Gilberto Bosques y la diplomacia mexicana, como decíamos en columnas anteriores, ocupan un lugar destacado en la historia del Derecho Internacional Humanitario.
Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia
Le dieron, en medio de la Segunda Guerra Mundial, sentido práctico al Derecho de Asilo, una de las más sagradas y antiguas instituciones del Derecho de Gentes. Extendieron su mano para proteger a los perseguidos, cuando sus vidas tenían, a los ojos del perseguidor, el mismo valor que el de una moneda de cobre.
El mexicano Bosques logró trasponer las barreras del olvido. No sólo en su propio país –que erróneamente le compara con Oskar Schindler, un avivado industrial que usó en beneficio propio mano de obra esclava- sino por los estudiosos de la diplomacia mundial. Representa la quintaesencia del diplomático comprometido. Ejemplo que deberían tener en cuenta las escuelas de la diplomacia a la hora de formar a sus equipos.
Es menester reconstruir el escenario donde el cónsul General de México trabajó a destajo. Corría 1940. La campaña de los ejércitos alemanes contra los Países Bajos y Francia fue de una precisión nunca antes vista. Los comandantes británicos y franceses habían pensado que las fuerzas alemanas atacarían a través del centro de Bélgica como había sucedido en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el principal ataque alemán atravesó el bosque de las Ardenas en el sudeste de Bélgica y el norte de Luxemburgo. Tanques e infantería alemanes atravesaron las líneas defensivas francesas. Avanzaron hacia la costa. Bélgica y los Países Bajos se rindieron en mayo.
Más de 300.000 soldados, en Dunkerque, emprendieron una desesperada retirada a través del canal de la Mancha. París cayó en manos de los alemanes en junio de 1940.
El cónsul General de México, quien no quiso ser ministro plenipotenciario porque la vida social que conlleva ese cargo impediría su tarea, recibió instrucciones directas de boca del presidente Lázaro Cárdenas. Debía velar por la situación de todos los residentes mexicanos en Francia, Suiza, Líbano y todo el norte de África, área de influencia del Consulado General en París aunque, de hecho, cubrió -en el momento más álgido de la guerra- el área que circunda el Mediterráneo.
Fue, como dijimos, enviado personal del presidente Cárdenas, siendo convocado, antes de partir, a audiencia especial, para recibir nuevas instrucciones. Bosques recuerda: (la reunión fue) “para que me planteara algunas cosas que él había traído a cuento, como la adopción de ciertas medidas de protección a los israelitas y contemplar la posibilidad de traer un número importante de ellos a México. El presidente Cárdenas me dijo: ‘Ve todo eso, a reserva de que se den los acuerdos necesarios sobre el asunto, a fin de documentarlos. Por otra parte, la situación de los refugiados españoles ya es muy delicada. Necesitas cierta amplitud de acción, tendrías todo el apoyo de la Presidencia”.
Y don Gilberto continúa: “No hubo necesidad de emplear esas facultades por lo pronto pero, más tarde, cuando llegó aquel volumen de 600 mil españoles a refugiarse a Francia, se tuvo que ver cómo aplicarlas. También llegaron polacos desplazados, alemanes, italianos y yugoslavos (…) Tenía por escrito amplias facultades para instalar el consulado en el lugar que creyera conveniente”.
Marta Durán de Huerta Patiño, una reconocida periodista e historiadora mexicana, en un artículo publicado en el suplemento dominical Masiosare del diario La Jornada, anota: “Tuvieron que trasladarse a Marsella, desde donde ayudaron a todo el que lo solicitara a escapar a México. El personal del Consulado no solo repartió visas y salvoconductos a diestra y siniestra sino que hizo trabajo de detective buscando personas en las cárceles y, a veces, muy a la mexicana, con sobornos lograron liberar a quienes los alemanes consideraban de alta peligrosidad, es decir, sindicalistas, pensadores, militantes de partidos políticos de oposición, partisanos italianos o yugoslavos y un largo etcétera. Los diplomáticos mexicanos rescataron a miles de personas de campos de refugiados o de concentración; a manera de ‘polleros humanitarios’, organizaron el cruce de fronteras y la llegada de los asilados a puertos franceses y portugueses, donde se embarcaron rumbo a México, Estados Unidos o el Caribe”.
Emilio, quien recuerda con casi devoción su encuentro con Bosques, a su manera, confirma los dichos. Los mexicanos “corajudos, ponían todos los días el cuero”. La policía de Henri Philippe Pétain pretendía abortar la operación de salvataje. Así lo había prometido el régimen de Vichy a sus mandantes y cuyo cumplimiento era supervisado por la Geheime Staatspolizei (Gestapo). “Se rumoreó que, al menos, en dos ocasiones, don Gilberto, estuvo a punto de caer bajo las balas de los nazis. Uno de esos atentados ocurrió días antes de embarcarme. Lloré. No por mí. Sino por lo injusto que habría sido la muerte de ese ser casi alado que nos cuidaba, nos alimentaba y estaba al pendiente de todo lo que necesitamos, todos los días”.
Si Lázaro Cárdenas había jugado fuerte, su sucesor, el general Manuel Ávila Camacho, dobló la apuesta. Ante los ataques al Consulado de Marsella, rompió relaciones con el gobierno francés. La Gestapo “tomó bajo sus cuidados” a Bosques junto a sus familiares.