Por Gonzalo Fiore Viani y Florencia Grillo
El país que encontró Donald Trump es radicalmente diferente del que él deja; y el mundo también. El futuro del comercio con China y del trading en general entre países, y el futuro de paz o de guerra también se jugaron en los comicios de esa nación
Cuando faltaban apenas cinco días para las elecciones, ya habían sufragado 80 millones de estadounidenses mediante el voto por correo. Esta cifra constituye un récord absoluto, no sólo por las condiciones de distanciamiento que impuso la pandemia sino también debido a cierta sensación generalizada de la importancia de estos comicios en particular para el futuro de Estados Unidos. Es cierto que se juega algo tan importante que podría cambiar la cara del país para siempre, tanto hacia adentro como hacia afuera.
La presidencia de Donald Trump, por lo pronto, si llega a terminar con esta elección, ya dejó una huella tan profunda en el corazón estadounidense que sólo puede ser comparable, en la historia reciente, a la revolución conservadora de Ronald Reagan en la década de los 80.
El país que tomó Trump es radicalmente diferente del que dejará; el mundo, también.
El multilateralismo, el libre comercio y las fronteras abiertas han quedado extremadamente golpeados. Al mismo tiempo, su retórica belicista contra el “enemigo interno” revela una nación más polarizada que nunca.
El actual presidente, primero transformó a su gusto y placer la estructura del Partido Republicano -“fagocitándolo”, según algunos integrantes del Grand Old Party quienes se mantienen críticos a su figura-. Luego, comenzó a hacer lo mismo con el país entero. En algunos aspectos importantes, ya lo ha logrado: una corte suprema con mayoría absoluta conservadora, con tres jueces nombrados por él, moldearán por las próximas décadas los fallos judiciales.
A su vez, existe la sensación de que todo vale para hacer política: la utilización permanente de agresiones contra adversarios -e incluso contra circunstanciales aliados-, la difusión desvergonzada de fake news y un rechazo profundo a la clase política tradicional llegaron para quedarse y sobrevivirán por mucho tiempo a Donald Trump. En las peores pesadillas de sus adversarios está la posibilidad de cuatro años más, a los que se le suma el constante juego que él hace sobre una probable “re-re” en un país poco afecto a cambios institucionales y a perpetuarse en el poder.
La administración de Trump dejará un legado que difícilmente pueda ser cambiado por un posible gobierno demócrata. Quien gane este 3 de noviembre deberá gobernar un país en un contexto de polarización política extrema, emergencia de grupos armados radicales, aumento de violencia contra las minorías raciales, crisis económica que afecta principalmente las comunidades latina y afroamericana y odio al establishment de Washington, todo enmarcado en una guerra comercial con su principal enemigo, que disputa la hegemonía en el plano internacional: China.
El presidente se ha encargado sistemáticamente durante toda la campaña de construir dos enemigos: el interno y el externo. El primero corresponde a la “izquierda radical”, compuesto principalmente por sus opositores demócratas, los medios de comunicación, los manifestantes que piden por el cese de la violencia racial y la desigualdad estructural, es decir, los integrantes del movimiento social Black Lives Matter. Y por otro lado, el externo corresponde a China, aquel enemigo lejano que, según el presidente, está relacionado intrínsecamente con el Partido Demócrata (específicamente con el candidato Joe Biden). Según Trump estos enemigos se unieron para destruir su posibilidad de reelección y planean derribar el crecimiento económico que supuso la primera parte de la administración republicana, en la que el proteccionismo acelerado y las políticas del America First beneficiaron a millones de personas desempleadas, quienes apostaron por la opción republicana en las elecciones de 2016.
Hoy, a horas de saber quién será el próximo presidente de la principal potencia del mundo, las dudas son más grandes que las certezas. El propio mandatario ha montado una campaña de desacreditación del voto temprano por correo, mediante la incitación a sus votantes a acercarse a los centros de votación de manera presencial el día de mañana -en medio de una pandemia que se ha llevado la vida de más de 230.000 estadounidenses-, para evitar un posible fraude. En este sentido, es probable que en las primeras horas de hoy no tengamos un resultado concreto sobre quién será el próximo ocupante de la Casa Blanca pero, ante las dudas, Trump, en un evento de campaña, nos regaló este fin de semana una sola certeza: él se declarará ganador incluso sin el total de los votos escrutados.