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Estafetas postales ambulantes

Por Martín Horacio Delprato * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Las estafetas postales ambulantes son uno de los servicios más prácticos e innovadores que se implementaron a los pocos años de la existencia del ferrocarril en Argentina.

Consistían en que un empleado de correos viajara en el ferrocarril, con un pase libre, inicialmente en el vagón destinado a encomiendas y, más adelante en el tiempo, en un vagón especial denominado “vagón postal”. Este empleado hacía las veces de administrador de correos de todas las estaciones y paradas del ferrocarril donde no había estafetas: recibía la correspondencia, la clasificaba y la embalaba en valijas (también denominadas malas) de correos, que eran depositadas en la oficina de la estación terminal de cada línea.

El 26 de diciembre de 1864, en una carta del entonces Director General de Correos Gervasio A. de Posadas, dirigida al Ministro de Hacienda, éste le hacía saber la necesidad de instaurar Estafetas Postales Ambulantes, solicitando que se instalaran vagones especialmente adecuados para el servicio de la atención de la correspondencia y el transporte de las valijas de cada oficina de correos a la ciudad, o que al menos se permitiera a un estafetero viajar en el tren ocupando una plaza en el vagón de las encomiendas.

Así lo solicitaba: “Mas como el presupuesto de correos Nacionales no permite a la Administración que está a mi cargo, hacer ningún gasto extraordinario, puede que ahora y mientras que el Gobierno Nacional no dispone otra cosa respecto a la conveniencia de los expresados carruajes, adoptarse provisoriamente, que un cartero ambulante hiciera en la línea el servicio de los Buzones ocupando una plaza en el carruaje destinado a las encomiendas o donde la Administración del Ferrocarril lo creyese más conveniente, con tal que de ese empleado una vez reconocido en el carácter de tal, puede transportarse cuantas veces sea necesario sin necesidad de ir muñido del parte que acredite ir en servicio público”.

Esta nota fue atendida en trámite urgente, tratada y respondida a los dos días en forma favorable, instaurándose a partir del 1 de enero de 1865 el servicio de estafeteros ambulantes en los dos ferrocarriles en servicio: el Ferrocarril del Oeste y el del Norte.

Al recibir la correspondencia, el estafetero ambulante matasellaba la correspondencia (marcaba el sello “matándolo”, inutilizándolo para que no pudiese ser empleado nuevamente) con una marca específica que indicaba que ella tenía curso válido aprobado por el correo en la persona de este estafetero. Después la guardaba en la valija correspondiente, una por cada oficina de destino adonde entregar la correspondencia, y al llegar al destino de una valija, la entregaba en mano al correspondiente Administrador en ese punto; y en los casos de no haber oficinas de correos la entregaba a los encargados o agentes de las mensajerías o correístas a caballo, quienes a su vez se encargaban de llevar la correspondencia a su destino final.

La que iba fuera de las estaciones del ferrocarril era entregada en una valija única al administrador de la oficina de la terminal de línea, quien se encargaba de distribuirla o entregarla a la Administración Central en la ciudad y, en el caso de la otra punta de línea, a los agentes correspondientes de las distintas líneas de mensajerías que partían de cada localidad.

Incluso en los casos en que una carta hiciese el trayecto por varios ramales del mismo ferrocarril, al recibir otro estafetero la valija del encargado del ramal previo, éste las marcaba con su respectivo sello de control. Estas correspondencias eran mucho más raras que las que circulaban por una sola estafeta y se podía observar en ellas dos y hasta tres marcas de estafeteros diferentes.

Inicialmente, en 1865, al haber un único estafetero, la marca postal no indicaba nada más que la indicación de Estafeta Ambulante y el nombre del ferrocarril. A partir de 1866 se agregaron nuevos estafeteros en otros horarios, por lo que en pocos años se hizo necesario identificar en las distintas marcas cuál era el estafetero que había receptado la correspondencia.

Esta identificación del estafetero se realizaba con un número que iba del 1 al total de estafeteros que realizaban el servicio, habiendo dos excepciones a esta regla:

– Que uno o más estafeteros atendiesen con exclusividad un ramal específico, en cuyo caso en la marca postal se indicaba una referencia explícita al ramal y, si había más de un estafetero, se indicaba el número pero relacionado con el ramal, no con la totalidad de estafeteros del ferrocarril específico que se atendía.

Que el estafetero fuera un “Relevante”, es decir un estafetero que relevaba a los que por alguna razón no pudiesen atender al servicio regular en algún día u horas específicos, ya fuera por enfermedad o cualquier otra ausencia. En estos casos la marca, en vez de mostrar un número de estafetero, indicaban la “R” de relevante.

Este servicio en muy poco tiempo llegó a ser fundamental ya que permitió que los pueblos de la campaña que no poseían estafetas de correo estuviesen conectados por medio del ferrocarril.

La cantidad de cartas despachadas creció en forma casi exponencial desde la instauración de las Estafetas Ambulantes.

Como ejemplo de su éxito se puede indicar que el ferrocarril, que para 1864 despachaba 40.110 cartas al año, con el servicio de estafeteros ambulantes en 1870 ya despachaba 195.805 cartas, y para 1880 el volumen transportado por las estafetas ambulantes era ya de 1.851.377 cartas, 127.729 oficios y 1.747.584 paquetes de impresos.

(*) Investigador. Autor de Los ferrocarriles argentinos, ramales, estaciones e historia postal

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