viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Gente que vale la pena

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 Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth **

Venimos de una columna anterior de mucha “pálida”. Hablábamos en ella de los impresentables que ese cáncer social de la corrupción nos legó. Pero, reflexionando -café mediante- sobre la columna por venir, con el editor apurando por detrás, no por malicia sino por los dictatoriales e improrrogables tiempos de los cierres de edición, nos surgió esto: enfrentar los peligros y los riesgos -en este caso, sociale- son parte de la supervivencia de una sociedad. Pero no todo lo importante en ella.
No se puede vivir sin dejar de afrontar problemas pero tampoco la vida es sólo eso. No queremos caer, por respeto al público lector, en resultar monotemáticos. La realidad es cambiante, compleja, multidimensional. La nuestra, como sociedad, también.
No queremos que tipos como el “Pata” tapen a otros que sí valen la pena. Y no vamos a hacer nombres porque son muchos. La parte principal de nuestra sociedad es buena gente. A veces, a lo mejor algo olvidada de plantarse frente a los matones de cabotaje. Otras, algo permisiva con cosas con las que no podemos serlo. Pero es cierto que venimos de toda una anticultura del “no te metás” y del espacio y la cosa pública no como algo de todos, sino como algo de nadie, que puede saquearse o vandalizarse a voluntad. Individualmente, somos bárbaros. En conjunto, nos cuesta ir para adelante.

Por eso, en esta columna rescatamos a esa gente que no sale por lo común en los diarios ni en la tele, pero nos consta que existe. Ésa que se levanta a las 4, 5 de la mañana para tomar el bondi para ir a laburar. Todos los que no le piden nada a nadie, empezando por el Estado, porque se lo ganan ellos mismos.
Hablamos del chico de las altas cumbres que se sube en su caballo o mula para hacer dos, tres horas para ir a la escuela. Nos referimos a ese bombero voluntario que parece haber tocado el cielo con las manos al apagar su primer incendio, “gratarola”. O la maestra nueva, recién recibida, estrenado guardapolvo y yendo, tan o más ansiosa que los alumnos, a su primer día de escuela.
Nos referimos a ese enfermero que cobra el sueldo de inicio, todavía sin nombramiento permanente, y se la pasa viendo como disminuir el dolor de la enfermedad en el prójimo. O sobre las madres de la comisión del colegio, que tapan los baches del sistema institucional, sin pedir nada y dándolo todo.
Eso, por dar sólo unos pocos ejemplos.
Todos ellos están en las antípodas del “Pata” y demás miembros de esa infausta categoría de aprovechadores de lo ajeno.
Decía Edmund Burke, escritor y político irlandés, en sus reflexiones sobre la revolución francesa: “Para que el mal triunfe, sólo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”.
“Guarda” con eso. Gente buena tenemos. Riesgos con esta oleada de mafiosos que la maldita corrupción nos legó, también. Mucho menos son los segundos que los primeros, sin lugar a dudas. Somos, esencialmente, una sociedad sana. Tememos, obviamente, cosas por mejorar. Estamos lejos de ser perfectos, sobre todo en nuestra dimensión colectiva. Pero tampoco tenemos nada a que nos hallemos, de antemano, condenados a padecer eternamente.
Pero debemos, por propio interés, empezar a cuidarnos como sociedad de ciertas enfermedades endémicas. La corrupción, para empezar. Es un equivalente colectivo a vacunarse y salir abrigado en invierno.
No todo es igual y, sobre todo, somos muy distintos de ciertos corruptos impresentables. Y a la espera de la sentencia judicial que corresponda, socialmente debemos empezar a dejar clara tal diferencia.

* Abogado, doctor en Ciencias Jurídicas. ** Abogado, magíster en Derecho y Argumentación Jurídica

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