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¿Era Ortiz?

Por Alicia Migliore*
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Por Alicia Migliore*

Cuando murió el querido Gringo Cognigni, Córdoba sintió que se quedaba sin voz. Ésa que nos llevó al país y al mundo con su humor tan “comechingón” como fue Hortensia. Tan aguda su observación y tan refinado su poder de síntesis, que bastaba mirar el dibujo hecho en pocos trazos, publicado en el ángulo derecho del diario, para conocer el tema que inevitablemente abordaríamos los cordobeses ese día. ¡Todo resumido en un dibujo!
Quienes disfrutábamos su producción sentimos cierta orfandad cuando partió. ¿Quién podría reemplazarlo con esa agudeza y gracia? Parecía una tarea imposible. Supongo que para el diario constituyó un enorme dolor del corazón ante su pérdida y un mayor dolor de cabeza, afrontar la elección de su reemplazante.
Los admiradores del Gringo pensábamos que, como en la letra del tango “no habría ninguno igual”.
No he conocido personalmente al dibujante que asumió su reemplazo, pero descuento que lo vivió como un tremendo desafío: satisfacer a todos los que nos sentíamos deudos (incluido él mismo) y mantener su propia esencia y personalidad. Esta responsabilidad recayó sobre Carlos “Negro” Ortiz. Y todos esperamos ansiosos evaluar su desempeño.
Resumir en una viñeta tantas cuestiones diarias, habla de una suma de condiciones diversas, habilidades plásticas, conocimiento político, una dosis de filosofía, algo de sociología y, por supuesto, mucho humor.
Ortiz imprimió su sello al espacio que ocupó antes Cognigni, desde San Vicente, aportó picardía similar a la antes acuñada en Alberdi. ¡Cordobeses como La Cañada!
Hoy tuve un disparador que me llevó a una imagen que, sin duda, guardo entre las páginas de un libro y algún día me sorprenderá hallarla.
Hablando de una plaza “rara”, que existe en nuestra ciudad, el recuerdo me remontó a un cuarto de siglo atrás.
Seguramente muchos conciudadanos recordarán la anécdota y tantos otros la desconocerán.
La política, tan devaluada en la ponderación social hoy, nace como modo de administrar y resolver conflictos; arbitrar mejoras con la menor consecuencia e impactos no deseados; representar al Estado constituido por todos los habitantes, promoviendo al conjunto sin dañar al resto. Se trata de una construcción diaria, con valoraciones múltiples, debates y presiones de diversa índole, y fundamentalmente de intereses en juego.
Hablamos de intereses en sentido amplio, en tanto “conveniencias o necesidades de una persona o un colectivo”. Es necesaria la aclaración ante una sociedad mercantilizada, que todo está analizando, hasta el lenguaje, en términos economicistas.
Y bien, existe en nuestra ciudad una escuela provincial llamada “Escuela Provincia de Córdoba”, ubicada en barrio Paso de los Andes, en calle Pampa Nº 550.
Antes de contar con edificio propio, desarrollaba sus actividades en un inmueble alquilado, en calle Laprida al 500, cerca del Observatorio Astronómico de Córdoba. El crecimiento de la matrícula fue dificultando cada vez más el funcionamiento del servicio. Una casa destinada a vivienda se adapta relativa y transitoriamente al cambio de destino. Los niños necesitan espacio para desarrollar múltiples actividades. Para realizar sus tareas físicas los llevaban a una plaza a pocas cuadras de la escuela. Esta necesidad y complicación no pasó inadvertida a la comunidad educativa, comprometida con el desarrollo pleno del alumnado que concurría.

Las docentes más antiguas emprendieron una auténtica cruzada, para rescatar un documento que consideraban necesario para resolver el problema de sus alumnos.
Insertas en el barrio con raíces profundas, no les llevó demasiado tiempo encontrar un documento realmente valioso: al Gobierno de la Provincia se le había realizado una donación con cargo de un inmueble. Para los legos en derecho: una donación con cargo supone una contraprestación por parte del donatario que recibe este beneficio. El cargo de la donación del inmueble era ¡la construcción de la Escuela Provincia de Córdoba! Ése era el destino que el donante había decidido para el inmueble.
Inquietas, y abarcando todos los frentes, las maestras se pusieron en acción, para dilucidar cuál era el inmueble donde “sus” alumnos lograrían mayor contención y alegría. Fueron al Registro General de la Propiedad, visitaron las oficinas de Catastro y, con toda la documentación en sus manos, impusieron a su supervisora, a la que entonces llamaban “inspectora”, del maravilloso hallazgo. Descontaban que la cadena de autoridad del Ministerio de Educación se pondría rápidamente en contacto, y la ministro Margarita Sobrino, primera mujer con rango ministerial en Córdoba, docente como ellas, lograría aceitar los contactos con Arquitectura de la Provincia y todos los demás organismos involucrados para inaugurar el nuevo edificio a la mayor brevedad.
El dato sorprendió al Gobierno, porque había sido ignorado por mucho tiempo, de modo que -al constituirse en el inmueble, que consideraban una casa ruinosa o un baldío- encontraron una plaza majestuosa y prolija. Un espacio verde maravilloso, a cinco cuadras de la casa alquilada donde funcionaba la escuela: ¡el lugar donde los chicos hacían las actividades físicas!
Comenzaron entonces manifestaciones diversas: padres y alumnos que quería destruir la plaza para emplazar la escuela, reclamando al gobierno, que se ufanaba de ser el que mayor cantidad de servicios educativos inauguraba en la Provincia de Córdoba, calidad en el establecimiento educativo propio. En la vereda opuesta, un conjunto de vecinos, que habían parquizado un baldío por cuenta propia, y logrado un espacio verde de excelencia en una ciudad que sube temperaturas y rascacielos al tiempo que tala árboles y depreda reservas naturales, demandaban una mirada ambientalista y que se protegiera lo logrado.

Como en esa perfecta síntesis de la burocracia que refleja la canción de Los Trovadores, “el virrey no da permiso, el árbol ya fue plantado y con el árbol en las manos estoy cantándole a usted”, la donación con cargo había dormido escondida mientras gobiernos populares y militares se sucedían, y los árboles plantados, literalmente, crecían.
Los juristas ortodoxos sostenían que era necesario cumplir el cargo bajo pena de perder el inmueble ¿a manos de quién? No lo sabían pero era una alternativa posible.
Las maestras y los padres sostenían que no querían a los niños porque eran de familias humildes; que los vecinos de la plaza eran gente de otro nivel social, alguna hija de un ex gobernador; la oposición instaló el reclamo avalando un sector u otro, según sus afectos o intereses. Y la ministra Margarita Sobrino quería inaugurar la escuela.
A pesar de la declaración de guerra recíproca que se efectuaron ambos bandos, donde recuerdo con especial cariño a la señorita. Olga, que había sido amiga de mi padre en la juventud, involucrados todos los legisladores provinciales, primó la cordura y el buen tino del entonces Gobernador de Córdoba, Eduardo César Angeloz.
Se ordenó la búsqueda de un terreno apropiado para la escuela, propio o sujeto a expropiación y se dispuso su edificación.
Ahora la Escuela Provincia de Córdoba está en calle La Pampa 550.
¿Qué tiene que ver el negro Ortiz con todo esto? Si pudiera recuperar esa caricatura de Coca Sobrino, llevando el mapa de la Provincia de Córdoba en una carretilla, agitada por el esfuerzo para trasladarla, y cuidar a la Escuelita, me entenderían. Sintetizó la solución a un conflicto bastante prolongado y algo intemperante con un dibujo ocurrente y divertido.
El humor reflejó un diálogo, contemporización y transacción que es difícil imaginar hoy, donde todos los involucrados resultaron gananciosos, probablemente porque había menos intolerancia, creíamos en la política y en la democracia.

(*) Abogada-ensayista. Autora del libro Ser mujer en política

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