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Estados Unidos, su nuevo presidente y los mundos que lo esperan

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José Emilio Ortega y Santiago Espósito (docente, UNC)

¿Realmente resultan tan sorpresivos los disturbios del 7 de enero, en el Capitolio? No asombra que Donald Trump, un dirigente construido a partir del desprecio a las convenciones políticas, que continúa sin reconocer su ajustada derrota electoral, intentase bloquear la certificación formal del fin de su mandato. ¿Habrá más episodios? Depende de un sistema que reaccionó con firmeza: desde la Justicia federal y la policía hasta Twitter, pasando por la firme convicción del vicepresidente Pence. 

El próximo presidente estadounidense conoce el paño. Con casi medio siglo en el Senado -lo condujo por ocho años-, como vicepresidente de Barack Obama. Es un liberal-conservador que oscilará entre articular un sólido marco político para garantizar gobernabilidad y contener con sus decisiones a millones de norteamericanos que con el mandatario saliente a la cabeza o sin él, exigen un país más concentrado hacia adentro. 

¿Puede EEUU perder centralidad global? Sus potencias aliadas necesitan lo contrario, frente al crecimiento de Rusia y China, con más “cabos sueltos” a contener (Corea del Norte, Siria, Bielorrusia, Venezuela, Yemen, Sudán del Sur, Somalia; o en otro plano los coletazos del brexit, para nombrar algunos). En tanto Moscú, que ya exporta su vacuna contra el covid-19, parece más concentrada en asegurar su rol de gran proveedor de energía y de apuntalador de ciertas posiciones geopolíticamente estratégicas: Crimea, Minsk o sus operaciones militares en Oriente Medio (Bagdad, Tartús, Latakia). El segundo, que también apuesta por su propia vacuna antipandemia, mientras sostiene una agresiva  puja comercial y tecnológica con EEUU (que recogió puntos altisonantes en la gestión Trump), parece ser en la actualidad (por sus connotaciones políticas) el problema más grave para Biden. 

¿Será tiempo para revalorizar el sentido de las organizaciones internacionales nacidas en la posguerra? Lo aguarda especialmente Europa, tanto por la recuperación de la ONU (y en su seno la OMS o la OIT, entre otras), criticadas por Trump, como por el propio espacio integrado continental del Viejo Mundo, requerido de respaldo político y económico. Frente al brexit -alentado por Trump- se aguarda una posición más prudente de Biden. 

En el vasto Oriente, el mandatario entrante posee experiencia propia porque recorrió la zona como congresista. Aunque muy diferente es gobernar, debiendo ajustarse a políticas de Estado que lo trascienden. Ya ocurrió con Obama, pacífico en sus discursos aunque autorizando sistemáticas incursiones en Pakistán, Libia, Irak, Siria, etcétera). Biden mantendría (hay voces en contrario) la política de retirar tropas en Irak y Afganistán, sostenida en la última administración, y presionaría a Arabia Saudita para que cese su participación en el conflicto del Yemen. ¿Dejará de vender armas y otros insumos críticos a la poderosa monarquía saudí? En otro orden, es interesante seguir su posición respecto al conflicto entre Pakistán e India.

A semanas de haber sido asesinado el responsable del programa nuclear iraní, se habla de una vuelta al Acuerdo Nuclear de 2015 (5+1) que Trump descartó. Respecto al conflicto israelí-palestino, no hay expectativa de cambios sustanciales respecto a las últimas disposiciones de Trump, al menos en el corto plazo (se mantendría la embajada en Jerusalén).

Se considera relevante el catolicismo de Biden. Presidiendo el Senado, recibió al papa Francisco cuando su visita oficial (2015). El sumo pontífice viene bregando por valores que resaltan sus últimas encíclicas, relativos a la amistad mundial, la recuperación de una agenda plenamente respetuosa de los derechos humanos, una política no sometida a la especulación económica, el regreso a objetivos ecológicos de peso. Recordemos que el único presidente estadounidense católico, hasta ahora, fue Kennedy. 

En materia de medio ambiente, se afirma que Biden regresará al Acuerdo Climático de París de 2016 (firmado por 195 países) y pondrá en la negociación a un ex canciller: John Kerry, con objetivos a largo plazo (2050).

En América Latina, no habría cambios significativos. Con México, las migraciones de toda la región estarán en el centro de la escena. En Sudamérica, EEUU debe equilibrar la influencia china. Quizá puedan descomprimirse algunas posiciones comerciales país por país, mejorando la cooperación técnica y financiera multilateral. Respecto a Venezuela, hay expectativa en disminuir las tensiones, sin mayor explicación de estrategias.Todo ello en medio de la segunda ola de la pandemia y la necesidad de revalorizar la confianza en una dirigencia “convencional”, desprestigiada por su ineficacia, frente a millones de ciudadanos de a pie que vienen buscando alternativas a los políticos tradicionales desde hace más de 30 años en EEUU (y que por primera vez pudieron ubicarla, con Trump, dentro de uno de los dos grandes partidos). Si Biden se propone afirmar el liderazgo alcanzado, deberá alimentarlo con renovadas ideas; en las que quepa ese mundo que lo respaldó, expectante. Como sugiere Thomas Bender en su Historia de los Estados Unidos (Siglo XXI), el liderazgo de ese país del norte comenzó a ceder a la multipolaridad, probablemente desde que se afirmó en cierto aislacionismo negador de una historia global. Percibir la diversidad dentro de sus fronteras y reconocerse parte de un planeta de interacciones múltiples, será sin dudas parte de ese singular esfuerzo.

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