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Gilberto Freyre y el trasfondo étnico de Brasil

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Los graves problemas estructurales que afectan a América Latina y la errática política exterior de alguno de sus países ponen en grave riesgo la paz de la región.

Se ha transformado en blanco posible de una eventual guerra nuclear protagonizada por las potencias que disputan un rol hegemónico en el concierto de las naciones. Para enfrentar ese peligro es menester crear ámbitos de reflexión en los que primen la razón, el conocimiento y el disenso, herramientas posibles para salvaguardar los valores éticos y políticos de nuestro subcontinente.

Alguna vez denunciamos la carencia de un nuevo paradigma latinoamericano por lo que resultaba necesario aferrarnos a las experiencias del pasado, para arrancar en busca de las nuevas definiciones acerca de la naturaleza de la sociedad, del Estado, de los partidos políticos y el juego de los órganos-poder que no admite supremacía de ninguno en especial, proponiendo la relectura y discusión, sin prejuicios, de los grandes pensadores de Occidente.

Consecuentes con esa idea venimos a sugerir que, en conjunto, abordemos a Gilberto Freyre, padre de la sociología brasileña. Freyre fue, quizás, uno de los más vigorosos pensadores que haya dado Brasil. Sus proposiciones, que rompieron todos los tabúes del sexo y de la raza, abrieron un ardoroso cauce, donde fue recipiendario lo más granado de la intelectualidad latinoamericana, que lo transforman en faro y guía. Es que les explicó el pasado multirracial del Brasil y sus orígenes enraizados tanto en África como en Europa, y le comprendieron.

Cuando publica Los amos y los esclavos causa un escándalo de proporciones. Los sectores dominantes de la sociedad brasileña braman. Había desnudado, hasta en los mínimos detalles, la denominada “civilización del azúcar” en las plantaciones del nordeste brasileño, con su sistema patriarcal y una estructura económica poderosa levantada sobre la base de la esclavitud. Explica por qué en Brasil el interés económico lleva a los amos y a sus hijos a transformarse en garañones para incrementar su capital. Pero, esencialmente, salvo durante cortos períodos, lo que prevaleció fue el intercambio económico y la compra. Y el hombre vale más que la mujer a menos que ésta sea un objeto sexual.

La degradación de las mujeres esclavas – escribirá, en consecuencia, Marc Ferro en La colonización: una historia global- procede del hecho de que, por ejemplo “en los ingenios de azúcar, son descartadas de los trabajos especializados. Al principio no hay diferencia de condición entre el hombre en el horno y la mujer en el molino, entre el hombre que hace los surcos para plantar y las mujeres que depositan en ellos los granos. Existe un mayor número de hombres calificados, condición que depende de sus capacidades, mientras que en las mujeres el simple valor sexual es determinante, y decae con la edad o la maternidad.

Además se deja a las mujeres el uso de las herramientas tradicionales como el azadón, el hilo, la aguja, cuando los hombres, habiendo aprendido a construir casas, barriles, aherrojamientos para los esclavos, etcétera, monopolizan el conocimiento de las técnicas. Arllete Gautier demostró que esta división de las competencias y del trabajo mantuvo y agravó la subordinación de las mujeres, de tal manera que la esclavitud, lejos de nivelar la suerte de hombres y mujeres, condujo por el contrario a un envilecimiento suplementario de la mujer en la familia blanca, y pronto en la familia negra, pues ella ya no gozaba, en una sociedad negra fragmentada y hecha añicos, de las salvaguardas y los privilegios que antaño estaban asegurados en África para la mujer negra.”

La plantación de la caña de azúcar funciona, en Freyre, como escenario para la formación de la cultura brasileña. Fortalece una visión de mundo en que las relaciones sociales y culturales están fundamentadas en un sistema agrario y patriarcal que invade la vida doméstica y sexual, los negocios y la religiosidad, al mismo tiempo que entrelaza azúcar y trópico. Considera que la presencia africana en Brasil, aunque en su condición de pueblo esclavizado, proporciona a la formación cultural brasileña una suerte de privilegio, ya que el proceso del mestizaje alcanzaría su plenitud en una convivencia social generosa.

“A Gilberto le debemos -avisa la doctora Clicie Nunes, experta en Literatura Latinoamericana-, sobre todo, el haber aprendido a reconocer en la cara de cada uno de nosotros o en la de nuestros tíos y primos -si no con orgullo, al menos con tranquilidad-, una bocaza carnosa, cabellos ensortijados o esas fornidas narizotas de indiscutible procedencia africana y servil.» De ese modo, la cultura azucarera es el ámbito primero en el cual se desarrolla la instalación de los pueblos africanos en Brasil, además de ser la actividad con la que se inicia el gran desplazamiento migratorio de esclavos bajo la forma del tráfico que el sistema colonial instala, promueve y adopta por más de tres siglos.

La introducción de los africanos esclavizados y sus descendientes junto a otras culturas compuestas por inmigrantes de diversa índole, ha dado un paisaje étnico que se constituye como un espacio múltiple, generador de prácticas y sistemas de conocimientos, en el que grupos de personas de diferentes orígenes de África han tenido que reinventarse en América. Entre estas reinvenciones en las relaciones con el nuevo universo cultural se encuentra la construcción religiosa mediatizada y sincrética y la formación de nuevas identidades surgidas de alianzas de aproximación étnica, social y política.

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