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“Es ilusorio pensar un banco central independiente de la política”

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La propuesta oficial de reforma de la Carta Orgánica del Banco Central de la República Argentina (BCRA) divide aguas entre economistas ortodoxos y heterodoxos y expone muchas de sus diferencias. Comercio y Justicia entrevistó a Mariano de Miguel, presidente de Sociedad Internacional para el Desarrollo (SID Baires), una de las organizaciones enroladas en la heterodoxia más activas de los últimos tiempos, que tiene asesores de varias de las principales entidades empresariales del país.

– ¿Qué opina sobre la reforma propuesta para la Carta Orgánica del Banco Central?

– Era una vieja intención de Mercedes Marcó del Pont. Es una reforma importante y necesaria porque la Carta Orgánica de nuestro Banco Central está poco aggiornada a las modificaciones que se han venido haciendo en función de la crisis financiera internacional, de lo que fue en otros años y de lo que hace décadas es en otros países, como puede ser el caso de la Reserva Federal norteamericana, que no se ocupa solamente de la inflación. O para decirlo en términos más exactos, se ocupa de la inflación utilizando todas las herramientas y los elementos que tiene a disposición, entre ellos ocupándose del crecimiento económico y de la estabilidad financiera, que son objetivos complementarios al de preservar el valor de la moneda pero también necesarios para cumplir ese objetivo principal.

De todas maneras, creo que no sólo es necesario reformar así la Carta Orgánica del BCRA sino avanzar también sobre la Ley de Entidades Financieras y generar un banco de desarrollo. Habría que ir un poco más allá en las transformaciones aunque creo que las que se han planteado son importantes y necesarias.

– ¿Por qué cree que hace falta avanzar en esos dos proyectos?

– La situación económico-financiera argentina previa a la ley de Martínez de Hoz tenía algunas bondades que desaparecieron, como la existencia de las cajas de crédito. Y en una época anterior, la nacionalización de los depósitos que, si bien asociaba riesgos y algunos peligros, daba la posibilidad de que los ahorros y los excedentes que se generaban regionalmente en el país se aplicaran en alguna medida –e incluso en gran medida- también regionalmente. A partir de Martínez de Hoz se dio una reforma que, hay que decirlo, estuvo en línea con toda una transformación internacional, por la cual progresivamente se fue pasando de un criterio de prestar para producir -y a partir de las necesidades económicas a prestarles a los Estados- a un negocio financiero y de deuda externa.

Con respecto al banco de desarrollo, creo que como la Ley de Entidades Financieras se encuadró en una dinámica internacional que todavía sigue vigente –por ejemplo, a partir de las normas de Basilea 1 y 2-, aunque uno reforme esa ley no alcanza porque el problema central y de fondo es que Argentina tiene que movilizar aún más todos los recursos productivos de los que dispone. Y esa movilización le exige un sistema financiero que preste al consumo y a la inversión pero sobre todo a la inversión. Y eso sólo lo hace un fondo específico que se construye a tal efecto, en el marco de un banco -que puede ser una entidad de desarrollo, como en el caso de Brasil-, que presta en algunos casos a 30 años con tasas de 4% o 5% anual, muy razonables para un emprendimiento productivo.

– ¿Y dónde puede fondearse un banco de desarrollo en Argentina?

– Argentina ha ido reduciendo el colchón pero hay que tener en cuenta que desde la salida de la convertibilidad es una economía que genera más ahorro del que utiliza para la inversión reproductiva. La pregunta es por qué ese ahorro excedente no se aplica a la inversión pero es innegable que hay fuentes para fondearlo. En Brasil, por ejemplo, la masa salarial aporta un porcentaje importante, también se pueden pensar en aportes del sector capitalista más ligado a la producción o de aquellos sectores que tienen un ingreso más asociado a una renta –ya sea por propiedad de la tierra o del dinero-. Pero en cualquiera de los casos, lo que me parece muy útil es que si Argentina cuenta con ese ahorro hay que tratar de seducir a quien lo tiene para que no se fugue del sistema, ni en pesos ni en dólares.

– ¿Qué piensa de las críticas de parte de la oposición con respecto al uso de reservas?

– Hay que evitar dos confusiones: una, sobre las reservas de libre disponibilidad. Es una discusión legítima y válida. Yo creo que no tiene sentido retener esas reservas salvo para algunos fines específicos, como puede ser importar, pagar deuda, eventuales situaciones económicas nacionales o internacionales complicadas. Otros economistas dicen que en lugar de usarlas para pagar deuda, hay que pedir prestado y reservar ese dinero. Creo que es uno de los peores negocios que pueden hacerse.

La otra discusión es si tiene que haber reservas para sostener la base monetaria. Aquí hay una confusión: a partir de la Ley de Convertibilidad esa restricción estaba y la base tenía que estar 100% respaldada por reservas pero en el mundo en general ésa es una cláusula que no existe. Si uno mira el activo de la Reserva Federal de Estados Unidos no hay oro y divisas en un porcentaje similar a la base monetaria. Lo que hay son títulos del Tesoro norteamericano. Por supuesto, usted me puede decir que la gente confía mucho más en los títulos del Tesoro americano que en los títulos del Estado argentino. Lo que hay ahí es una cuestión de respaldo y de soberanía. Pero difícilmente vamos a construir soberanía monetaria si nunca apostamos a eso.

– Con respecto al debate sobre la independencia del Central, ¿en qué sentido debe ser independiente y con respecto a qué cosas?

– Yo sostengo que tiene que ser independiente, lo que ocurre es que hay que definir qué se entiende por ello. Más que plantear una autonomía, que es ilusoria e ingenua, hay que plantear una independencia de un banco que maneje su política en forma coordinada con los gobiernos pero que no la sujete a intereses de corto plazo sino de largo plazo. Por supuesto, no se puede vilipendiar la cuestión monetaria por asuntos de gobierno de uno o dos períodos, pero lo que no puede pretenderse es que el Banco Central sea independiente de la política.

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