde abajo, y tal rasgo se mantuvo en su ejercicio profesional. Se mudó a Baton Rouge, capital del estado, donde logró una importante fama como defensor de campesinos pobres y obreros; había cambiado de rubro, pero conservado sus hábitos, formando una red de contactos que -primero- le ayudó a formar clientela pero luego usó para ingresar en la política local.

En 1928 desafió a los grandes caciques del partido Demócrata estatal y les ganó en las primarias para postularse a gobernador. En un estado donde el voto era totalmente voluntario y uno debía registrarse primero y abonar una tasa para poder sufragar el día de la elección, Huey “Kingfish” (Pejerrey) Long se dedicó a inscribir a sus antiguos clientes, que a su vez inscribieron a otros, usando su dinero y el que conseguía que le prestaran, a cuenta de promesas a futuro en el gobierno.

De tal forma, fue elegido gobernador de Luisiana en ese año 1928, votado por los sectores más pobres del estado, muchos de ellos sufragando por primera vez.

En aquel tiempo, la educación era gratuita, pero faltaban escuelas en muchas partes y debía pagarse por todo lo necesario para educarse, principalmente los libros escolares. Por eso circulaba, en ese entonces, un cínico dicho en los sectores populares: “Ir a la escuela es gratis para quien pueda pagarla”. Una de las primeras medidas del nuevo gobernador Long fue que tales textos fueran provistos gratuitamente por el Estado.

Se halla fuera de discusión, al presente, la enorme obra pública y social que llevó a cabo -hospitales, escuelas, la primera universidad pública de Luisiana, una autopista entre Nueva Orleans y Baton Rouge, una nueva y moderna red de carreras por todo el estado, la entrega de bonos para alimentos a los más pobres, entre otras. Su discurso acusando al “capital de Wall Street” de causar todos los males sufridos por la población rural de Louisiana durante la Gran Depresión… Fue un gran capitalizador político y le granjeó una popularidad indiscutible y férrea.
Para financiar tales proyectos, “Kingfish” Long aplicó nuevos impuestos a las grandes compañías, especialmente a las petroleras. Acuñó una frase al respecto: “Cada hombre es un rey, pero ninguno tiene corona”.

A lo largo de su gobierno le gustó llevar a cabo actos de espectacularidad política, a la par de dar largos y floridos discursos. Por ejemplo, cuando las empresas del magnate Rockefeller se rehusaron a pagar sus nuevos impuestos, en lugar de ejecutar la deuda fiscal en los tribunales movilizó a la Guardia Nacional del Estado y tomó a mano armada y casi por asalto los campos petrolíferos de la Standard Oil en el delta del río Mississippi, para asegurarse el cobro impositivo de sus ganancias. Por eso, y otros eventos de igual tenor, fue tildado de “demagogo” y “dictador”.

Es que el gobierno de Huey tenía un indudable costado oscuro -nadie que no compartiera sus ideas duraba mucho en la administración pública o cualquier sector de importancia en el estado-.

Desplazó a centenares de empleados públicos, reemplazándolos por su “gente de confianza”.

En su autobiografía, Cada hombre es un rey, publicada en 1933 a un precio subvencionado y simbólico para que los más estrechos bolsillos pudieran conseguirla, con un millón y medio de ejemplares distribuidos por todo el país, Long presentaba su plan de redistribuir toda la riqueza del país, el mismo que aspiraba a presidir en la próxima elección. El primer mandatario de por entonces, Franklin Delano Roosevelt, decía que Long -junto con el general Douglas Mac Arthur- “eran los dos hombres más peligrosos en América”, no perdiendo oportunidad de compararlo con Hitler y Mussolini. Todo ello pese a ser del mismo partido.

Muchos pocos poderosos fuera de Luisiana querían una presidencia con “Kingfish” a cargo. Pero su apoyo popular a lo largo del país estaba en franca subida. Fue entonces cuando empezaron a pensar en otras vías que la electoral, para detenerlo en su propósito.

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